Centrarse en las mujeres mayores es otro acierto y otra aportación. Envejecer no es lo mismo para las mujeres que para los hombres, ya que los cursos vitales están condicionados por los patrones de género y el desempeño de roles generizados a lo largo de la vida establecen desigualdades que llegan hasta la vejez (desigualdades acumuladas, en términos de las autoras). En general, las mujeres tienen una situación más desventajosa que los hombres al envejecer debido a que son más vulnerables a la pobreza. Las generaciones de mujeres mayores actuales han dedicado buena parte de sus vidas a las responsabilidades familiares, lo cual repercute en tener bajas pensiones; muchas de ellas tienen un escaso nivel educacional, lo que condiciona el acceso a los bienes culturales, de ocio y participación; alcanzan edades muy avanzadas que pueden implicar severas limitaciones en la calidad de vida y, finalmente, sus aportaciones a la familia y a la sociedad están muy invisibilizadas. Paradójicamente, hay una realidad muy llamativa, y es que las mujeres mayores siguen aportando atención y cuidados familiares, tanto en su propio hogar como en el de sus hijos e hijas, contribuyendo al cuidado de sus nietos y proporcionando apoyo en la vida cotidiana. Esta labor de provisión de cuidados contribuye muy activamente al desarrollo de sus familias y al bienestar de la sociedad. Todas estas situaciones quedan muy bien reflejadas en el libro.
Otro factor de diversidad en la vejez es el que deriva de las diferencias sociales. No se llega igual a la vejez si se procede del grupo social rico o del pobre y sus matices. La mayor longevidad actual constituye una democratización de la supervivencia. Sin embargo, persisten las desigualdades en salud, que están estrechamente relacionadas con las diferencias sociales, de manera que las personas con menos recursos envejecen en peores condiciones de salud. Hay pues una injusticia social que se traduce también en la vejez. Múltiples son los factores que inciden en las desventajas de las personas con menos recursos: la precariedad de las condiciones de vida y de trabajo desde la niñez a la vejez, menores niveles de educación y de renta, menor posibilidad de acceso a los recursos, estilos de vida poco saludables (en relación con la dieta, la actividad física, la alimentación en general). Las mujeres mayores pobres sufren especialmente las injusticias en la vejez. Más pobres que los hombres y más dependientes de la solidaridad familiar que ellas mismas han construido, experimentan las posibles tensiones y conflictos de lealtad en forma de culpa, inseguridad y miedo. Miedo a no poder valerse por sí mismas, a la soledad, a convertirse en una carga para los hijos e hijas. La existencia de vínculos familiares y comunitarios sólidos actúa como una red protectora ante las situaciones de adversidad que padecen las personas ancianas y tienen especial relevancia en los países con políticas sociales más débiles.
Esta intersección entre edad, género y clase está magistralmente recogida en el libro. Ha sido también un acierto metodológico escoger clubes en tres comunas de áreas muy diferenciadas socialmente: Independencia, Santiago Centro y Providencia, donde se expresan estas formas distintas de envejecer. La metáfora de la trinchera se aplica de forma muy clara a la dinámica del club de Independencia, donde la comunidad actúa como una forma de protección de las mujeres y ayuda a seguir adelante a pesar de sus problemas y dificultades. Ayudas materiales y emocionales que permiten compensar, aunque sea en parte, los múltiples “descuidos” que sufren estas mujeres. En el caso de Santiago Centro se destaca la poética de la vejez, la capacidad para aportar vida y calor al inhóspito y rígido espacio del edificio en que se alberga el club y en el que predomina el cemento, que tanto contrasta con el local que tenían antes. Conseguir romper las normas estrictas del orden establecido por los funcionarios municipales constituye una suma de pequeñas victorias que dotan de sentido y significado a los espacios y actividades compartidas. En el caso de Providencia se destaca en el texto la negociación de las distinciones. Se trata de mujeres con nivel educativo elevado, que negocian con las propias investigadoras sus métodos y estrategias de análisis, que han sufrido el menoscabo masculino a partir del cuestionamiento o subvaloración de sus actividades, donde el club es un espacio de libertad y que se caracterizan por tener una elevada consciencia y participación política.
El método etnográfico ha sido aplicado desde la sensibilidad y quehacer feminista. Las investigadoras han participado en las actividades de los clubes estudiados, en los que se incorporan de forma prudente y tímida al inicio y donde acaban teniendo su propio estatuto. Han “habitado las trincheras” según sus propias palabras, y para ello han tenido que negociar su presencia en cada uno de los clubes. Y, en este proceso, las etnógrafas consiguen tener un espacio asignado, un rol atribuido y unas relaciones definidas. Ellas están allí para observar desde la participación en la actividad. Y, al mismo tiempo, ellas son observadas, clasificadas, etiquetadas. Esta interacción entre observar y ser observadas condiciona la forma de obtener el conocimiento. Es muy ilustrativo ver cómo las investigadoras entran ellas mismas en las lógicas del cuidado comunitario y cómo ellas mismas cuidan las interacciones que generan. Y esto otorga también valor al libro como producto de esta forma de investigar. La observación participante permite reconstruir las prácticas sociales que desempeñan agentes específicos en el contexto en que se generan. Haber participado en los talleres ha permitido realizar el análisis sutil de las dinámicas en su interior.
El libro aporta además unos capítulos introductorios útiles: un estado de la cuestión sobre las mujeres mayores en la investigación social, un capítulo dedicado a presentar la organización social de los cuidados y el envejecimiento en Chile (el papel de la familia, del Estado, del mercado y de la comunidad) y otro que explica las estrategias metodológicas para aproximarse a los clubes de mujeres y para relacionarse con sus componentes. Finaliza con conclusiones que sintetizan las principales características del cuidado comunitario, desde sus dimensiones sociales y políticas.
Y acabaré refiriéndome a las autoras. Conocí a Herminia Gonzálvez Torralbo en un congreso que se celebró en Barcelona. Recuerdo perfectamente el momento en que me explicó la investigación que estaba llevando a cabo en Santiago de Chile sobre mujeres, vejez y cuidados comunitarios. Estábamos compartiendo mesa mientras almorzábamos, éramos un grupo grande y estábamos cerca. Me interesó lo que me explicaba, hablaba con pasión de su trabajo; percibí que no era una mera formalidad lo que estaba haciendo, sino que le interesaba mi opinión. Esto sería el inicio de un diálogo y colaboración académica y también de un vínculo personal y de amistad. Porque la relación con Herminia no puede ser de otra forma. O es una relación fuerte o no es. Porque es alguien que cuida de ella misma y cuida de su entorno; es prudente y valiente al mismo tiempo; tiene iniciativa y ambición y, a la vez, tiene en cuenta con quien está y cuáles son los deseos y expectativas de los demás. No menciono esto gratuitamente: esta actitud cuidadora impregna las páginas de este libro que tienen entre manos.
El libro es una obra colectiva. Herminia Gonzálvez y Menara Guizardi son quienes conducen la investigación y arman la publicación. Comparten autoría con Alfonsina Ramírez, Catalina Cano, Francisca Ortiz y Sofia Larrazabal. Se trata pues de un trabajo en equipo. Tuve oportunidad de conocer a parte de sus componentes en la breve estancia que realicé en Santiago de Chile en octubre del año 2018. Hicimos alguna sesión de trabajo conjunto para comentar la investigación y aprecié la calidad humana e investigadora que se mostraba. Lo cual nos habla de una formación de calidad, y de un funcionamiento que sabe aprovechar las cualidades que cada miembro puede aportar. No puedo escribir sobre cada una de las autoras con el detalle e intensidad que he hecho con Herminia, pero sí debo dar valor a lo que significa una investigación realizada en equipo, que no solo posibilita sumar los aportes de cada investigadora, sino que los multiplica.
No me queda más que recomendar la lectura de este texto, escrito con rigurosidad y bien hacer, que aporta conocimiento sobre dimensiones de la sociedad chilena, sobre las mujeres mayores y sobre el cuidado comunitario. La vejez es abrumadoramente femenina. Y en nuestras sociedades las personas mayores son cada vez más numerosas. Vale la pena pues conocer lo que el libro nos relata.
Dolors Comas d’Argemir
Catedrática de antropología social y cultural.
Universidad Rovira i Virgili, Tarragona, España.
Introducción
Herminia Gonzálvez Torralbo y Menara Guizardi
Para mí, envejecer es