La crítica de Putnam consiste, por tanto, en afirmar que el reduccionismo naturalista implica que la razón no puede dar cuenta de sí misma; resolver esta cuestión es el motor del método trascendental, al que dedicaremos el próximo capítulo.
La posición de Ludwig Wittgenstein (1889-1951) en el Tractatus Logico-Philosophicus está más cerca de considerar la teoría del conocimiento como el sino humano, cuando afirma19 que la teoría del conocimiento no es psicología, sino filosofía de la psicología, clarificación lógica de los pensamientos.20 En esta tesis radica la gran diferencia entre el reduccionismo naturalista y la concepción filosófica de los problemas epistemológicos.
Como anunciábamos antes, el segundo problema que plantea el método naturalista es el carácter normativo de la epistemología. Ya hemos dicho que la teoría del conocimiento nace como una reflexión de la razón sobre sí misma, sugerida por la ciencia moderna. El objetivo de esa reflexión es analizar los límites de la razón, determinar hasta dónde puede llegar el conocimiento humano y cómo puede garantizarse su objetividad. Y no hay duda de que una investigación de este tipo tiene consecuencias normativas: la epistemología debe establecer las condiciones que debe cumplir un enunciado o conjunto de enunciados para tener valor de conocimiento objetivo. A fin y al cabo, la teoría del conocimiento responde al ideal ilustrado de la razón legisladora, que evita el fanatismo y la superstición: estableciendo los límites de la razón se evitan sus extravagancias.
El problema que plantea el proyecto naturalista respecto de esta cuestión es el siguiente: ¿puede constituirse una teoría en norma de sí misma y a fortiori de todas las teorías? Las teorías no dan lugar a normas: describen, explican y permiten predicciones en función de la regularidad de la naturaleza. Una epistemología naturalizada podría prever el comportamiento de la razón, pero no puede prescribir cómo debe proceder la razón para que el conocimiento progrese. Respecto de esta cuestión, Putnam ha dicho:
Desde un punto de vista superficial, la posición de Quine es puro eliminacionismo epistemológico: Deberíamos abandonar las ideas de justificación, buenas razones, aserción suficientemente apoyada… y reconstruir la noción de «evidencia» (de modo tal que la «evidencia» se convierta en las estimulaciones sensoriales que son causa de que tengamos las creencias científicas que tenemos). Sin embargo, en numerosas conversaciones, Quine ha dicho que no pretende «excluir lo normativo».21
Estamos de acuerdo con Putnam en que el método que Quine propone excluye cualquier carácter normativo de la epistemología.
Quine ha abordado directamente este problema en una de sus últimas publicaciones (1990), donde dice:
Pero se equivocan cuando se quejan de que el elemento normativo, tan característico de la epistemología, haya sido arrojado por la borda: Del mismo modo que la epistemología teórica es naturalizada para hacer de ella un capítulo de la ciencia teórica, también la epistemología normativa es naturalizada y convertida en un capítulo del discurso tecnológico, a saber, la tecnología de la predicción de los estímulos sensoriales.22
La norma que Quine acepta para la epistemología naturalizada es un principio clásico del empirismo, que él formula en un tradicional aforismo medieval: Nihil in mente quod non prius in sensu. Pero el problema que Quine deja sin resolver, es que este principio, si es una teoría sobre el origen de los conceptos, no es una norma, y si lo adoptamos como norma (sólo los conceptos que tienen bases sensoriales, tienen validez cognitiva), no es una proposición científica (ni psicológica, ni lingüística). La predicción de estímulos sensoriales no tiene ningún carácter normativo.
La normatividad epistemológica supone una reflexión exterior al propio conocimiento científico. Reducir la epistemología a la ciencia natural es eliminarla como epistemología. Esta reflexión exterior no implica sin embargo ninguna búsqueda de fundamentos absolutos: la nave no puede entrar nunca en dique seco, pero el filósofo, el teórico del conocimiento, debe poder contemplarla desde fuera, para propiciar un análisis de conjunto sobre su funcionamiento y así poder elaborar consejos (normas epistemológicas) para que la nave no se hunda.
El diagnóstico de Putnam acerca de este problema en la concepción naturalista de la teoría del conocimiento es, a nuestro parecer, clarificador:
Pero si toda noción de corrección, tanto epistémica como (metafísicamente) realista se elimina, ¿qué son, entonces, nuestras afirmaciones sino meros sonidos?, ¿qué son nuestros pensamientos, sino meras subvocalizaciones? La eliminación de lo «normativo» es un intento de suicidio mental.23
Quizá Quine tenía razón cuando decía que el sino humeano es el sino humano, aunque si eso es así, el naturalismo no nos libera de ese sino. Quizá es una metodología adecuada para explicar el input, el origen de los conceptos y su significado, pero no nos explica el «torrencial output», el valor cognitivo de las elaboraciones teóricas que constituyen el núcleo fundamental del conocimiento humano. Existen principios epistemológicos, constitutivos de una teoría del conocimiento, que no son reductibles a procesos psicológicos. En nuestra opinión, el naturalismo no puede resolver cuál es la naturaleza de estos principios,24 no tanto por la dificultad del problema, como porque su método, la reducción de la epistemología a la ciencia natural, lo impide. Existen otras posiciones, especialmente el trascendentalismo, que veremos a continuación, que entienden que la solución de este problema es una cuestión central.
Con todo, conviene tener presente que el naturalismo que hemos expuesto, el proyecto de Quine a finales de los años sesenta, ha dado lugar a una serie de investigaciones, denominadas genéricamente ciencia cognitiva, que hoy en día siguen elaborando teorías que pretenden explicar los mecanismo cognitivos, sea en conexión metodológica con la psicología cognitiva, sea en conexión con la metodología formal de la informática y la inteligencia artificial.
1. Especialmente tras la ponencia de W. V. O. Quine, presentada en 1968 al 14º Congreso Internacional de Filosofía celebrado en Viena y publicada en 1969 en La relatividad ontológica y otros ensayos (Quine, 1969) con el título «Epistemología naturalizada».
2. O si se prefiere, en lenguaje aristotélico, la «forma acto» del cuerpo («materia-potencia»).
3. E. Colomer (1981): Introducción a la traducción catalana a De l’anima, en Psicologia, Laia, Barcelona, p. 27.
4. Los conceptos de «forma», «entidad» o «substancia», «mente activa y pasiva», en la traducción catalana, por mucho que la terminología tradicional habla de intelecto activo y pasivo...
5. T. Calvo (1978): Introducción a la traducción castellana a Acerca del alma, Madrid, Gredos, p. 98, nota 1.
6. Hume, 1739-40, pp. 28-30.
7.