Otro de los aspectos que se abordan en Más allá de las palabras con especial interés es el de la actividad teatral como acontecimiento social, superador por lo tanto de un texto: desde la comedia barroca y sus innumerables ecos a través de los siglos, hasta las distintas escenificaciones de Valle-Inclán en el XX. Y también las interferencias bien entre escritores, como Lorca y García Márquez, bien entre figuras y espacios, como las adaptaciones del Cid en América, o bien a través de los textos y libros manuscritos, como los que se encuentran en la Biblioteca Jaguellónica de Cracovia.
Pero si un fenómeno caracterizará nuestra época en relación con el libro, los modos de lectura y los circuitos de difusión de obras será la irrupción de lo literario en el mundo digital. También aquí queremos reflexionar sobre cómo publicar en red, de qué forma la literatura periférica o relegada por el canon obtiene un nuevo espacio de visibilidad, de qué manera se acomoda la mirada crítica, hacia el Modernismo por ejemplo, o qué posibilidades de trabajo de investigación ofrecen las bitácoras, en el caso de la poesía española a partir de Las afinidades electivas, o las nuevas bases de datos, como ArteLope por ejemplo.
Finalmente, dedicamos algunas reflexiones a la didáctica de los textos literarios, en secundaria concretamente, y a alguna de sus figuras más relevantes, como José Manuel Blecua, puesto que resignifican el texto literario y lo capacitan para nuevas funciones, otorgándole un valor nuevo y nada desdeñable.
El volumen que aquí presentamos, pues, pretende dar luz a ese umbral que circunda el hecho literario y que confiere un nuevo estatuto al texto mismo, a su autor y, por qué no, a su función social.
LOS EDITORES
EDICIÓN Y CRÍTICA LITERARIA
MÁS ALLÁ DEL NACIONALISMO
Españoles y mexicanos en Joaquín Mortiz
Aurora Díez-Canedo Flores Universidad Nacional Autónoma de México
En este texto retomo algunas ideas de un trabajo anterior que presenté en La Plata en 2011 en una mesa donde el tema era la absorción de las editoriales independientes por los grandes consorcios.1 Joaquín Mortiz, que nació como una editorial independiente en 1962, fue comprada por el Grupo Editorial Planeta en 1883. El sello existe todavía dentro de Planeta, pero su presencia y visibilidad en el panorama editorial mexicano han disminuido notablemente. Ligada al nombre y a la vida de su fundador, Joaquín Díez-Canedo, hoy es una editorial casi mítica. Algunas de sus primeras ediciones se han convertido en rarezas y se cotizan alto entre los coleccionistas y bibliófilos. Cuando Díez-Canedo murió, en junio de 1999, el encabezado de la sección de Cultura del periódico La Jornada decía: «Falleció Joaquín Díez-Canedo, el último Quijote editorial del país» (La Jornada, 1999: 21). En 2012 se cumplieron 50 años de la fundación de Joaquín Mortiz y el hecho pasó casi desapercibido.
Con la frase «remontando el nacionalismo», intento explicar cómo Joaquín Mortiz logró abrir, por medio de su catálogo, un espacio de relativa autonomía en el cual fue posible remontar prejuicios y barreras entre los exiliados españoles, por un lado, y, por otro, encauzar las inquietudes e intereses de escritores mexicanos más allá de una tradición y valores nacionalistas.
Utilizando la propuesta de Ignacio Sánchez Prado de «nación intelectual», me refiero a «un conjunto de producciones discursivas, enunciadas sobre todo desde la literatura, que imaginan, dentro del marco de la cultura nacional hegemónica, proyectos alternativos de nación» (2012: 129).
Mortiz abrió puertas a los escritores jóvenes de México de los años sesenta, la llamada «literatura de la onda», los cuales figuraron en sus colecciones al lado de otros consagrados, herederos de la novela de la revolución, como Agustín Yáñez, o en plena alza, como sería el caso de Carlos Fuentes, por mencionar dos nombres bien conocidos. En Joaquín Mortiz aparecieron primeras ediciones de autores como Juan Goytisolo, José Ángel Valente, Pablo de la Fuente, al lado de las de los exiliados en México de distintas generaciones, como Otaola, Max Aub, Agustí Bartra, Francisca Perujo, Federico Arana, entre otros, así como de simpatizantes con la causa de la II República, entre ellos, Ilya Ehrenburg, Andrés Iduarte y Octavio Paz. Al incluir en su catálogo a autores hispanoamericanos e importantes traducciones, el panorama de la literatura en México se internacionalizó.
Con el objeto de volver eficiente la distribución de los libros, Díez-Canedo creó la distribuidora Avándaro, con uno de sus socios, el encuadernador mexicano Jorge Flores del Prado.
Como diría Díez-Canedo en una entrevista del año 1993,
lo importante de un libro no es el autor, tampoco es el editor, lo importante del libro es el lector, y las editoriales pequeñas generalmente no tienen un buen aparato de distribución, así que no servirá de nada que publiquen un excelente libro si no tienen manera de hacerlo llegar a los lectores (1993: 58).2
Si bien a la rápida consolidación y el prestigio adquirido por la editorial Joaquín Mortiz desde sus inicios contribuyeron circunstancias económicas, políticas y sociales, hay que destacar el compromiso del editor con el que fue su país de acogida desde 1940, la intención de integrar en el contexto mexicano, de manera a veces muy sutil, los ideales, los nombres y las obras de la tradición de la España republicana. Especialmente significativa es la edición en la serie del Volador de El jardín de los frailes, de Manuel Azaña, publicada para conmemorar el trigésimo aniversario de la Segunda República, que lleva en el colofón la fecha 14 de abril de 1966 y tiene un memorable texto de contraportada que rescata lo que escribiera el crítico Enrique Díez-Canedo cuando esta obra se publicó por primera vez en 1926.
Sobre lo que significó una editorial como Joaquín Mortiz en su mejor época (1962-1982), las décadas de los sesenta y setenta, cito algunas opiniones representativas de dos generaciones en aquellos años:
La de José Emilio Pacheco (que publicó en Mortiz Morirás lejos, 1967; No me preguntes cómo pasa el tiempo, 1969, y El principio del placer, 1972):
Era la editorial justa en el momento preciso, la década de la que otro gran amigo de Joaquín Díez-Canedo, Robert Escarpit, llamó «la revolución del libro de bolsillo» y el surgimiento de los lectores […] que hicieron posible el auge de la narrativa hispanoamericana y su incorporación a la literatura universal (1999: 52-53).
La de Jaime Avilés, escritor y periodista, quien desde fuera entiende la función de esta editorial como una aportación al cambio cultural y político:
…don Joaquín Díez-Canedo fue lo suficientemente visionario al extender a los jóvenes escritores de los sesenta un rotundo certificado de adscripción a una sociedad tan cerrada como era la de entonces, en tiempos de Díaz Ordaz, avalando de este modo a esa generación destinada a caer en Tlatelolco, y a todas las generaciones que, después de recoger los cadáveres en la plaza, ocuparon un lugar muy distinto en la vida pública de México y cambiaron la vida privada rápidamente.
Si la literatura de la onda no reportó mayores beneficios a la literatura en sí misma, su aparición en una editorial tan prestigiosa como Mortiz, contribuyó sin duda a consolidar un espacio de mayor tolerancia social para los jóvenes y, si esto no sirvió para crear un sistema político más potable, al menos redujo el control autoritario que la iglesia y el estado ejercían sobre los jóvenes…(1992a: 58).
Por último, José Agustín, uno de los autores más representativos de la llamada «literatura de la onda» (publicó en Mortiz varios de sus libros más importantes), escribe:
En 1962, la literatura obtuvo un