Proceso a la estética
Proceso a la estética
Introducción y traducción de Vicente Jarque
Armando Plebe
Col·lecció estètica & crítica
Director de la col·lecció:
Romà de la Calle
L’edició d’aquest volum ha comptat amb la col·laboració de Galeria Lluís Adelantado i de Galeria Rita García, de València
Títol original: Proceso all’Estética
© Edició italiana: La Nuova Italia Editrice
© De la traducció: Vicente Jarque, 1993
© D’aquesta edició: Universitat de València, 1993
Disseny de la coberta: Manuel Lecuona
Disseny de l’interior, fotocomposició i maquetació:
Servei de Publicacions de la Universitat de València
I.S.B.N.: 978-84-370-9373-4
Edició digital
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN La estética bajo sospecha
PRIMERA PARTE La crisis de la estética
I.LA CRISIS DE LA ESTÉTICA SISTEMÁTICA
1.El ocaso de la estética psicológica alemana
2.La crisis de la estética idealista
II.¿ESTÉTICA, LINGÜÍSTICA O SEMÁNTICA?
1.Aventuras lingüísticas, estilísticas y simbólicas de la estética
2.Simbolismo y semántica en la crisis de la estética
III.LA CONTRIBUCIÓN DE J. DEWEY A LA CRISIS DE LA ESTÉTICA
1.La crítica de las determinaciones y los confines del arte
2.La crítica a la estética filosófica
SEGUNDA PARTE El proceso a la estética
IV.EL PROCESO SEMÁNTICO A LA ESTÉTICA
1.La condena semántica de la estética
2.Polémicas y teorías consiguientes a la condena
V.EL PROCESO ESPECULATIVO A LA ESTÉTICA
1.La crítica de U. Spirito a la estética como ciencia filosófica
2.La crítica de las categorías estéticas y el empirismo de la estética
VI.DISCUSIONES COHERENTES E INCOHERENTES EN DEFENSA DE LA ESTÉTICA
1.Justificaciones de la estética en el ámbito de la semántica
2.Justificaciones relativistas de la estética
3.La reacción croceana al proceso a la estética
TERCERA PARTE: El significado de la crisis y del proceso
VII.DIFICULTADES DE ALGUNAS CORRIENTES CONTEMPORÁNEAS DE LA ESTÉTICA
1.La estética ‘fenomenológica’
2.La estética ‘científica’
3.La estética marxista
4.La estética existencialista
VIII.DE LA ESTÉTICA A LAS ESTÉTICAS
1.¿Es posible una estética filosófica?
2.De la estética a las estéticas
INTRODUCCIÓN:
La estética bajo sospecha
I
La estética ha sido siempre –y aun hoy parece que sigue siendo– una rama algo peculiar, incluso en relación a las demás especialidades filosóficas mejor establecidas. El rasgo que con mayor nitidez la distingue de ellas es, posiblemente, esa rara ambigüedad que deriva de su incierta posición entre la filosofía de la práctica y las disciplinas teoréticas clásicas, como la epistemología o la ontología. Sucede así que, aun cuando su objeto pueda parecer a primera vista relativamente bien determinable, es decir, teóricamente abarcable, la realidad es que las solicitaciones y los compromisos a que se ve sometida acaban por resultar tantos y tan dispares, que ha tendido a discurrir históricamente diluida en un irregular conjunto de consideraciones bastante heterogéneas.
Es cierto que ya Kant logró asignarle un digno lugar como puente de plata entre el saber y el deber, entre la esfera del puro conocimiento teórico en que se fundaba «el seguro camino de la ciencia» y el universo de los fines racionales que apuntaban, más allá de la experiencia sensible, hacia lo estrictamente inteligible. Allí ubicada, la experiencia estética estuvo por fin en condiciones de ganarse su relativa autonomía ejerciendo como mediación privilegiada entre ambos territorios. Pero tal función mediadora no podía sino aparecer determinada por esa vaciedad intrínseca que afecta a todo aquello que sólo es camino o vehículo, espacio de tránsito pasiva y generosamente abierto a cualquier contenido. Incluso el kantiano Schiller, con sus célebres ideas sobre el impulso de juego y su más intensa conciencia del problema histórico, quedó todavía preso en el marco de esa orientación formalista que hacía del arte un dócil receptáculo de indefinidas representaciones utópicas o, en su caso, una especie de sala de espera donde podían acomodarse los círculos restringidos de las almas bellas, delicadas idiosincrasias descompuestas por una modernidad que empezaba a revelarse desgarradora.
Y no deja de ser significativo que fuese también una profunda carga de experiencia histórica concreta, precisamente la que le inocularon los primeros románticos, la que orientase la estética más allá del formalismo kantiano. Poco después, Hegel se hallaría en condiciones de extraer las consecuencias de la naciente conciencia del arte moderno, del espíritu crítico y radical de aquel temprano romanticismo alemán con el que había tenido ocasión de familiarizarse desde su época de Tubinga, en su convivencia con Schelling y Hölderlin, hasta su traslado a Jena, donde la influencia de Schlegel y su extinto Athenäum comenzaba a declinar. En efecto: la mediación estética había de ser absoluta, pero su contenido de verdad tenía que ser histórico. Fue entonces cuando comenzó a gestarse la primera teoría estética concebida enteramente como filosofía del arte. Y fue entonces también cuando se desencadenó el proceso que llevaría la estética a su condición actual de disciplina dispersa o, si se quiere, de abigarrada corte de la confusión.
Puesto que no es difícil percibir la gran diferencia que existe entre ocuparse de la belleza en general –o de su experiencia– o bien del arte en particular. En cuanto que teoría de la belleza o del gusto, favorecida por la presunta estabilidad de su objeto, la estética podía aún avanzar serena, moverse al ritmo relativamente parsimonioso