–¿Así que no conoces la frasecita? ¡Por fa-vor! ¡Hay que leer a Unzueta! Resulta que cuando salió ¿Revolución en la revolución?, Unzueta le respondió a Debray y entre otras cosas decía en su repuesta que Debray «hizo el desorbitado intento de oponerse a los partidos comunistas».
–Ah, está muy bueno –dijo De la Vega riéndose–. ¡Muy bien, chamaco! ¡Te la sacaste! ¿Así que «hizo el desorbitado intento»?
–Este pinche De la Vega se ríe de cualquier tontería –añadió Pablo sin voltear–. Yo no le veo la gracia.
–Sí –dijo Selma peinándose frente al espejo–; «ésos son los días que después se recuerdan como una cicatriz».
Me quedé sorprendido, viéndola desde la litera mientras afuera los tambores anunciaban el final de la visita.
–¿Y tú cómo sabes?
–También lo he sentido.
–¿Pero cómo conoces la frase?
Me puse una camisa y salí por la canasta de los trastes. En la reja estaban Chata y Rosa María. Pablo bajaba de la 38.
–Hola, Selma.
–Hola, Pablo, ¿cómo estás? ¿Cómo está tu niña, Chata?
–Está malita del estómago, fíjate.
Puse la canasta en el suelo mientras terminaban los abrazos, los saludos y las despedidas.
–El sábado no vendré, pero nos vemos el domingo temprano. Me lo dijo Arturo. ¿Por dónde se van?; yo voy por el Viaducto y luego Insurgentes y Revolución.
IV.
–¿No es cierto, Pino? –preguntó Raúl tamborileando sobre la mesa una escala. Terminó con un acorde final y se mordió las puntas de los bigotes rojizos–. En ninguna ciencia hay un gran maestro al que se recurra en busca de una opinión última y contundente. Y eso es lo que han hecho con Marx.
–En Física –respondió el Pino– todos los conceptos están sujetos a continuo cambio. Una teoría nunca se considera completa, ni mucho menos se piensa que la opinión de un fulano sea definitiva.
Estábamos en la 1, la celda de Raúl, oyendo discos; pero ya ninguno prestaba atención a la música.
–¡Ah!, pero eso sí –dijo el Búho sentado en el suelo–, en la Unión Soviética tienen todo un instituto para investigar si las comas que aparecen en cierta edición de Lenin son las originales o erratas de imprenta.
–¡Hazme el favor! –exclamó Raúl y se dio un golpe en la frente–. ¡La deformación a que necesitas llegar para preocuparte por semejante cosa! Claro, el Búho exagera un poco; pero hay mucho de cierto. Aquí mismo lo ves: si, en medio de una discusión sobre un problema concreto, alguien recuerda una cita de Lenin que dice exactamente lo contrario de lo que tú afirmas, ya te fregaste. Ahí se acabó la discusión.
–A final de cuentas –dije–, va a resultar cierto que el socialismo surgirá en los países avanzados, en Inglaterra, en Suecia. Todos los ensayos anteriores han quedado en caricaturas más o menos desastrosas.
Pocas veces nos reunimos para tratar un asunto en particular, y cuando lo hacemos es para cuestiones que requieren una solución inmediata. Pero, como todos tenemos preocupaciones similares, frecuentemente aparecen éstas en la conversación. Una plática de este tipo puede durar horas; no rinde ningún resultado práctico, pero conduce a nuevas inquietudes y nuevos planteamientos.
–Aquí no vamos a tener muchos problemas –dijo Saúl.
–¿Qué? –exclamé–. ¿Aquí? ¡Qué bárbaro, Chale! ¡Nomás imagínate a los mexicanitos haciendo de las suyas en nombre del socialismo! Es precisamente aquí donde se presentarán problemas más graves. Cincuenta años de pri, burocracia, compadrazgo, corrupción, «mordidas», venalidad y quinientos de caciquismo. ¡Para empezar!
Por un rato nos quedamos en silencio. Gamundi llegó a la celda y se detuvo en el umbral.
–No sé cómo, pero habrá que evitar todas las deformaciones que han surgido –dijo Raúl bajando los bigotes y mirándose los dedos de los pies. Se quitó las sandalias y cruzó las piernas sobre la litera.
–Descentralizando –le respondí.
–No, Luis, el problema es mucho más complejo –dijo el Chale.
–Ya lo sé, Saúl; pero un primer paso es acabar con ese maldito poder central en que se convierte un partido leninista cuando triunfa. Cuando se trata de acabar con el orden burgués, el partido necesita tener las características señaladas por Lenin; pero cuando se trata de iniciar la construcción del nuevo orden la maquinaria de guerra debe cambiar. Las circunstancias propias en que nació la Unión Soviética explican el rígido centralismo y ciertos métodos de gobierno ajenos al socialismo; pero a esa concepción, justificada por la guerra civil, las invasiones, la miseria y el aislamiento, le han agregado cartón y cola hasta hacer una maquinita que se lo traga todo.
–Es verdad –dijo Raúl–. El partido tiene derecho a cualquier cosa, desde husmear en tu vida privada, planificar la economía, cambiar la planificación porque metieron la pata, hasta decidir cuestiones de literatura, física, sociología y forrajes para vacas. Después de todo representa al pueblo.
–¿Pero lo representa?–le pregunté.
–¡Óyeme, óyeme! ¡Qué te pasa! –exclamó el Búho desde el suelo–. Eso ya no está bien. Si vamos a preguntamos que si el pcus representa al pueblo soviético… De que lo representa, lo representa. La cuestión es otra. Estábamos hablando de cómo, hasta ahora, no ha sido posible evitar el surgimiento de burocracias.
–No hablo de cierto partido. Es evidente que en los países socialistas, el gobierno y el partido representan a la inmensa mayoría; pero esa representatividad es más formal que orgánica. Es decir que la gente, aunque cree en la necesidad de construir el socialismo y en el partido como instrumento adecuado a ese fin, no está integrada orgánicamente a la vida política de su país.
–Te entiendo –responde Gilberto, sentado junto a mí–; pero creo que no lo has dicho claramente.
–Quiero decir que los niveles de decisión son tan lejanos que se convierten en mandos y dejan de ser receptores. Y si la comunicación entre los diversos niveles se rompe, ¿hay representatividad real? Una cosa es el convencimiento de la población que acepta la guía del partido, y otra que esta guía realmente conduzca hacia el socialismo.
–Bueno, representatividad sí la hay –dijo el Búho–. El problema consiste en que, en nombre de la planificación, se cometen verdaderas barbaridades y, en nombre del desarrollo económico, se ha sacrificado el político.
–Pues entonces no la hay.
Ya teníamos mucho rato hablando de lo mismo y no podíamos ponemos de acuerdo en todo; pero, en general, teníamos la convicción de que en algún sitio estaba la clave. Hacía falta estudiar y buscar nuevos ángulos de enfoque.
–Hay algo por ahí que no está funcionando –continuó Raúl–. No podemos simplemente hablar de «estalinismo», «burocracia», etcétera. Es al contrario: hay un elemento que permite el fenómeno, que permite el ascenso de individuos como Stalin.
–Y su tolerancia por años –interrumpí.
–Sí, por algo llegan y se les tolera. Lo más alarmante es que no sucedió en un país: en diversos grados afectó a todos los países socialistas. ¿Pero qué es? ¿En dónde está? Hay un error que se viene cometiendo sistemáticamente.
–La centralización –insistí.
–Tú y tu pinche centralización.
–Pues claro. ¿Cómo es posible pretender que un organismo