LUIS HERNÁNDEZ ALFONSO
Prisión «La Campana»
Granada, 1940
LA RECLUSA | |
Sobre su duro petate | y van pasando las horas, |
la reclusa está tumbada. | los días y las semanas; |
Por los hierros de la reja, | y van pasando ¡los años!; |
la luna su luz irradia. | y ya estoy sin esperanza. |
Besa su serena frente, | Ya no veo a mis amigos, |
besa su carita pálida | mis padres ni mis hermanas. |
y le dice muy quedito: | Ya no me besan mis hijos, |
–Dime, nena, ¿qué te pasa? | como antes, cada mañana. |
–¡Ay!, luna, luna querida, | –Calla –la luna, muy quedo, |
luna bella, luna clara, | dice–, niña, calla, calla, |
que va siendo mucho el tiempo | que muy pronto volverás |
que me veo aquí encerrada; | a la libertad soñada. |
ÁNGELES MALONDA
Prisión Provincial, 1942
Cuanto atenta a la vida: Homicidios, genocidio, suicidios, etc., cuanto viola la integridad humana, como por ejemplo las mutilaciones, torturas morales o físicas, conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, etc. sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona; todas esas prácticas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización; a quienes deshonran es a sus autores y no a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador.
Gaudium et Spes, nº 27
El brillo de las palabras pasa y el valor de los ejemplos queda.
El poeta ruso Derzhavin dice:
Un tribunal injusto es un mal peor que los asaltos en los caminos. Tan sólo los que han sufrido en su propia carne lo tienen grabado en el corazón.
Un intelectual traiciona su misión si no es el más constante defensor de la civilización y la libertad de pensamiento.
MARÍA CURIE
VIVENCIAS RETROSPECTIVAS
Alguien entendido en estos menesteres de escribir me indica que, antes de dar a conocer cuanto se narra en el presente libro, debiera plasmar en unas cuartillas algunas vivencias retrospectivas que dieran idea al posible lector del estrato al que pertenezco en la sociedad que nos ha correspondido vivir; de dónde sale esa mujer que, al decir de uno de sus amigos que conoce la trayectoria de su vida, «ha batido el récord del placer y del dolor», y añade que eso tiene de bueno, que es vivir intensamente, que no es aquello de pasar por la vida «sin pena ni gloria», o sea de una manera anodina, lo cual suele ser tan corriente.
La verdad es que yo, la interesada, pienso que esos terribles trallazos que asesta la envidia, la ruindad de gentes malvadas que gozan con el dolor ajeno; el que pierda la vida un ser querido, el cautiverio, el constatar cuán perverso puede ser un sector de los humanos capaz de distorsionar hogares felices; pienso, digo, a este propósito, que existen gentes malvadas que gozan con sembrar el dolor por doquier. Si en el transcurso de los días que uno tiene que vivir se suceden todas esas felonías, como ha ocurrido en nuestra generación, no resulta interesante batir tan gran récord de dolor; ello es superior a las fuerzas humanas. Aunque uno trate de sobreponerse, el resultado es que quedas marcado para el resto de tus días; por siempre te acompaña una inmensa e íntima amargura.
AÑO 1920
Había cursado mis estudios de segunda enseñanza en el instituto Luis Vives de Valencia. El preparatorio de Ciencias, en su Universidad. La influencia que ejerció el recuerdo y consejo de mi padre fue decisiva en el rumbo que siguiera mi vida; desgraciadamente, él sufría una afección al corazón que por aquellas fechas se consideraba irremediable; la ciencia era incapaz de combatirla; esa lesión fue causa de que se fuera a la tumba cuando contaba cuarenta y seis años de edad, dejando huérfanas a sus cuatro hijas adolescentes y a un varón de corta edad. Mi padre, que era industrial, por razón de sus negocios había realizado una gira por Europa, de la que regresó con ideas avanzadas, según la época, en nuestro país. Hablaba a sus hijas, niñas aún, de la emancipación de la mujer, sobre la conveniencia del estudio para llegar a alcanzar cultura que le diera personalidad, independencia, «La independencia económica es la base de todas las independencias». Estos consejos paternos se adentraron por siempre en mi sentir, en el que produjeron huella indeleble.
Cuando llegó el día de pensar en seguir estudios superiores, se planteó el dilema de tener que salir del entorno familiar, de Valencia. Siempre fue mi deseo, mi ambición, seguir en la Facultad de Farmacia; lo había comentado con mi padre, y él se consideraba muy complacido de que ello fuera realidad algún día. En sus últimas voluntades hacía mención a este mutuo deseo, y mi madre, al tenerlo en cuenta, hubo de acceder a que me trasladara a Madrid. ¡Madrid! Mágica palabra para una provinciana de aquel entonces. Para mí constituyó un sueño que se hiciera realidad.
Durante mi segunda enseñanza había estado interna en el colegio de las Madres Escolapias de Valencia, cercano al Instituto, al que asistía a diario, puesto que era alumna oficial. Me resultaba difícil, sobre todo en los últimos años, adaptarme a la férrea y fanática disciplina monjil de aquel entonces.
RESIDENCIA DE SEÑORITAS
Hasta la Universidad había llegado la buena nueva de la existencia en Madrid de una residencia para mujeres estudiantes, fundación de la Junta para Ampliación de Estudios (Boletín Oficial de enero 1907) y regentada por la ya prestigiosa doctora en Filosofía doña María de Maeztu. Se instauró en 1915 con cabida para sesenta plazas, habiéndose conseguido el patrocinio del Estado. Acompañada de mi madre, nos dirigimos en su busca. Gratísima impresión. La directora y la señorita secretaria, Eulalia Lapresta, encantadoras. Se había ampliado el cupo de plazas hasta ciento cincuenta, o sea que dicha fundación había conseguido un gran éxito. Con gran contento de mi parte quedé admitida. Nos invitaron a visitar el grandioso recinto que ocupaba el internado, situado entre las calles Fortuny y Miguel Ángel, o sea en plena Castellana. Conjunto ajardinado, entre sus caminales, diversos