Como se verá en las páginas de este libro, parte del desafío que hemos asumido desde el colectivo docente es considerar las prácticas pedagógicas como procesos creativos y divergentes. Lo cierto es que los espacios de educación no formal —como la UVA— ofrecen un territorio único para la enseñanza de las artes: su naturaleza flexible, abierta e incluyente, democratiza este campo del conocimiento. Enseñar y aprender arte es, sobre todo, una posibilidad de imaginar nuevos mundos, nuevas formas de relación entre individuos.
Es nuestro deseo que las prácticas aquí registradas sirvan a otros colegas —profesionales de las artes, la educación, la gestión cultural, etc.— para mirar sus propias experiencias, y con ello, fortalecer el panorama de la educación artística.
Septiembre, 2019
Introducción
Propiedades alquímicas de la UVA
Jesús Cruzvillegas
1. Espacios y Derechos culturales
En la actualidad, uno de los principales debates en materia de los Derechos culturales está relacionado con la labor de los espacios culturales. Se resalta que los espacios son vitales para construir comunidad, revertir la violencia y preservar el medio ambiente, entre otras virtudes.
Se debe promover a los espacios culturales porque «son lugares de encuentro que estimulan la generación de ideas, (…) laboratorios de innovación artística y aprendizaje colectivo, pero también de innovación social, pues su fin último es el fomento y desarrollo de una ciudadanía activa» (Red Transibérica, sa).
En los principios de la Agenda 21 de la Cultura se menciona que para contribuir al desarrollo cultural de la humanidad, los espacios locales «constituyen los ámbitos de la diversidad creativa, donde la perspectiva del encuentro de todo aquello que es diferente y distinto (procedencias, visiones, edades, géneros, etnias y clases sociales) hace posible el desarrollo humano integral» (2004: 8).
Sin embargo, al momento de implementar políticas públicas hay discusión sobre el significado de «espacio cultural» y cómo establecer su regulación.
Por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires, recientemente se aprobó (noviembre de 2018) una ley que define a los centros culturales como «espacios de hasta 500 m2 de superficie y hasta 300 personas en los que se realizan actividades y exposiciones relacionadas al arte y la cultura» (Sáliche, 2018). Parece muy limitante esta normatividad, pero algunos la vieron como un logro, puesto que ya considera espacio cultural donde haya baile, antes no.
En la Ciudad de México se ha avanzado en materia de legislación cultural; nuestro reto ahora consiste en reglamentar los espacios culturales para su fomento y no para su control burocrático. El artículo 11 de la ley de los Derechos culturales de los habitantes y visitantes de la Ciudad de México enuncia:
La presente ley afianza la diversidad cultural de las personas, grupos, comunidades, barrios, colonias, pueblos y barrios originarios y de todos quienes habitan y transitan en la Ciudad de México; a estos efectos provee de un marco de libertad y equidad en sus expresiones y manifestaciones (sic) culturales en sus formas más diversas.
I.- Para los efectos toda persona, grupo, comunidad o colectivo cultural (…) les asiste la legitimidad en el ejercicio, entre otros, de manera enunciativa y no limitativa, de (…)
h) A constituir espacios colectivos, autogestivos, independientes y comunitarios de arte y cultura, los cuales contarán con una regulación específica para el fortalecimiento y desarrollo de sus actividades, siempre favoreciendo su fomento (…) (Asamblea Legislativa, 2018: 6)
El centro de la reflexión es que los espacios no sólo representan el «acceso a bienes y servicios culturales», sino que deberían ser expresiones vivas de su entorno y comunidad, con una mirada crítica de la realidad y plataformas para transformación.
Con el objetivo de «desarrollar facultades artísticas, intelectuales o sociales mediante la educación no formal y la creación de comunidades de práctica y aprendizaje» (Cultura UNAM, 2019 a), el Centro Cultural Universitario Tlatelolco [CCUT] inició en 2010 las actividades de la Unidad de Vinculación Artística [UVA].
Con este espacio, nuestra máxima casa de estudios hace una apuesta comunitaria, con un enfoque más relacionado al ejercicio de los Derechos culturales: «todas las edades, perfiles e intereses caben en la UVA, aquí celebramos la diversidad, lo heterogéneo, lo flexible, el encuentro y la posibilidad de encontrarnos en un espacio universitario donde la creación artística nos permita explorar nuevas formas de reconocernos como comunidad» (Cultura UNAM, 2019 b).
La UVA es un espacio cultural institucional, afortunado por su ubicación estratégica; sólido por el respaldo de la universidad pública más importante de América Latina; y comprometido con la generación de ciudadanía.
2. ¿Qué hacer frente a la necropolítica?
Nos encontramos en un contexto adverso de violencia y desesperanza. La necropolítica domina nuestra realidad.
La escritora Mónica Nepote plantea: «¿Cómo contrarrestar la necropolítica? Con la vida. La fiesta es la vida. La política nos pertenece a todos, la política está en nuestras acciones…» (Noticias 22, 2015).
La necropolítica rige a través de la muerte, el terror y el miedo que nos reducen al individualismo, a la cosificación, al encierro. ¿Qué cosas se contraponen a lo individualista y lo privado? Lo colectivo y lo público: la música, la fiesta, el baile y el goce son un respiro y un aliento que nos permite sobrevivir.
Un espacio por sí solo no basta para lograrlo; requiere que la comunidad lo haga suyo. Para contrarrestar la criminalización y discriminación hacia entornos cercanos al espacio (colonias Guerrero, Atlampa, etc.) se debe priorizar la atención a esas comunidades y su aporte desde la exclusión.
Como indica Clara Valverde:
Las iniciativas, ideas y grupos implicados en lo común son el antídoto contra la necropolítica. Lo que el poder absoluto quiere dividir, nosotros lo tenemos que juntar. Nos tenemos que juntar enfermos, sanos, trans y todos los géneros, razas varias, ancianos, niños… No funciona que los “incluidos” inviten a los excluidos a sus movimientos. Tiene que ser al revés. Los que aún se creen incluidos necesitan ir a esos espacios intersticiales en los que habita la exclusión y empezar desde ahí. (2016)
Todas las actividades de la UVA hacen esta invitación a ejercer el «derecho al disfrute» (categoría de Amparo Sevilla), donde pareciera que el Estado «otorga el permiso a los ciudadanos para que puedan divertirse» cuando en realidad es un derecho para todas las personas «ejercer su facultad de bailar, escuchar música y otras actividades placenteras en el espacio público» (2004).
3. Propiedades alquímicas de la UVA
Como indica la escritora Jocelyn Pantoja, la cultura es «un motor e impulsor de la transformación, por lo que no (solamente) debe ser entendida como una medida de entretenimiento, sino como un espacio de sanación y recomposición social, que permita reconocer y hacer de la diversidad cultural un recurso potencial» (Secretaría de Cultura, 2018). Cuando un espacio cultural llega a funcionar con un carácter transformador de la comunidad, es alquímico en la medida que se trata de una «transmutación maravillosa e increíble».
La UVA transformó el lugar donde estuvo el Centro de Desarrollo Infantil Rosario Castellanos, de la SRE, para convertirse en un espacio de promoción de Derechos culturales, en relación con la citada ley de la Ciudad de México:
Art. 36.- Las políticas culturales de la Ciudad de México (…) favorecerán y promoverán la cooperación de todos aquellos que participen en la promoción, difusión y respeto a los derechos culturales y si fuere necesario, fortalecerán y complementarán