Que si podía invitar al Champiñón, preguntó Gilberto desde abajo.
–Dice que si trae al Champiñón.
–Pues que lo traiga –respondió Pablo.
–A ver si no llega con toda su corte, ya ven que siempre camina con niños alrededor. Está bien, ya súbanse.
Entró Gilberto con una gorra de estambre que siempre se pone para aplacarse el pelo rebelde y partido en dos matas iguales que le caen en mechones abundantes, separados por una raya a media cabeza. El Champiñón murmuró algo al entrar y se sentó al lado de Gilberto.
–Perdón, la sopa no debe sorberse, ¿verdad? Pórtate bien, Champiñoncito y al final no olvides darle las gracias al señor.
–No estés fregando –le dijo Pablo.
–Y esto, ¿me lo como con la cuchara o con el tenedor?
–Con lo que te dé la gana, hasta con los dedos.
–Yo sólo decía…
Cuando Pablo puso el café empezó la discusión de siempre. Que no hiciera su atole acostumbrado, decía Zama. Pues entonces no haría nada y que fuera Zama a preparar su agua descolorida.
–Pero a mí me toca la cocina hoy –respondió Zama.
–Por lo mismo cállate y tómatelo como te lo dé.
–¡Oye! ¡Amaneciste de buen humor, como siempre!
–Es que trae «carcelazo» –dije.
Gilberto lo miró un momento y preguntó si era cierto. Que ya no podía decir nada porque para nosotros era «carcelazo», respondió Pablo molesto.
–¿Y a poco no es? –insistió Zama y volteó a vernos con sonrisa de complicidad–. Cuéntanos, cuéntanos.
–¡Ya! Esta maldita cafetera no calienta.
–No te digo. Hoy todo te sale mal.
–Ya cállate, pinche Zama; ¿te crees muy brillante? A ver, dime qué tiene esta madre.
Zama se levantó para demostrar que era muy sencillo: sólo había que conectarla bien; pero al levantarse tiró el banco de fierro contra el piso y toda la celda se estremeció; con el codo volteó un plato y una cacerola con sopa que fueron a caer sobre el banco y, al agacharse para recoger los objetos caídos, se pegó en la frente contra la orilla de la mesa. Pablo dejó la cafetera para reírse mientras Zama abandonaba todo intento de poner remedio al estropicio y permanecía de pie, con las manos en las bolsas y sonrisa de culpabilidad.
–Pero, ¿no te digo? ¡Ah, qué Zama! –decía pausadamente Gilberto–. Mira nomás. Y todo lo hiciste tú sólito, sin ayuda de nadie. Aprende al señor, Champiñoncito.
El Champiñón, como siempre, se limitaba a ver y sonreía a todo lo que le dijeran. Como las piernas no le llegaban hasta el suelo, las balanceaba sentado en la litera. A veces un ruido previo anunciaba que iba a decir algo.
–¡Miren! ¡Si tam-bién ha-bla! –decía Gilberto haciendo voz de tonto y arrugando la nariz, luego lo veía con la boca abierta, como alelado–. Come, niño; para otra vez que vengamos con los señores me acuerdes de traerte tu cojincito para que alcances la mesa y no te eches la sopa en tu camisa limpia, como Zama.
–Y hablando de otra cosa –dijo Pablo mientras Zama terminaba de limpiar el piso–, el domingo me vinieron a ver unos compañeros que estuvieron en la manifestación del 26 de julio.
–¿Del año pasado?
–Sí. Y me estuvieron contando detalles muy interesantes.
–¿Reconocieron que Unzueta sí le robó la bolsa a una señora y se echó a correr? ·
–¡Por favor! Estoy hablando en serio.
–Yo también –le dije–; pero no te enojes, pues. Era sólo una posibilidad. Después de todo sería muy interesante descubrir ahora que sí fue cierto, ¿no crees?
–Me dijeron que en los botes de basura –continuó Pablo sin hacer caso–, a todo lo largo de Juárez, Madero y Cinco de Mayo, había piedras. Sólo tenían que voltearlos.
–¿Y quién las puso ahí?
–Si supiera.
–¿Tú no fuiste a la manifestación?
–¿Yo? –respondió Pablo–. ¡Si estaba en Bulgaria!
–¡Ah! pues sí. No me acordaba.
–No sigas, no sigas –exclamó Zama que exprimía el trapeador– o tendremos que soplarnos otra vez «Pablo y Sofía». Ya tuvimos suficiente en el desayuno, cuando nos recetó por vigésima quinta vez «Pablo y el meteorológico».
–Que era prácticamente una beca…
–¡Ándale!: que era prácticamente una beca.
–No, de veras, algo hay de eso –respondió Gilberto–. Desde los primeros días, en La Ciudadela, la policía actuó como el principal provocador.
–Y la pradera estaba seca –agregó Pablo.
–Pero el caso de las piedras es distinto. Una cosa es que la represión, en la forma en que se desarrolló, se convierta en una chispa, y otra que a la hora de la bronca encuentres piedras en Madero.
–Es cierto, pero tampoco se puede exagerar o llegaremos a conclusiones absurdas. El Movimiento tuvo sus causas propias e independientes aunque mucha gente se muriera de ganas por meter la mano dentro. Es indudable que hubo ese tipo de gente y que mucha estaba dentro del mismo gobierno; pero siempre hicimos lo que nos pareció correcto. Tú te dabas cuenta, ¿no?, de que entre los mismos estudiantes algunos traían su propio «boleto», ahí está el caso de Ayax y sus declaraciones; pero en el cnh las posiciones raras apestaban a leguas, como cuando el mismo Ayax se soltó diciendo que había que crear una organización militar. Cualquier fulano de ese tipo se hacía sospechoso de inmediato. La verdad es que con el sistema del cnh y las asambleas diarias en cada escuela nadie podía andar chueco, y si lo hacía se quedaba solo, pues nunca iba a lograr que todo el cnh aceptara una porquería. Al delegado que metía la pata lo esperaba la asamblea de su escuela, al día siguiente; y a la sesión inmediata del Consejo ya sabíamos cómo le había ido. Para maniobras poco claras éramos demasiados: más de doscientos delegados y unas ochenta escuelas. Sólo al final se pudo «transar» descaradamente, pero eso mejor no discutimos porque el Partido Comunista, como siempre, no queda muy bien parado que digamos.
Zama y Pablo cambiaron de inmediato. En ese momento ya nadie haría una broma.
–Está por verse lo que dices –respondió Pablo.
–Yo no creo que esté por verse, sino que es lo más claro del mundo; pero bueno, no hablemos de eso. Lo que digo es que las características del cnh impedían lo que siempre sucede: la «transa» por parte de los líderes. En el caso del Consejo, la verdad es que ninguno de nosotros hubiera podido hacer nada, de haber tenido malas intenciones. Los muchachos lo sabían y así se explica uno la confianza completa que tenían en el Consejo, y la tremenda autoridad que éste llegó a tener a pesar de su lentitud y de todos sus defectos.
–Pero imagínate qué habría sucedido si se admiten grupos políticos como parte de la representación estudiantil. ¿Te acuerdas de cuando llegó Arturo Martínez con la nueva de que representaba la cned? Después hubiera llegado cada grupo político de cien escuelas y eso hubiera sido una olla de grillos, literalmente. Si así... ya ves que nos pasábamos hasta las 5 de la mañana en una discusión absurda. Los «espartacos» hubieran mandado representantes por cada grupito de seis o siete gatos, los «troskos» otro tanto y lo mismo cada conjunto de siglas que se pueda hacer, el mnl, mlm y hasta el mxyzptlk.
–Ése es el Supermán.
–De cualquier manera –respondió Pablo–, la cned es una organización nacional que no