Los trabajos de catalogación han gozado en los últimos tiempos de una especial atención por parte de los profesionales de los museos y otras instituciones poseedoras de patrimonio cultural. A partir de estos estudios se han elaborado informes y documentos, a veces muy complejos, que intentan organizar y superar las dificultades que presenta esta disciplina, ya sea en el ámbito de los museos estatales, o en espacios de trabajo mucho más reducidos y limitados. Hace algunos años, cuando se empezaron a sistematizar estos procesos, los inventarios y catálogos fueron confeccionados de manera muy desigual, con personal diverso y, por lo general, con pocos medios. En este mismo sentido, y durante mucho tiempo, las tareas de catalogación han estado mal consideradas, como un simple apoyo a trabajos más sofisticados y eruditos en cuanto al estudio de la Historia del Arte se refiere. Esto dio como resultado una mala catalogación de parte importante del patrimonio cultural y artístico. Mientras que en otras disciplinas humanísticas era posible observar ciertos avances, el de la catalogación era un apartado muy secundario, que parecía no tener instrumentos de valoración objetiva. Como resultado de estas prácticas tan poco edificantes se fueron nutriendo de errores e incorrecciones gran parte de los primeros inventarios y catálogos. A veces se intentaba avanzar con escasos medios y el compromiso desinteresado de algunos profesionales que se veían obligados a saber de casi todo. Esta forma de trabajo, como era natural, produjo un resultado desigual. Pero a pesar de esto, y con el tiempo, la catalogación de obras de arte (y resto de un patrimonio cultural muy diverso y en ocasiones muy poco valorado) fue adquiriendo importancia dentro del abanico de posibilidades laborales, tan reducidas por otra parte en el panorama de los historiadores del arte noveles.
A partir del trabajo realizado por técnicos, muchas veces derivados del campo de la documentación y biblioteconomía, migrados al mundo museístico, se empezaron a trabajar en herramientas tecnológicas más sólidas. Era claro que estos nuevos instrumentos iban a necesitar de estrategias y métodos de trabajo bien definidos y, además, del concurso de profesionales especializados en la Historia del Arte.
Por otro lado, cabe insistir en la importancia de la materialidad de las obras de arte y en las técnicas de manufactura utilizadas para producirlas. En este sentido, tendremos que determinar con claridad cómo se ha hecho una pieza ya que, por ejemplo, una correcta conservación estará relacionada con el perfecto conocimiento de los materiales que conviven en esa misma obra, y de cómo éstos han sido procesados y se comportan a través del tiempo.
La presencia de un bien cultural en inventarios y catálogos le confiere visibilidad pública y protección legal. Por medio de la catalogación se estudia tanto el objeto artístico como su contexto.
La inclusión de una obra de arte en un catálogo permitirá su mejor conservación y durabilidad en el tiempo, ya que por estos mecanismos se adquiere el compromiso de custodia y cuidado.
Por otra parte, la experiencia de los últimos años ha propiciado la aparición de bases de datos y distintas herramientas informáticas encaminadas a facilitar este trabajo. Los catálogos informatizados permiten incorporar un elevado número de documentos, todos aquellos que genere la pieza, tanto a nivel administrativo como los relacionados con el estudio e investigación de los objetos que tratemos. Sin embargo, nos encontramos ahora en una disyuntiva, ya que nos encaminamos a un conocimiento global y compartido, aplicaciones que deben ser útiles en cualquier parte del mundo, con estándares informáticos adecuados que permitan la durabilidad en el tiempo de estas plataformas digitales, y con campos de conocimiento comunes y reconocibles por los sistemas de búsqueda de la World Wide Web. En paralelo también se han desarrollado modelos de catalogación sobre museística y colecciones patrimoniales. Es decir, por un lado se ha buscado la solución tecnológica, con la incorporación de estándares de información permanente y con un lenguaje reconocible a nivel mundial, mientras que por otra (caminan de la mano ambas necesidades) hay una mayor exigencia en establecer campos específicos ajustados que permitan la correcta identificación y descripción de los diferentes objetos y colecciones que necesitemos catalogar; ya sean éstas de carácter histórico artístico o de cualquier otro tipo (incluidas las científico médicas). En todo este asunto sobrevuela la necesidad de que la información, en este caso relacionada con el patrimonio cultural, esté al alcance de todo el mundo, en cualquier parte del planeta. En este sentido, resulta muy conveniente destacar la Declaración de Berlín sobre Acceso Abierto al Conocimiento en Ciencias y Humanidades, firmada el 22 de octubre de 2003. Esta declaración tiene como objetivo principal el acceso abierto de la información a nivel global, también del patrimonio cultural, con la misma exigencia que presuponemos al ámbito científico: “Para establecer el acceso abierto como un procedimiento meritorio, se requiere idealmente el compromiso activo de todos y cada uno de quienes producen conocimiento científico y mantienen el patrimonio cultural. Las contribuciones del acceso abierto incluyen los resultados de la investigación científica original, datos primarios y metadatos, materiales, fuentes, representaciones digitales de materiales gráficos y pictóricos, y materiales eruditos en multimedia”. Parte importante de lo comentado hasta aquí, tiene que ver con cómo se organiza esta información para que no se pierda en el amplio cosmos de la red… Son los llamados metadatos, siendo un modelo exitoso el propuesto por Dublin Core, que presenta un número de categorías, o campos, que sirven para la descripción de cualquier recurso. Cuantos más usuarios opten por este código, más posibilidades habrán de intercambiar esta información, ya que de lo que se trata es de evitar islas de conocimiento y lo que pretendemos conseguir es un conocimiento global. Este sistema de comunicación de datos, cuyo contenido es reconocido por la “maquina” por esos valores referenciales que han sido consensuados con anterioridad, va a posibilitar la interrelación de personas e instituciones que ahora trabajan con un mismo lenguaje de aspiración universal, comunicado gracias a la WWW. Por lo tanto, lo metadatos promueven un conocimiento global. No menos cierto es el hecho de que existen problemas a la hora de implantar tesauros, es decir elementos que describan de una misma forma los diferentes objetos, ya que aquí entran en juego las discrepancias de enfoque y tratamiento de la información en museos, instituciones…, con colecciones y prioridades a veces bien distintas que se intentan homogeneizar conceptualmente sin demasiado éxito, por lo menos hasta ahora. En este sentido, y en el momento de cerrar esta nueva edición del libro de catalogación, la Universitat de València, a través del Vicerrectorado de Cultura y Deporte, y del Área de Patrimonio - perteneciente al mimo vicerrectorado-, está preparando la incorporación de sus diferentes colecciones patrimoniales a la plataforma libre OMEKA, basada en los estándares antes señalados. Sin duda, este esfuerzo permitirá conocer aún mejor el patrimonio de la Universitat, y lo hará finalmente visible y accesible a la sociedad, ya que son muchas y muy variadas e interesantes sus colecciones patrimoniales.
De cualquier forma, el correcto trabajo de catalogación debe emprenderse a partir de algunas nociones básicas que estén suficientemente claras, en campos que deben tener el aval de los estándares nacionales e internacionales, y deben responder además a las exigencias de nuestra colección. Estos campos, que deben estar consensuados, se centran principalmente en el conocimiento de la obra y en la forma en la que estudiamos un determinado objeto, recogiendo aquellos datos más significativos, e investigando aquellos otros que puedan ser de mayor complejidad; por ejemplo, en la búsqueda de documentación que atestigüe la autoría de una determinada pieza. En todo caso, el rigor en la toma de datos de los elementos físicos, y en cómo recogemos esta información, la clasificamos y ordenamos se encuentra gran parte del éxito del trabajo de catalogación, además de la necesaria formación en Historia del Arte.
Por último, este libro está dirigido especialmente al nutrido grupo de historiadores del arte, estudiantes y egresados implicados en las tareas de catalogación, y otros usuarios interesados en la materia, que necesiten de algunas herramientas iniciales útiles y de una perspectiva global clara que permita abordar con éxito posibles trabajos futuros.
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