•Propone un proyecto libre: en un mensaje posterior concretó que utilizaría la licencia gnu Public License o gpl, de Stallman.
•Se presenta como un proyecto modesto: no quiere cambiar el mundo o vencer al gigante Microsoft. Pero, de hecho, ha cambiado el estado de cosas mediante contribuciones voluntarias y una lógica de mejora constante a partir de ellas.
• Abre la puerta a la participación de los usuarios: «quiero conocer los rasgos que desea la mayoría de la gente y cualquier sugerencia será bienvenida», afirmaba Torvalds.
Mucha gente, de distintas partes del mundo, manifestó su deseo de colaborar en un proyecto de esta naturaleza, catapultándolo desde un simple pasatiempo al estatus de una pieza esencial de la infraestructura digital mundial y ayudando de manera decisiva a propagar por todo el planeta la idea de software abierto, creado mediante la colaboración de un extenso número de programadores. Hoy puede decirse que el Open Source Software constituye uno de los grandes éxitos de la era digital (con realizaciones como Linux, Apache, Firefox, Mozilla, etc.), que se sustenta sobre la invención de la WWW y sobre la creciente densidad de usuarios de la Red, que hizo que los años noventa fueran mucho más fértiles para el software libre que la década precedente.
Como han defendido diversos expertos (RAYMOND, 1997 y 2001; FLORIDA, 2002; y SHIRKY, 2008), con Linux se produjo un cambio sustantivo en las reglas de juego de la organización del trabajo, convirtiéndose en el primer proyecto que hizo un esfuerzo consciente y exitoso para adoptar el mundo entero como su base de producción de talento. Raymond ha señalado que, si bien crear código sigue siendo una actividad habitualmente solitaria, las contribuciones o «hacks» se logran mediante el ensamblaje de las capacidades mentales de diversas y numerosas personas. Recogiendo su metáfora, hay que concluir que no consiste tanto en el trabajo orquestado típico de la construcción de una catedral, cuanto en la pauta de funcionamiento más aleatoria de un bazar.
De manera similar, Richard Florida ve en la forma de producción Open Source un ejemplo y un modelo del funcionamiento de la economía creativa, ya que no basa su éxito en la asignación de responsabilidades y en las formas de gestionar la producción típicas de las organizaciones burocráticas y jerárquicas, sino en rasgos como la motivación intrínseca, la estructura horizontal, la pertenencia voluntaria, la meritocracia y la revisión abierta por pares, que se inspira en la lógica de funcionamiento del campo científico, pero desborda no sólo su ámbito de aplicación, sino también sus bases sociales.
En definitiva, como afirma Shirky, la aportación fundamental de Linux se halla en el cambio de método: la voluntad de escuchar e incorporar las iniciativas del mundo de los programadores, emparejada con una estricta valoración meritocrática de las propuestas dignas de ser incluidas en su proyecto, suponía una ruptura radical con el método de la FSF; ruptura que se veía favorecida por el cambio en los costes de transacción, propiciado por Internet, a la hora de reunir un amplio repertorio de personas afines sin una estructura tradicional. «No fue justamente la apelación filosófica o moral a la libertad sino la escala de colaboración lo que hizo que Linux operara como software y como faro para otros proyectos de Open Source» (Shirky, 2008: 243).
En este sentido, no cabe definir el Open Source Software desde la lógica típica de las organizaciones, puesto que consiste en redes de cooperación difusas, contingentes y flexibles. Puede identificarse, más bien, como un ecosistema o sistema social abierto. Linux ha encontrado la forma de incorporar las buenas ideas, vengan de donde vengan y puede hacerlo sin costes de transacción y de management porque no tiene empleados, sino contribuyentes. Mientras que Microsoft, de acuerdo con la regla del 80/20, se queda con el 20 % de los técnicos que producen el 80% de las ideas y no puede permitirse el lujo de contratar a quienes sólo ocasionalmente tendrán una idea provechosa, Linux no entiende por qué hay que despreciar el 20% de las ideas restantes producidas por el 80% de la gente. Linux puede tomar prestada una idea de cualquiera, y con frecuencia lo hace. No se basa en una concepción de la propiedad corporativa, sino de la inteligencia cooperativa.
Los críticos subrayan que esta forma de trabajar genera más fracasos que éxitos. Y tienen razón: la mayoría de los proyectos de este tipo naufragan y muchos otros logran una aceptación mediocre o modesta.2 De hecho, puede decirse que también «el fracaso es libre y abierto». Por otra parte, los críticos parecen desconocer lo que constituye un rasgo característico de la producción del saber y de todo sistema social abierto: que se basan en alentar la experimentación y, por tanto, la prueba, el error y el fracaso. Pero no radica ahí su error, sino en ignorar que en la era de la comunicación móvil existen nuevas condiciones para aminorar el coste del fracaso, para eliminar los sesgos favorables a los resultados predecibles y para incorporar las pequeñas aportaciones de la gente corriente que tan sólo pueden contribuir con una simple propuesta (SHIRKY, 2008: 245).
Por ello, se afirma que con Linux se ha introducido una nueva forma de trabajo y se han cambiado las reglas de juego. Esta pauta consistente en agregar las contribuciones individuales para un proyecto abierto, colectivo y público, con posterioridad se ha ido extendiendo a múltiples campos, más allá del propio software, como puede constatarse con el extraordinario éxito de Wikipedia y sus iniciativas colaterales.
Otras críticas que se dirigen desde fuera a esta nueva forma de operar inciden frecuentemente en los problemas de constancia y perdurabilidad de los proyectos y en los de fiabilidad de los resultados. Existe ya bastante evidencia de que un sistema así, basado en la revisión abierta por pares, genera longevidad y fiabilidad.3 Como afirma Shirky, lo comunal puede ser tan duradero como lo comercial y a diferencia del campo comercial donde las compañías pueden tener motivos para ocultar sus hallazgos tanto como sus fracasos, los proyectos Open Source exhiben siempre los éxitos y dan rienda suelta a los fracasos. Por su parte, Florida ha señalado la existencia de un sistema sutil de monitorización y de sanciones que fomentan la participación y disuaden a los intrusos, basado en la lógica del reconocimiento y la reputación entre pares.
En el interior del propio movimiento existe un debate relativamente intenso sobre si es más adecuado definirse como free o como open. Stallman y Eben Moglen de la Free Software Foundation han puesto el énfasis en la idea de libertad y han subrayado la importancia que ello tiene para combatir las dificultades que aquella encuentra en un contexto de monopolio como el que disfruta Microsoft y de prácticas excluyentes mediante la utilización del derecho de propiedad: «estamos cambiando lo que es el software, no solamente cómo se produce, sino cómo opera en relación con los otros aspectos de la producción intelectual humana». El software no puede ser tratado como una mercancía, sino como una utilidad o servicio público que capacita para el desarrollo de recursos en común. El movimiento defiende el derecho a compartir información y el derecho a ser no sólo consumidores de conocimiento y cultura, sino también creadores (MOGLEN, 2003a).4
En cambio, otros autores, como Eric Raymond y Bruce Perens, que en 1998 crearon Opensource.org, o como Tim O’Reilly, al tiempo un avispado empresario y un teórico del movimiento, han difundido y defendido el concepto open, neutralizando las connotaciones filosófico-políticas de free, enfatizando el carácter estructural del método de producción colectiva («arquitectura de participación») y fomentando la aproximación al ámbito de los negocios.5
Una tentativa irenista de sintetizar ambas posiciones se encuentra en la propuesta de la denominación Free/ Libre Open Source Software (FLOSS), donde se introduce «Libre» para eliminar cualquier ambigüedad de free y dejar claro que se trata de «libertades» y no necesariamente de «gratuidad».
En nuestra opinión, la filosofía moral de la libertad y de contribución al bien común y a la sostenibilidad social, con independencia de si libertad connota además gratuidad o no, es imprescindible para comprender la lógica de funcionamiento