De estas cláusulas testamentales se deduce que, por una parte, lamenta la falta de tiempo vital para completar una magna biblioteca especializada en historia y literatura valencianas, su temática investigadora, que ya había iniciado desde su juventud; por otra parte, también muestra la gran estima y admiración que procesaba tanto a Antonio Chabret Fraga, estudioso de temas saguntinos, como a José Enrique Serrano Morales, hasta el punto de concederles el privilegio de escoger una obra de su biblioteca, es decir, no solo para guardar un recuerdo personal de Chabás, sino también para completar los fondos de sus respectivas bibliotecas personales. Ahora bien, hechas esas excepciones, remarcaba que toda su biblioteca sobre temas y literatura valencianos había de ser custodiada e integrada en un solo lugar, y designaba que ese debía ser la propia Catedral de Valencia. Con esta disposición mostraba su profundo respeto y admiración hacia el cabildo catedralicio, a pesar de todos los contratiempos y dificultades que padecía dentro de él y que, en consecuencia, le impedían hacerse cargo de su archivo. No obstante, aquel testamento no detallaba el número exacto de volúmenes que, en ese momento, componían su biblioteca ni tampoco se acompañaba de un listado de sus títulos y autores. La falta de datos favorecía una cierta ambigüedad interpretativa. En consecuencia, y a pesar de no poderse aventurar una cifra aproximada del fondo, esta no debía de ser muy voluminosa, pues su ubicación, en el piso de la calle de la Llimera de Valencia, de pequeñas dimensiones, así parecía demostrarlo. Con esta disposición evidenciaba su preocupación por preservar la unidad y custodia de la biblioteca en aquellos temas a los que intentaba dirigir sus esfuerzos, más allá de su voluminosidad y valía.
Afortunadamente, superada la enfermedad, Chabás comenzó una nueva etapa personal e intelectual. En 1898, consiguió ser nombrado canónigo-archivero de la Catedral de Valencia y, de esta manera, iniciar su magna tarea de ordenación de sus fondos archivísticos, que tantos años habían permanecido olvidados. Respecto a los dos eruditos mencionados en este primer testamento, ambos le precedieron en la muerte, Chabret en 1907 y Serrano Morales en 1908. Este último no olvidó la deferencia mostrada en su testamento y también lo incluyó en el suyo como uno de los supervisores del cumplimiento de sus disposiciones testamentarias referidas a su biblioteca. Serrano Morales donó todos sus libros, folletos, papeles impresos y manuscritos al Ayuntamiento de Valencia, es decir, a una institución pública, para dar mayor lustre a la propia ciudad. Serrano Morales pretendió facilitar a sus habitantes el acceso a títulos difíciles de localizar, así como, al mismo tiempo, preservar la unidad de un fondo tan particular como el suyo. El testamento de Serrano Morales destacaba también por su disposición y preocupación por la conservación física del fondo en un espacio apropiado con condiciones de luz e higiene, pero, sobre todo, por la preservación del mismo frente a la voracidad personal de los cargos públicos presentes y futuros. Al mismo tiempo, consciente de la posible laxitud de la institución municipal en el cumplimiento de sus disposiciones testamentarias, establecía un plazo de dos años para la plena disposición de los fondos al servicio público, pues, en caso contrario, transcurrido el tiempo estipulado, todo el fondo pasaría a la Real Academia de la Historia sita en Madrid.14 Estas disposiciones testamentarias de Serrano Morales debieron de servir como ejemplo potencial al propio Roque Chabás, por lo que, más adelante, en el análisis de su segundo y definitivo testamento las retomaré para detallarlas minuciosamente.
4. BIBLIOTECA PERSONAL
Como ya he mencionado antes, superada la enfermedad aludida, Chabás inició una nueva etapa personal que se manifestó en su trabajo de investigador y que, a su vez, repercutió en su propia biblioteca.
Después de los lúgubres y desalentadores comentarios de Figueras Pacheco sobre la desmembración de sus fondos bibliográficos, nadie más aportó nuevos detalles sobre la biblioteca personal hasta fechas más recientes, en las que han sido publicados dos estudios sobre este tema, como los aportados por D. Ramón Fita Revert, archivero diocesano de Valencia, y por D.ª M.ª Cruz Cabeza Sánchez-Albornoz, exdirectora de la Biblioteca Històrica de la Universitat de València. Estudios que expondré a continuación aunque no en el orden cronológico en el que fueron publicados, sino por el grueso de los fondos reseñados.
4.1 ESTUDIO DE RAMÓN FITA REVERT
El archivero diocesano Ramón Fita, en 1994, con motivo de una conferencia que pronunció sobre Roque Chabás en la Sociedad Económica Amigos del País de Valencia, se preguntó dónde podrían localizarse los fondos de su biblioteca, lo que le llevó a una exhaustiva indagación. El fruto de esa búsqueda lo plasmó en un extenso artículo,15 pues parte de su biblioteca se localizaba en el propio Archivo de la Catedral de Valencia. En ese artículo recogía todos los títulos, de forma detallada, que componen el fondo propiedad de Roque Chabás legado a la Catedral de Valencia, según consta en el testamento otorgado en Denia el 13 de abril de 1912, seis días antes del fallecimiento del canónigo. Además, el artículo incluye todas las disposiciones realizadas por el propio cabildo en torno a la recepción del fondo. Así, en la documentación catedralicia conservada, aparte de diferentes disposiciones sobre las honras fúnebres a celebrar en honor de Roque Chabás por parte de la catedral, aparece detallada la cláusula testamentaria sobre la cesión de sus fondos impresos y manuscritos a la propia catedral para su custodia. Es evidente que su custodia y su preservación fueron la máxima preocupación de Chabás. La pervivencia de una construcción minuciosa y especializada en la que tanto empeño había puesto quedó reflejada en la cláusula incluida que dice:
Quinto: es su voluntad que todas las obras, libros y opúsculos y demás que diga relación con la historia y literaturas valencianas y obre en poder del señor otorgante a juicio del Excelentísimo Cabildo Metropolitano de la Ciudad de Valencia lo escoja y retire el mismo sin que los albaceas, herederos ni otra persona en sus nombres oponga obstáculos al libre derecho de elegir que concede al repetido su amado Cabildo, el que lo «guardará» todo en sus archivos como débil recuerdo de cariño.16
Para llevar a cabo su cumplimiento, con fecha de 1 de mayo de 1912, el capítulo catedralicio creó una comisión formada por los canónigos José Sanchis Sivera (1867-1937)17 y Julio Cabanes Andrés (1865-1936),18 donde se les facultaba para realizar la correspondiente selección de obras que engrosarían los fondos de la catedral. Junto a esas disposiciones catedralicias, en el mismo legado, también aparece otro trozo de papel suelto escrito a tinta, en el que figura un listado sin desarrollar los títulos completos, solo el número de volúmenes con una somera relación por si alguno de los escogidos de su biblioteca particular pudieran no ser de su propiedad, es decir, solo estuvieran en préstamo y, por tanto, pendientes de ser reclamados por sus legítimos propietarios:
En total 512 ejemplares. La comisión escogió 20 volúmenes más que no se sabe si pertenecían al difunto y que si no aparece su dueño, quedarán en propiedad de la Catedral, lo mismo que se comprometió a devolver alguno de los anotados, si por acaso fueran de propiedad particular.19
De toda esa selección realizada daba cumplida cuenta Fita Revert en el artículo citado al detallar cada uno de los autores y títulos seleccionados por los mencionados canónigos. Por mi parte, he contrastado los títulos publicados por D. Ramón Fita con los incluidos en el registro catedralicio y, salvo algún error en la anotación de la fecha de edición, todos coinciden a excepción de dos registros que no han sido incluidos: uno correspondiente a Onofre Guitart, Repertori de totes matèries dels Furs de València, Valencia, 1608, que se hallaría entre los números 169 y 170 de ese mismo listado; el otro corresponde a Fr. Pascual Huguet, Historia de San Lorenzo, Valencia, 1717, que se ubicaría entre los números 170 y 171 de su listado.20 Por lo demás, Fita comprobó que cada uno de los registros bibliográficos del listado se correspondía con los fondos custodiados en ese momento en la propia Catedral y confirmó que todos se encontraban en el mencionado archivo catedralicio a excepción de unos pocos títulos, que incluyó en el listado sin signatura por ilocalizables.
Por