El ejemplar comportamiento de los habitantes de Sagunto, que prefirieron morir antes que entregarse a los invasores, había recibido, con el apoyo de la arqueología y de la historiografía, una interpretación simbólica que veía en la resistencia contra Aníbal un primer paso esencial en la formación de la identidad nacional española; un discurso del que posteriormente harían uso también la República y la dictadura franquista.7 Sin embargo, el mito nacionalizador del valiente saguntino, cuya ejemplaridad y amor por la libertad trazaban una línea de continuidad a través de los siglos, resultaba también apropiado para una reinterpretación en el sentido del movimiento de oposición contra la dictadura. Como símbolo de la lucha contra los «tiranos y opresores» no se erguían ya los muros defensivos del antiguo castillo, sino los altos hornos de la planta siderúrgica. Con su referencia a la gloriosa historia de la ciudad el informante de Puerto de Sagunto esbozaba una línea de continuidad con las protestas obreras, las cuales como las históricas luchas de liberación tendrían un efecto ejemplarizante para otros centros industriales y que debían otorgar a la ciudad una funciónen el plano ideal pero también en el prácticodirectriz en la resistencia organizada de la región. A la vista de los grandes éxitos alcanzados por el movimiento obrero saguntino en la organización de las huelgas intensivas durante el periodo 1961-1965, dichas expectativas se encontraban entonces muy extendidas entre los activistas antifranquistas de Valencia pero, como será expuesto a lo largo del presente trabajo, no podrían llevarse a término en el plano real. Pese a los numerosos intentos por parte de los partidos clandestinos, especialmente del PCE, de estrechar los lazos organizativos entre los movimientos de resistencia de Puerto de Sagunto y sus estructuras regionales y nacionales, y de convertirlo en el motor de la oposición valenciana, ello sólo fue posible de forma muy limitada. La razón radicó en la singularidad del movimiento obrero en el microcosmos de una localidad industrial dominada por la omnipresente fábrica. Sin embargo, o precisamente quizá por ello, se desarrolló de forma paralela, como sería también el caso de la España del final de la década de 1960, una serie de grupos de resistencia alternativos que incluirían grupos de población más allá de los trabajadores.
Notes
1 AHPCE Madrid, Correo de la Pirenaica, 190/14, Rf. 43, 1965.
2 No conocemos al obrero por su nombre real y tampoco sabemos nada más sobre la vida. Los acontecimientos aquí descritos son una reconstrucción a partir de los informes de testimonios de la época así como del contenido de la carta conservada en el Archivo del PCE
3 Luis zaragoza Fernández, Radio Pirenaica, La voz de la esperanza antifranquista, Madrid, Marcial Pons, 2008, pp. 338 y ss.
4 AHPCE, Madrid, Correo de la Pirenaica, 190/14, Rf. 43, 1965.
5 La instrumentalización del mito «Sagunto» para la formación de la identidad nacional española había llevado ya dos décadas antes, en 1868, a la decisión oficial de sustituir el nombre medieval de la ciudad, Murviedro (literalmente «Muro viejo»), por el de Sagunto.
6 (Teodoro Llorente, 1888), Antonio Chabret, Sagunto. Su historia y sus monumentos, tomo 1, 1ª edición, Tipografía de los Sucesores de N. Ramírez y C. barcelona, 1888, p. Vii.
7 El discurso de la heroica resistencia sería posteriormente recogido por el filólogo español Menéndez Pidal, quien designaría Sagunto como «cuna de la Hispanidad». Para la discusión sobre la instrumentalización de la historia saguntina en la historiografía, véase Carmen Aranegui Gascó, Saguntum, Oppidum, emporio y municipio romano, barcelona, Ediciones bellaterra, 2004, pp. 28-32.
El presente libro está centrado en las diversas formas de la oposición activa y pasiva en el núcleo industrial de Puerto de Sagunto entre los años 1958 y 1977, una época marcada por el crecimiento económico y la consolidación, pero también por crecientes conflictos sociales y políticos. No obstante, pese a su referencia local este trabajo no está limitado al estrecho foco de una única ciudad, sino que en él se trata de investigar a partir de un caso concreto la aparición de grupos opositores y de protesta social, para luego contrastar los resultados de dicho análisis con el desarrollo del conjunto de España. El ejemplo de Puerto de Sagunto resulta interesante porque en esta localidad se puede observar en un espacio bien delimitado el desarrollo de la moderna sociedad industrial española y el surgimiento de redes sociales de inmigrantes. Estas últimas son claves a la hora de entender la cultura de oposición de los años sesenta y setenta, así como la interacción entre el movimiento obrero y la resistencia popular en general. A través de su larga tradición como ciudad obrera, en Puerto de Sagunto existía, ya desde los inicios de las primeras iniciativas industriales de los fundadores vascos de la empresa, un fuerte activismo sindical y político. En las décadas de 1920 y 1930, sobre todo durante la crisis económica mundial, la CNT dominó y controló las numerosas huelgas. En los años de la guerra civil un comité de trabajadores asumió temporalmente la dirección de la producción de los altos hornos al servicio de la República. La omnipresencia de una única y gigantesca fábrica que daba trabajo a una gran parte de la población laboral masculina tuvo consecuencias sumamente variadas y de largo alcance para las estructuras sociales y urbanas: la ciudad se encontraba prácticamente en una situación de «tiránica dependencia» con respecto de toda la actividad industrial de aquélla. Las crisis económicas o las fases de crecimiento tenían una repercusión directa en la evolución demográfica y la ampliación del trazado urbano, mientras que la zona industrial y los espacios de población humana se encontraban intrínsecamente unidos y se superponían entre sí. En el mismo sentido la existencia de la fábrica influía también en la oposición (y en su historiografía): a primera vista el movimiento obrero en la fábrica, bajo una fuerte influencia del PCE, no parecía dejar espacio alguno para el surgimiento de otros grupos de protesta o partidos clandestinos. Pero, pese a ello, en los últimos años del régimen franquista había un amplio paisaje de grupos de resistencia popular y obrera más allá de la sombra del movimiento de fábrica.
A la hora de investigar la oposición contra el franquismo, subraya Pere Ysas, reconocido investigador de la resistencia antifranquista, que «no puede olvidarse ni minimizarse la centralidad de la violencia represiva en toda su trayectoria desde sus sangrientos orígenes hasta sus últimas ejecuciones en septiembre de 1975».1 Aunque por parte del régimen hubo, evidentemente, iniciativas para asegurar(se) la aceptación de amplios sectores de población, éstas no iban dirigidas a alcanzar un «consenso activo y entusiasta»,2 como propagaban por ejemplo los nacionalsocialistas alemanes con su concepto de Volksgemeinschaft o comunidad nacional-racial. El franquismo, definido y legitimado hasta la muerte del dictador exclusivamente mediante el discurso de la guerra civil como victoriosa «campaña» contra las fuerzas republicanas y socialistas, excluyó desde un primer momento la posibilidad de integrar precisamente a aquellos grupos de población pertenecientes a los perdedores, es decir, a los antiguos partidarios de la República. La falta de un concepto visionario integrador, como el que existía en la Italia fascista y en Alemania, estaba estrechamente ligada a la falta de seguridad que sentía un régimen que debía de suponer en las fuerzas republicanas derrotadas una amenaza constante para la estabilidad del Estado franquista. Los garantes para el mantenimiento de un consenso general silencioso y pasivo fueron la intimidación permanente de la población y la despiadada represión de sus enemigos políticos.
Hasta finales de los años cincuenta España padeció, a consecuencia de la guerra civil y sobre todo de la autarquía económica ordenada por Franco, una economía de escasez extrema. El atraso industrial, el racionamiento, los bajos sueldos y un abastecimiento general crónicamente deficiente se añadieron al sufrimiento de los vencidos que, en el caso de no haber sido víctimas de las limpiezas de los «nacionales», es decir, de fusilamiento o encarcelamiento, tuvieron que soportar condiciones extremas. Para la generación de la guerra fueron «años de silencio»: comunistas, socialistas y líderes sindicales fueron al exilio o se encontraban presos, mientras que el miedo extendido al aparato represivo franquista hizo que se abandonara la resistencia activa. Las ideas de oposición eran