Soldados confederados, muertos durante la Segunda Batalla de Fredericksburg, 1863
Fotografía del capitán Andrew J. Russell para Mathew Brady
Los cambios en los roles de género que se produjeron durante la guerra civil fueron inmensos: si el hombre blanco perdió la capacidad para proteger y dominar su hogar y su hacienda como había hecho siempre, el hombre negro adquirió no solo la libertad sino también el poder sobre su propio hogar una vez terminada la contienda. Ahora la mujer negra podía dar prioridad a su propio hogar y familia como nunca había podido hacer durante la esclavitud, y sus hijos y su marido eran suyos, y no propiedad del amo esclavista. Después de la emancipación, la mujer negra tenía por fin un estatus legalmente reconocido como madre y esposa y una vivienda que, aunque fuese una mísera cabaña, era suya. Como apunta Elizabeth Turner, la mujer negra consideró la emancipación como algo similar al éxodo bíblico de los israelitas, aunque en el caso de los negros estadounidenses esta analogía está cargada de ironía ya que, una vez emancipados por un Moisés llamado Abraham Lincoln, tardaron más de un siglo en acceder a la Tierra Prometida de los derechos civiles y la igualdad ante la ley (Turner 14).
En el caso de la mujer blanca, no es del todo seguro si durante la guerra se hizo consciente de lo positivo que era disponer de unos privilegios y responsabilidades tradicionalmente masculinos o si, por el contrario, deseaba volver cuanto antes a una posición de sumisión a un marido poderoso que le garantizaba privilegios de raza y de clase en la sociedad sureña (Whites 72). Parece lógico suponer la existencia de numerosas dudas y de debate interior entre un cierto resentimiento por el hecho de que los hombres habían sido incapaces de proteger su posición privilegiada como lady, y el descubrimiento durante la guerra de una capacidad de decisión y de trabajo que la imagen de la lady siempre le había negado. Elizabeth Turner postula que la mayoría aceptó el retorno del hombre sureño a su posición de dominio a cambio del retorno al estatus de southern lady, mientras que algunas otras permanecieron conscientes de los cambios producidos durante una guerra en la que habían demostrado unas capacidades para la lucha y la responsabilidad individual que las habilitaba para unos roles mucho más activos en el ámbito doméstico y en el social (26). Muchas mujeres de plantadores sintieron un cierto alivio al verse libres de los esclavos, a la vez que no podían entender el hecho de que los esclavos no mostraron el más mínimo afecto por sus amos. Tuvieron que aprender a hacer muchas labores domésticas que habían hecho los esclavos y dejar de ser damas ociosas.
En Tomorrow Is Another Day (1981), Anne Goodwyn Jones observa cómo la experiencia y la fortaleza adquiridas por las mujeres blancas durante la contienda inspiraron miedo en unos hombres que se sentían amenazados por la amazona y la mujer de carácter fuerte. El miedo subconsciente a causar aprehensión en el hombre, junto con la influencia del llamado cult of true womanhood que reguló la conducta femenina desde 1820 hasta la guerra civil, llevaron a la mujer blanca a una síntesis de los nuevos roles y energías con el concepto tradicional de feminidad, lo que dio lugar a las famosas “magnolias de acero”, a “the oxymoronic ideal of the woman made of steel yet masked in fragility” (Jones 13). De esta forma, la mujer dejó de ser una amenaza para el hombre y el concepto sureño de feminidad retuvo gran parte de su carácter patriarcal, ya que las nuevas fortalezas femeninas se reservaban para el ámbito doméstico y se ponían al servicio del marido, de la familia, y del sur. Si antes de la guerra civil el trabajo era una deshonra para la mujer, después de la contienda se convirtió en una obligación para contribuir al sostenimiento de las devastadas economías familiares, y la nueva fortaleza y autonomía adquiridas por la mujer durante la guerra habrían de ponerse al servicio de los valores patriarcales, ayudando al marido deprimido, al hermano soldado o al amante descorazonado por la derrota (Jones 13-14).
Después de la guerra civil, que trajo consigo no solo la emancipación sino también más libertad para que la mujer buscase trabajo fuera de casa, la literatura femenina reflejó cada vez con mayor intensidad las experiencias y la influencia de la mujer más allá de los confines de la esfera doméstica. A veces las escritoras eran renuentes a revelar su identidad (la escritora Mary Murfree, de Tennessee, utilizó el seudónimo de Charles Egbert Craddock), pero no a escribir sobre los acelerados cambios en sus vidas. Las numerosas bajas producidas por la guerra obligaron a muchas mujeres a reconstruir sus vidas sin sus maridos, padres o hermanos. El aumento del número de mujeres solteras debido a la escasez de hombres impulsó a muchas familias a dar educación superior a sus hijas y a autorizarlas a trabajar fuera del hogar. Muchas se hicieron profesoras y algunas, escritoras. Las mujeres blancas de estratos sociales menos favorecidos se incorporaron paulatinamente a la creciente mano de obra industrial. Como observa C. Vann Woodward, entre 1885 y 1895 el número de mujeres en las fábricas de Alabama se incrementó en un 75% (226). Privada del estatus de la southern lady, la mujer pobre se fue incorporando al trabajo en las fábricas de algodón y de tabaco a partir de 1880. La mujer negra solo tenía acceso al trabajo como sirviente doméstica o como lavandera independiente. Aunque el hombre negro se fue incorporando poco a poco a la industria textil para hacer los peores trabajos, y siempre separado de los hombres y mujeres blancos, la mayoría de las fábricas textiles no admitieron mujeres negras hasta la década de 1960 (Turner 39).
En “The New Woman of the New South”, un influyente artículo de 1895, Josephine Henry describía a las mujeres “who stand on higher intellectual ground, who realize their potentialities, and who have the courage to demand a field of thought and action commensurate with their aspirations. [...] To them the drowsy civilization of the age appeals for some invigorating incentive to higher aims and grander achievements. They believe with Emerson that ‘all have equal rights in virtue of being identical in nature.’ They realize that liberty regards no sex, and justice bows before no idol” (353-54). A pesar de la fuerte oposición a la igualdad de género, los numerosos cambios en las relaciones domésticas producidos a raíz de la guerra, y que se reflejaban y debatían en la literatura de la época, apuntaban a la aparición de la llamada new woman de finales del siglo XIX. En el sur, esta figura emergió con más retraso y dificultades que en el resto del país, debido al poderío de la imagen de la southern lady. Según Anne Firor Scott, los argumentos en contra del sufragio femenino resaltaban la imagen de la mujer sureña tradicional en peligro de masculinizarse si se alejaba de su ámbito tradicional (170). El conflicto entre la mujer nueva y la tradicional es, como veremos en el capítulo II, uno de los temas centrales de la prolífica narrativa de Ellen Glasgow. En sus novelas constatamos cómo el sur estaba siendo invadido por el industrialismo, por lo modernidad y también por el impulso de una nueva mujer que exigía una educación mejor, mayor independencia financiera y más poder político.
La nueva mujer que surgió en el sur contribuyó enormemente a la llegada de un nuevo mundo. Pero la mujer blanca siguió en muchos aspectos aferrada a su pedestal, especialmente en lo que respecta a sus privilegios y su actitud para con la mujer negra, cuya lucha por la igualdad era mucho más dolorosa e intensa. Josephine Henry cita una carta de una mujer inteligente y acomodada de Beaumont, Texas, que escribió que “The women of the South should be the very first to work for the ballot, to preserve its homes, its institutions and its individuality from the great influx of opposing forces from the North, East and West, from the foreigner and negro. The Southern woman has now the choice to inherit her land or pass into a tradition” (362). Nada más paradójico que la defensa de la participación de la mujer blanca en la acción política para defender un sistema patriarcal que en realidad la sometía a cambio de ciertos privilegios, entre los que se contaba el mantenimiento de la supremacía racial.
Intersecciones de género y raza:
belles y ladies blancas; la no-mujer afroamericana
Durante muchos años, el estudio y el concepto de la mujer sureña estuvieron íntimamente relacionados, en la historia y en la literatura, con la imagen de la southern lady y, en su versión más joven, la southern belle. Como apunta Sara Evans, la verdad es que muy pocas mujeres sureñas vivieron la vida de la lady o exhibieron la totalidad de sus características: inocencia, modestia, moralidad, devoción sacrificada a la familia y blancura inmaculada (1353). Según