Ostracia. Teresa Moure. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Teresa Moure
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788409329564
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solo para cumplir sus deseos... No sé si todo pudo ser así tan melifluo.

      −¡No! ¿Pretendes decir que mi visión de chiquilla me engañaba? ¿Que mi madre nos había traspasado su ternura? ¡Bah...! Fue Trotski, creo, quien describió a Nadia como una asistente entregada, competente y extraordinariamente diligente. Y es cierto. Pero eso no significa servilismo.

      −No quiero discutir, linda, pero da la impresión de que todas las mujeres de su ámbito de acción se quedaban fascinadas por él. Dudo si no se serviría de ellas como un tirano. Construyó un mito donde las mujeres aparentemente figuraban en la historia, aunque en realidad fuesen las sumisas de siempre.

      Várvara percibe cómo se repiten los términos sumisión o servidumbre que también había pronunciado Alexandra Kollontai y piensa que tendrá que reflexionar sobre ello más tarde. El tema es espinoso. Ahora se pone en guardia e intenta que su voz suene relajada:

      −¡Bueno! Déjalo. ¿Y qué traes para combatir el estereotipo?

      −¿Recuerdas que Lenin sufrió un atentado en el 18?

      −¡Oh, claro! Todo el mundo lo sabe...

      −No todo el mundo tiene que acordarse de aquel episodio de unos tiempos tan turbulentos, pero tú sí... Pues la acusada fue una mujer: Fanny Kaplán.

      −Me suena ese nombre, sí.

      −Kaplán era una obrera en Odesa, de origen judío, que en la fábrica debió de unirse a grupos anarquistas. Fue acusada de participar en un atentando contra el gobernador de Kiev y condenada de por vida a un campo de trabajo de Siberia.

      −¿Tuvo éxito el atentado?

      −No. El gobernador salvó el pellejo, pero en la explosión murió alguien accidentalmente y la prendieron. En la cárcel entra en contacto con otras mujeres, socialistas y anarquistas, más formadas políticamente que ella. Le cuentan historias de terroristas que participaron en asesinatos a las autoridades y, al ser detenidas, fueron golpeadas, violadas y enviadas al exilio. Muchas de esas historias serían las suyas propias…

      −Vuelves a perderte en anécdotas literarias… ¡Qué portento de imaginación! ¡Estás ya dentro de la cárcel asistiendo a las conversaciones de las presas!

      −Me gusta siempre complacer trabajando con lentitud –dice Yákob con mirada insinuante.

      −Broma repetida es broma no aplaudida... Por favor, necesito saber… ¡Continúa!

      −Bien, parece que en la prisión se queda ciega y pretende suicidarse, pero no lo consigue por la intervención de sus compañeras y, en una muestra de auténtico coraje, aprende a leer Braille y a moverse en su nueva situación hasta recuperar la vista.

      −¿Ahora vas a contarme que sucedió un milagro? −Y Várvara ríe, escondiendo la cara entre las manos, francamente divertida.

      −Un poco de seriedad, ¿sí? En la cárcel las presas desarrollaban muchas enfermedades, algunas físicas por la pésima alimentación, y otras nerviosas. Calculo que se trataría de una ceguera inducida por el estado de ánimo.

      −¿Eso realmente existe? ¿O continúas fantaseando con tu relato particular?

      −Eso es de la máxima actualidad científica. ¿Acaso no lees a Freud...? La Kaplán se recupera y es liberada cuando la revolución de febrero acaba con el gobierno imperial. Con distintas andanzas, en las que ahora la Señora-toda-rapidez no estará interesada, la Kaplán se siente decepcionada por Lenin y marcha a Simferópol.

      −Donde distintas facciones socialistas habían formado el gobierno rival…

      −¡Exacto! Y ahí consigue un trabajo en la administración hasta que, en el 18, el ejército bolchevique recupera el control de la ciudad y disuelve las instituciones. Cuando las diferencias políticas determinan que los bolcheviques ilegalicen a los demás partidos, pues…, ella no se lo piensa dos veces y decide matar a Lenin.

      −¡Qué extraña decisión! ¡Y qué cruel!

      −Sí. Debía de ser un personaje peculiar. Aguardó a que Lenin saliese de una fábrica de armamento donde había pronunciado un discurso y, en cuanto lo vio, gritó su nombre y le disparó tres tiros. Uno de ellos quedó alojado en su cuello, creo...

      −Sí, cuando entró en la parte más penosa de la enfermedad, los médicos decían si el plomo de una bala estaría envenenando su cerebro… Sería esa la bala, supongo...

      −Pero, pequeña investigadora mía, lo que tienes que saber es que no hubo testigos de que fuese ella quien disparó. Estaba oscuro, había una multitud congregada y nadie estaba seguro de nada.

      −¿Y qué pasó con ella?

      −Aunque Lidia se empeñaba en pasar rápido por ese incidente, entiendo que el asunto nunca fue aclarado completamente. La mujer tenía un comportamiento extraño: no daba datos sobre su identidad, pero insistía, muy nerviosa, en que era ella quien había disparado.

      −No lo comprendo. ¿Qué hay ahí de sospechoso?

      −Aguarda, todavía falta un detalle. En el primer momento no encontraron el arma. Lidia me aseguró que en la Cheka ejecutaron a Fanny Kaplán a finales de agosto, aunque, por la documentación que vi en Moscú, oficialmente la fecha fue el 3 de septiembre... Lo justo para explicar que el arma apareciese misteriosamente el 2 de septiembre, como también tuve oportunidad de descubrir.

      −Has hecho un gran trabajo…, pero no veo qué tiene que ver el asunto de la terrorista y el tema de lo melifluo en las mujeres de Lenin. Ni mucho menos cómo relacionas todo eso con mi madre... ¿Estás intentando demostrar que la Kaplán no fue la autora del atentado?

      −Oh, es posible... Intento demostrar que no es verosímil que las mujeres de la revolución rusa fuesen tan dóciles. El espíritu de revuelta tenía que haberles dado madera de políticas, de instigadoras, de ejecutoras de actos...

      −Querido, para eso no tenías que ir tan lejos: yo podría contártelo. La principal virtud de una mujer bolchevique es la tverdost, la dureza. Debemos ser eficientes, trabajadoras, determinadas y poco sentimentales; implacables con los adversarios, francas y leales...

      −Bien, bien, bien... eso estaba claro en Lidia. Dijo cinco veces por lo menos que había que tener lealtad a la revolución y siempre creer en la victoria final... No sé qué veía en mí, pero me quedé bien enterado: nada de dudas. ¡Es dura como una roca esa mujer!

      −¡Está claro que no eres el mejor ejemplo de militante, Yákob! Tú eres un artista, no un verdadero revolucionario... Y has estado fuera de Rusia demasiado tiempo. No sabes bastante quiénes somos.

      −Haré como que no oigo... pero estoy introduciendo también la idea de que Sverdlov, ese que se ocupaba de la intendencia, de quien te hablaba al principio, daría orden de ejecutar a una pobre mujer, antes de que se probase su culpabilidad. Que uno de los líderes del mundo pueda ser asesinado por una obrera sin conexión con organizaciones armadas es preocupante para un servicio de seguridad, ¿no? Pero que una obrera algo neurótica sea ajusticiada por un funcionario bolchevique sin comprobar mucho su culpabilidad, ¿no significa algo?

      −¡Bah! ¡Siempre estás buscando un fallo! Eso no es ser fiel a la revolución...

      −Ahora vas a ver. Lidia fue secretaria toda su vida y ya sabes la afición de las mujeres próximas a Nadia por la documentación y la biblioteconomía. Me sacó este papel que tú misma puedes leer:

      Várvara desenvuelve el papel y lee en voz alta:

      <<Mi nombre es Fanya Kaplán. Hoy he disparado a Lenin. Lo hice con mis propios medios. No diré quién me proporcionó la pistola. No daré ningún detalle. Tomé la decisión de asesinar a Lenin hace mucho tiempo. Lo considero un traidor a la revolución. Estuve exiliada en Akatúy por participar en la tentativa de asesinato de un funcionario zarista en Kiev. Permanecí once años en régimen de trabajos forzados. Tras la revolución fui liberada. Aprobé la Asamblea Constituyente y sigo apoyándola.>>