—Tía ¡Qué fuerte! ¿Y qué piensas hacer? —me preguntó intrigada.
—Pues… esta noche hablaré con ellos, espero convencerles, la verdad, porque me ha pedido salir dos veces y encima me ha dicho que podía bajar… Si le digo que no, igual no vuelve a hablarme, ¡que me confesó que me quería borrar de sus contactos!
—¿Cómo que te quería borrar? —gritó sorprendida, y me la imaginé abriendo esos ojos suyos oscuros tan redondos y arrugando su nariz.
—Pues como lo oyes, me dijo que estaba haciendo limpieza de contactos y que un poco más y me borra. Porque me conecté y decidió hablar conmigo a ver qué tal, pero si no… ¡me habría borrado!
—Ostras, ¡pues es muy fuerte! Si no te hubieras conectado ya no habríais empezado a salir…
—¡No estamos saliendo! —le remarqué—. Solamente me lo ha pedido, pero aún tengo que decirle que sí.
—Bueno —se rió mi amiga—. ¡Pero ya se da por supuesto que saldréis!
—En fin, tengo que colgar. Ha llegado mi madre y quiero hablar con ella cuanto antes.
Colgué el teléfono apretando fuerte el botón, no funcionaba bien y a veces quedaba mal colgado. Acto seguido fui al comedor y llamé a mis padres, nerviosa. Me temblaba el cuerpo entero.
—¡Mamá! ¡Papá! ¿Podéis venir un momento? Tengo que contaros algo…
—Uy, ¿y a qué se debe tanta intriga? —me preguntó mi madre.
—Pues… es que… ¡tengo novio! —les dije con algo de miedo inexplicable en el cuerpo. Me entró la risa floja de los nervios, pero me intenté calmar, al fin y al cabo, eran mis padres, podía confiar en ellos, no entendía por qué estaba tan nerviosa.
—¿Ah sí…? —me preguntó mi madre algo extraña—. Y, ¿de dónde es este chico?
—Pues… —dudé— es de Gerona… —dije más susurrando que en voz audible.
—¿De Gerona? Un poco lejos, ¿no? —se sorprendieron los dos.
—Pues sí… Pero está dispuesto a venir en tren hasta aquí, ¡no tendría ni que moverme del barrio! —solté las palabras una tras otra, sin dejar tiempo al espaciado.
Se hizo el silencio, pues ninguno de los dos estaba muy convencido. Y, después de intercambiar miradas, dijo mi padre:
—Y… supongo que querrás quedar con él, ¿no?
—Pues sí… Eso iba a comentaros… —dije con los ojos entrecerrados, como si alguien me estuviera regañando, como cuando cae un relámpago y esperas el ruido del trueno.
—A ver, suéltalo ya —me cortó mi madre impaciente.
—Pues… resulta que he quedado con él el primer sábado de Semana Santa… Por la mañana. Ya sé que nos vamos a Port y…
—Hombre, Mía, ni hablar del peluquín. Nos vamos el viernes, no puede ser. Queda con él otro día, pero el sábado no —empezó mi madre.
—¡Por favor! ¡Si solamente quedaremos un rato, y luego ya podemos irnos! ¡Las vacaciones son muy largas y estaremos muchos días allí, no viene de uno! —supliqué.
—Bueno, ya hablaremos del tema mañana —zanjó mi madre.
—Pero ¡es injusto! —me quejé—, no me drogo, no bebo, no fumo, saco alguna buena nota, no armo follones en clase, colaboro en casa… ¿Qué más queréis? ¡Si soy una hija ejemplar!
—¡Ja, ja, ja! ¡Es tu obligación! Vaya con la niña. ¡Y nosotros te mantenemos! – contestó mi madre.
—¡Pues no haberme tenido! —grité enfadada. Y me levanté para irme, ruborizada de la rabia, a mi habitación.
—Ay, Mía, todo termina siempre con una bronca contigo. No hay día que no te enfades por algo.
Me encerré en mi cuarto y empecé a llorar. ¿Qué pasaría si le decía que no? No querrá volverme a hablar, me borrará de sus contactos y no sabré nada más de él. Adiós a tener novio, adiós a estar con un chico mayor que yo. Y encima parece majo. ¿Dónde encontraré a alguien capaz de viajar de una ciudad a otra por mí?
Lloré desconsoladamente de la impotencia, de la rabia que me daba no sentirme comprendida. ¿Qué les costaba a mis padres ir un día más tarde al pueblo? ¡Nada! Pero no les daba la gana, y eso me crispaba por dentro. El hecho de que otra persona tuviera el poder de decidir sobre mí me ponía histérica. Aunque esa persona fuera mi padre o mi madre, me daba igual. Nunca me ha gustado eso y, en aquel entonces, aunque tuviera 13 años, seguía sin hacerme gracia. Era dejar parte de mi felicidad en manos ajenas, y por ahí no pasaba. Así que tomé una decisión: ayudaría a mi hermano con los deberes a cambio de que me ayudara a convencer a mis padres.
Al día siguiente me despertó mi madre, como todas las mañanas, para ir al colegio. Tardé menos de lo habitual, pues quería demostrarles a mis padres que merecía que atrasaran un día el viaje al pueblo. De camino a la escuela, mi madre aprovechó el trayecto que hacíamos las dos en moto para soltarme la típica charla de Mía, no puedes ser así. Eres muy pequeña para tener tanto carácter. Es que te pierde la boca. Ese carácter no te llevará a ninguna parte, porque la gente se va a alejar de ti cuando vea que les contestas mal. A nadie le gusta que le peguen un bufido, y menos a nosotros, que somos tus padres. Merecemos un respeto. Charla a la que asentí como una oveja, agaché las orejas y le di la razón. Hecho que a ella le pareció muy sospechoso y me dijo:
—Uy, qué mártir te has vuelto. A ver, ¿qué quieres? Quedar con ese chico, ¿verdad?
—Mamá, ¡está dispuesto a venir hasta Barcelona! ¿Qué más quieres? Es atento, se preocupa por mí y tiene en cuenta que no me dejáis ni siquiera salir del barrio.
—Tienes 13 años.
—Sí, pero eso no le quita mérito. Mamá, por favor, ¿qué más os da? Si solamente se atrasa un día la partida hacia Port, UN DÍA.
—Bueno, está bien. PERO tendrás que ayudar a Dani con los deberes. Y quedar con este famoso chico por la mañana TEMPRANO. Nada de quedar por la tarde que yo quiero comer allí.
—¡Gracias, mamá! ¿Te he dicho ya que eres la mejor madre del mundo?
—Anda, anda, no me hagas la rosca que se te ve el plumero.
Al bajar de la moto tenía una sonrisa de oreja a oreja. Por fin podría confirmarle a Ricardo —sí, así se llamaba EL chico— que íbamos a vernos. Durante la hora del patio me escondí en uno de los lavabos de abajo y le mandé un sms:
¡Hola! He hablado con mis padres y me han dicho que puedo quedar contigo el sábado que habíamos hablado por la mañana. Luego nos iremos al pueblo.
Las clases se me hicieron eternas, estaba impaciente por ver si me habría contestado o no, así que no estuve muy atenta a lo que explicaba el profesor de catalán, el cual, por cierto, tenía una cara de chiste que no podía con ella. A veces, me pillaba aguantándome la risa y me preguntaba que qué era lo que me hacía tanta gracia, que él también quería reírse. Yo, por dentro, pensaba que si supiera realmente el motivo no le haría tanta gracia.
Y así pasé el día, entre clases, nervios y amigas. Iba a segundo de la ESO, ¿qué más podía pedirme el mundo?
Cuando salí del colegio no tenía ningún mensaje. ¿Se habría olvidado de mí? Cogí el autobús para irme a casa. Me gustaba el trayecto, mirar por la ventana e imaginarme historias. Tengo mucha imaginación.
Justo al llegar a casa sonó