No podía mirar de frente, cargaba a mi bebé y trataba de pasar la emoción por mi garganta. Por fin salimos de la sala de pasajeros con nuestro equipaje y se dio lugar el encuentro. Allí estaban esos desconocidos a los que habíamos venido a servir, eran ahora nuestra iglesia, ¿serían realmente algún día nuestra familia? Una hermana me abrazó y me dio un ramo de rosas y me dijo que habían estado orando mucho por mi vida (más emoción) noté que muchos ojos estaban puestos en mí y en mi reacción. Sonreí.
5
EL HOMBRE SIERVO
“No digas soy un niño, porque a todo lo que te envíe irás tú y dirás todo lo que te mande”.
(Jeremías 1:7)
“Por tanto, así dijo Jehová, si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mi estarás, y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú, no te conviertas a ellos”.
(Jeremías 15:19)
Mi esposo empezó a hacerse grande. Siempre fui consciente de su grandeza delante del Señor, de su integridad, pero aquí Dios me dio el privilegio de ver muy de cerca su maduración. Se trataba de su primera experiencia como Pastor titular, había servido como Pastor asociado en una iglesia muy grande por cerca de seis años y había aprendido mucho, pero Dios le tenía preparadas otras circunstancias que le encaminarían cada vez más hacia la madurez.
La iglesia estaba atravesando una etapa muy difícil. Económicamente estaba en quiebra, emocionalmente estaba herida y espiritualmente muy necesitada. Era como una ovejita perniquebrada que al principio nos pareció indefensa pero luego nos sorprendió con sus embestidas. Pero era nuestra iglesia, y había que luchar por ella, para eso Dios nos había traído hasta aquí.
La sabiduría desciende de lo alto para aquellos quienes claman por ella. Dios no nos deja huérfanos sin recursos, Él provee todo lo que necesitamos para servirle. Sólo demanda comunión con Él. Si estás en su presencia, inevitablemente absorberás de Él. Y mi esposo se deleitaba en su presencia, clamaba por esa sabiduría y aquella unción fresca para tomar decisiones, emprender proyectos, corregir errores.
Al cabo de seis meses, gracias a Dios, ya no había deuda económica. Jamás olvidaremos los aplausos de júbilo y las lágrimas de gozo de los hermanos cuando anunciamos en la Asamblea que se habían pagado todas las deudas y la gratitud de nuestros corazones hacia Dios con la certeza de su respaldo espiritual para nuestro ministerio aquí. Dios añadió también la bendición de un equipo pastoral, con un pastor asociado y una pareja de misioneros y el trabajo en unidad fue fructífero. Sobreabundó aún más su gracia y en siete meses, con el esfuerzo unido de todos fue construido el nuevo Templo, con una capacidad para setecientos cincuenta personas, reemplazando a la antigua casona que sólo podía albergar a ciento cincuenta. La iglesia empezaba a identificarse con nosotros y nosotros nos sentíamos parte de aquel pueblo. Los recuerdos dolorosos de algunos de ellos iban sanando y había mucha evidencia también de un crecimiento espiritual e incremento de nuevos hermanos en el liderazgo.
Pero paralelamente a estas bendiciones empezamos a sufrir.
6
MORIR PARA RESURGIR
“De cierto, de cierto os digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra, y muere queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto”.
(Juan 12:24)
Aquí hubo una vieja casona. Era gris y húmeda, sin embargo, se mantuvo de pie a través del tiempo. Sus paredes se acostumbraron a albergar melodías de alabanza y voces que persistían en proclamar a Jesús como Rey. Muchas personas pasaron sus puertas y algunas de ellas se quedaron a formar parte de su familia. La casona siempre fue feliz.
Cuando llegamos aprendimos a amar cada resquicio de ella y levantamos también nuestras voces que seguramente no olvidó registrar en sus paredes.
Pero la casona tuvo que morir. Sus límites eran demasiado pequeños para los proyectos de Dios. Tuvimos que derrumbar sus paredes, sacar sus puertas, hacer polvo sus columnas y en su lugar se levantó una estructura mucho más fuerte y más grande. Ahora casi nadie recuerda a la vieja casona, su lugar lo ocupa un moderno edificio que sigue creciendo con el tiempo.
Nosotros somos como esa casona. Éramos felices cumplimiento nuestra misión y pensábamos que nuestro espacio tenía límites pequeños.
Pero al igual que ella tuvimos que aprender. “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere queda solo, pero si muere lleva mucho fruto…” así que morimos también. Morimos un poco en cada prueba, morimos a nuestra autosuficiencia, morimos al padecer. Y resurgimos como esa casona. Quebraron nuestras paredes y nuestras columnas, pero no quedamos hechos polvo, nos levantamos más fuertes y estables y no hay viento que nos doblegue.
7
PRINCIPIO DE DOLORES
“Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla.”
(Salmo 126:6)
Nataly tenía cinco meses cuando llegó aquí. Era gordita, cachetona, inquieta y risueña. Mi esposo solía bromear con ella llamándola “mi gordita de acero inoxidable”, pues era una bebé muy sana. Pero poco a poco su energía empezó a decaer. Al principio fue algo casi imperceptible, pero luego estuvimos seguros que nuestra hija estaba enferma, aunque no sabíamos exactamente de qué. Comenzó a perder peso, en vez de ganarlo como ocurre mensualmente con todos los bebés, tenía fiebres ondulantes, al principio, cada mes, luego cada quince días. Sudaba mucho en las noches y su inapetencia terminó por convertirse en una anorexia. Las citas al médico empezaron a ser continuas. Análisis y suposiciones, no había un diagnóstico seguro. Antibióticos por si acaso sea esto o aquello, inseguridad, temores y Nataly seguía consumiéndose.
Por fin uno de los médicos le hizo un examen radiológico a los pulmones y diagnosticó “prima infección”. El bacilo de koch estaba anidado en los pulmones de nuestra hija. Nataly tenía que añadir a todos los antibióticos que ya había tomado desde los nueve meses de edad un tratamiento contra la tuberculosis severo y estricto de seis meses. Fueron momentos muy duros. Los medicamentos eran administrados a la fuerza. Sosteniéndola fuertemente, a veces los vomitaba y había que volver a darle. Fue traumática también su experiencia con las comidas. Como la anorexia era total, llegamos a alimentarla de la misma forma en que la de medicamos. Se volvió un ser débil, sin defensas, constantemente enferma. Oramos muchas veces por ella, la ungimos, pero Dios en su soberanía no había decidido obrar en este caso sobrenaturalmente.
Después de seis meses de medicación Nataly fue evaluada. Cuando la enfermera me confirmó que la radiografía indicaba que el tratamiento había dado resultado, dejé escapar mi emoción en lágrimas.
La sanidad de Nataly fue así confirmada.
Llegamos a casa, y en nuestro dormitorio, al lado de nuestra cama nos arrodillamos mi esposo y yo para darle las gracias a Dios. Recuerdo perfectamente ese momento, nuestras lágrimas, nuestros sentimientos tanto hacia nuestra hija como hacia Dios y nuestra oración:
“Gracias Señor, por habernos permitido salir de esta prueba, por haber estado con nosotros, por haber sanado a Nataly, gracias porque está sana. Ahora cuida de ella Señor, bendícela, protégela, guárdala del mal, glorifícate en su cuerpecito, te la entregamos una vez más, es tuya, te pertenece, gracias porque hemos podido seguir sirviéndote, con integridad de corazón en medio de todo esto”.