No obstante, tanto las cotas de consenso de que gozó la dictadura como las políticas en que lo cimentó fueron evolucionando a lo largo de su larga vida. Se trató de un proceso paralelo al de la transformación de la propia naturaleza del régimen, que fue variando la intensidad con que aplicaba sus mecanismos represivo-coercitivos sobre la población. Estos resultaron especialmente cruentos durante su primera década de existencia, cuando la dictadura basó su legitimidad fundamentalmente en el miedo que suscitaba el recuerdo aún fresco de la traumática experiencia bélica, en el ejercicio de la represión, en la «cultura de la victoria» y en la gestión que hizo del hambre. Todos estos factores actuaron como elementos desmovilizadores al instar a la población a concentrar sus esfuerzos en sobrevivir.19 El consecuente deseo de «normalización» tras los traumáticos sucesos bélicos contribuyó también a potenciar el consenso.20 Pero durante los años cuarenta hubo, al menos, otros dos elementos que pudieron contribuir a mejorar su imagen y a generar actitudes consentidoras hacia la dictadura: la puesta en marcha del sistema de beneficencia falangista representado por el Auxilio Social y la forja del mito del Caudillo, presentado como artífice de la neutralidad española en la segunda contienda mundial.
Los años cincuenta, gracias al nuevo contexto abierto por la Guerra Fría, trajeron a la dictadura el fin del aislamiento internacional en que había estado sumida desde 1945 debido al apoyo brindado a los derrotados fascismos, lo cual pudo reportarle una mayor aceptación social. En 1953 se firmaron unos pactos con Estados Unidos que fueron presentados por la propaganda como un nuevo éxito del Caudillo. Los acuerdos supusieron la llegada de alimentos norteamericanos que fueron repartidos en los colegios españoles, lo cual fue nuevamente aprovechado para subrayar el carácter benéfico del régimen. Los años sesenta, en fin, son conocidos como «la década del consenso». Fue aquel el tiempo en que la dictadura inauguró una nueva legitimidad que vino a sumarse a la de origen: la de ejercicio. Esta nueva legitimidad se basaba en lo que la propaganda bautizó como los «XXV Años de Paz» sobre los que se asentaría el pregonado «boom económico» o «milagro español». Muchos se conformaron con la situación política al comprobar que mejoraba su economía familiar y podían adquirir una lavadora, un Seat 600 o incluso un piso en propiedad.21
A menudo, la traducción real de estas políticas de paternalismo social y su incidencia sobre la vida cotidiana de los hombres y mujeres quedó lejos de lo publicitado a bombo y platillo por la propaganda. Sin embargo, a pesar de todas sus deficiencias y limitaciones, redundaron en una mejora –por modesta que fuese– de la existencia cotidiana de quienes se beneficiaron de ellas. Teniendo en cuenta que se partía de los niveles de miseria de la posguerra, esta batería de políticas amables pudo mejorar la percepción que se tenía de la dictadura «a ras de suelo». Fue en este tipo de políticas en las que se basó el franquismo para construir muchos de sus grandes mitos, como el que presentaba a la dictadura como precursora del actual sistema de Seguridad Social o como incansable constructora de pantanos y de casas baratas. Estos discursos, convenientemente difundidos, pudieron reportarle nuevos y más duraderos apoyos, como muestra el que aún pervivan y estén fuertemente arraigados en la memoria popular.
Paradójicamente, la forma en que estas políticas de «justicia social» de la dictadura fueron recibidas por la población resulta todavía hoy en gran medida desconocida. Y es que la relación entre las actuaciones sociales de la dictadura y las actitudes de los españoles que se beneficiaron de ellas no ha sido demasiado explorada.22 Sin embargo, su estudio resulta fundamental para desentrañar la forma en que el Estado franquista se relacionó con la sociedad sobre la que se impuso, entender la larga duración de la dictadura y estimar la extensión del consentimiento entre la población. Dado que muchas de las políticas y discursos del régimen podrían leerse tanto en clave de control social como de consenso, el reto reside en valorar qué pesó más sobre la población, si la percepción de estar siendo instrumentalizada por la dictadura para sus propios fines o la de estar recibiendo algo provechoso de la «Nueva España».
A lo largo de los capítulos primero y segundo atendemos aquellos mecanismos de que se valió la «Nueva España» para generar entre la población actitudes próximas al consenso. Analizamos para ello las políticas de beneficencia –como las de Auxilio Social, principalmente durante los años cuarenta– y las sociales –como la construcción de casas baratas, sobre todo a partir de los años sesenta–, puestas en marcha por el régimen. Asimismo, estudiamos la incidencia de todas ellas sobre los habitantes del campo, tratando de esclarecer la forma en que moldearon su sentir hacia la dictadura. Además, valoramos los espacios de sociabilidad abiertos por el propio régimen desde los primeros años a través del Frente de Juventudes y de la Sección Femenina, cuyas actividades contribuyeron a amenizar la rutinaria vida local. Unas y otras pudieron servir para mejorar la imagen proyectada por el franquismo y aumentar las cotas de consentimiento sobre las que se asentaba.
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