Una de las cosas maravillosas acerca de Dios es que Él es infinito en todos Sus gloriosos atributos, así que nuestro deseo nunca agotará la revelación de Su persona. Entre más lo conozcamos, más vamos a desearlo. Y entre más lo deseemos, más vamos a querer estar en comunión con Él y experimentar Su presencia. Y entre más anhelemos estar con Él y disfrutar de Su comunión, más desearemos ser como Él.
El clamor sincero de Pablo en Filipenses 3:10 expresa vívidamente este anhelo. Él desea conocer a Cristo y ser como Él. Quiere experimentar Su comunión —incluso la comunión del sufrimiento— y también el poder transformador de Su vida resucitada. Él quiere estar centrado en Cristo y ser semejante a Cristo.
Esto es la piedad: una actitud enfocada en Dios, o devoción a Dios; y un carácter semejante al de Dios, o carácter cristiano. La práctica de la piedad es tanto la práctica de la devoción a Dios como la práctica de un estilo de vida que es agradable a Dios y refleja Su carácter a otras personas.
En lo que resta de nuestros estudios en este libro, consideraremos el carácter semejante a Dios que debemos manifestar. Pero nosotros solo podemos construir ese carácter sobre el fundamento de una devoción total a Dios. Dios debe estar en el punto focal de nuestras vidas si queremos tener un carácter y una conducta piadosos.
Sería imposible hacer demasiado énfasis en este punto. Muchos de nosotros nos enfocamos en la estructura exterior del carácter y la conducta sin tomarnos el tiempo de construir el fundamento interior de devoción a Dios. Esto a menudo resulta en una moralidad fría o legalismo, o, aún peor, en autosuficiencia y orgullo espiritual. Por supuesto, el fundamento de devoción a Dios y la estructura de una vida agradable a Dios deben desarrollarse simultáneamente. No podemos separar estos dos aspectos de la piedad.
Dada la importancia de establecer apropiadamente el fundamento de devoción interior, yo te ánimo a revisar los elementos esenciales de la devoción (cf. capítulo 2). Luego revisa este capítulo y diseña un plan específico para ejercitarte en la devoción a Dios. Nadie ha desarrollado nunca una habilidad mental o física sin comprometerse a practicar. Y nadie desarrollará jamás una devoción a Dios sin el compromiso de ejercitarse a sí mismo en los elementos esenciales de la devoción.
La idea de la práctica tal vez tiende a hacernos pensar en un trabajo arduo, como las aburridas repeticiones de escalas en el piano cuando queríamos estar afuera jugando con nuestros amigos. Pero la práctica para desarrollar nuestra relación con Dios no debe compararse con algo como las lecciones de música en la infancia. Estamos buscando crecer en nuestra devoción a la Persona más maravillosa de todo el universo, el infinitamente glorioso y amoroso Dios. Nada puede compararse con el privilegio de conocer a Aquel en cuya presencia hay plenitud de gozo y en cuya diestra hay deleites para siempre (cf. Salmo 16:11).
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