Antonio Gramsci y el Trabajo Social. JuanManuel Latorre. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: JuanManuel Latorre
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789585188099
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la educación popular y con algunas de las prácticas de intervención del trabajo social. Este capítulo evidencia y resalta la idea de la necesidad del trabajo pedagógico y colectivo con los sujetos, a fin de producir transformaciones emancipatorias.

      Finalmente, en las conclusiones se recogen de manera sucinta los hallazgos de la investigación, fruto del recorrido capitular. Se enfatiza en el objetivo de esta investigación: abrir una discusión en torno a las posibilidades de usar la filosofía de la praxis de Antonio Gramsci como una caja de herramientas que pueda ser útil para los(as) profesionales del trabajo social. También se buscaba establecer un diálogo entre la filosofía y la profesión, con el objetivo de aportar teóricamente a las reflexiones de la disciplina. Se esperaba que el texto abriera una discusión con otras escuelas del trabajo social del continente, que permitiera valorar y replantear las relaciones entre la tradición marxista y la profesión, reconociendo sus aportes y sus limitaciones. Se espera que esta investigación satisfaga estas expectativas.

      Damián Pachón Soto

      Director de la investigación

      1 El 15-M es el movimiento de Los Indignados que tomó fuerza en el año 2011 y que se manifestó en varias ciudades de Europa y Estados Unidos. En el caso específico de España, se refiere a las aglomeraciones, especialmente encabezadas por las juventudes, que tuvieron lugar el 15 de mayo en diferentes ciudades, en clara oposición al régimen neoliberal, a la dictadura económica de los bancos, a los desahucios de las viviendas, al bipartidismo y la corrupción, entre otras causas. El 15-M llevó la discusión pública a la plaza y se mostró como un claro proceso de radicalización de la democracia participativa.

      Cuestión social y las bases de la profesionalización del trabajo social en América Latina

      Luz Adriana Díaz Mateus

      De apóstoles a agentes de cambio (1982) es el texto presentado por Manrique Castro sobre la historia latinoamericana del trabajo social. Este, además de sugestivo, presenta de manera clara los dos polos en los cuales se mueve la identidad de la profesión: apóstoles, que representa la relación entre el servicio social y la tradicional acción caritativa y benéfica de grupos religiosos y filántropos; y agentes de cambio, que representa la identidad profesional, resultado de la crítica en el interior de la profesión, que se conoce como reconceptualización. Este proceso aporta nuevas bases para entender el sentido de la acción profesional y su papel político en el contexto de intervención.

      A partir del proceso de reconceptualización, principalmente bajo la influencia de las ideas desarrollistas y marxistas, como menciona Manrique Castro (1982), la profesión encuentra una existencia en el trabajo comunitario y adquiere un papel específico respecto al bienestar y el desarrollo. El trabajo social crítico es el resultado de este proceso, y le permite a la profesión renovarse y alinearse con un proyecto de sociedad más amplio que constituye su sentido actual. La historia del surgimiento y desarrollo de la profesión en el caso particular de América Latina muestra esta evolución. Ambas tradiciones configuran lo que es hoy el trabajo social, y sus características principales están determinadas por estos antecedentes.

      En primer lugar, el surgimiento del trabajo social en América Latina se identifica en el año 1925, cuando Alejandro del Río crea la primera Escuela de Servicio Social en Santiago de Chile. Esta escuela funcionó bajo el nombre de su fundador, y su inicio coincide con el proceso de reforma del Estado chileno en materia de legislación laboral: «Leyes de previsión social, la del seguro obrero obligatorio, las leyes de habitación obrera, el derecho de huelga, la sindicalización legal, la protección en el trabajo de niños y mujeres» (Manrique Castro, 1982, p. 66). Estas formas de protección social y laboral son implementadas en el momento en que el país se encuentra en un proceso temprano de industrialización y, como señala Manrique Castro (1982), se vive una «reorganización de la base productiva del país y, por ende, alteración de las relaciones entre las clases sociales» (p. 64).

      Ya desde el año 1924 había sido creado en Chile el Ministerio de Higiene, Asistencia y Providencia. Estos dos órganos son los encargados de garantizar la puesta en marcha de la legislación que pretendía responder a las demandas de los trabajadores y garantizar la salud de sus familias. El ministro fue el mismo Alejandro del Río, posterior precursor de la primera escuela de visitadoras sociales. Con formación en Europa, el médico chileno, preocupado por la promoción de la salud y de la asistencia pública, pretende «superar el abordaje clínico y terapéutico, pues sustentaba que los condicionantes de la higiene personal, condiciones de vivienda y orientación al cuidado básico eran elementales para la salubridad pública» (Goin, 2016, p. 85). Según Goin, Alejandro del Río plantea a la Junta Nacional de Beneficencia la formación de visitadoras sociales, para que en colaboración con el área médico-social contribuyeran al dictamen y tratamiento médico.

      La primera escuela de servicio social contaba con una formación de dos años que incluía estudios de «instrucción cívica, psicología, higiene y deontología, atención de enfermos, estadística, técnicas de oficina, legislación, higiene y beneficencia, puericultura, organización de la beneficencia pública y contabilidad, entre otros». Adicional a lo anterior, «se formaba y se titulaba a visitadoras sociales para que comenzaran a actuar en los hospitales y a visitar los domicilios de las personas necesitadas» (como se cita en Bueno, 2017, p. 76). Además, también hacían parte de la intervención profesional «los hábitos de vida, la organización del consumo y del conjunto de la economía doméstica, el papel de la mujer en el seno del hogar, el uso del tiempo libre, etc.» (Manrique Castro, 1982, p. 37). Si bien la preocupación estaba centrada en la legislación laboral, también era visible el interés por la adaptación exitosa del trabajador a su nueva condición de vida, lo que efectivamente contribuía al esperado orden social.

      El carácter moralizador atribuido a la profesión en sus inicios era evidente en el papel de los visitadores sociales. El concepto de inadaptación social prevalecía en el entendimiento de la realidad de pobreza de los individuos, a quienes se les adjudicaba una deficiencia moral que era la raíz de sus problemas (Morell, 2002). En esta primera etapa, hay una fuerte influencia de las ideas desarrolladas por Mary E. Richmond, quien no discutía con el planteamiento anterior, sino que afianzaba la idea «de ayudar a los individuos a lograr una mejor adaptación en la sociedad modificando las conductas antisociales» (Morell, 2002, p. 138). Morell señala que los aportes teóricos en estos inicios del trabajo social provenían del análisis estructural-funcionalista, y que «las teorías desarrolladas por Herbert Spencer y sus discípulos americanos, así como la aplicación de la biología darwinista al pensamiento social, contribuyeron a dar una base supuestamente científica a la interpretación individualista de los fenómenos sociales» (p. 139).

      Vale aclarar que la teoría funcional estructuralista no influye profundamente en las escuelas de formación religiosa católica, como es el caso de escuelas en Brasil y Colombia (Salamanca y Valencia, 2017, p. 127), en las cuales se reproduce una formación profesional tradicional o conservadora, entendida como

      … la práctica empirista, reiterativa, paliativa, y burocratizada de los profesionales, parametrizada por una ética liberal burguesa y cuya teleología consiste en la corrección —desde un punto de vista claramente funcionalista— de resultados psicosociales considerados negativos o indeseables, sobre el sustrato de una concepción (abierta o velada) idealista y/o mecanicista de la dinámica social, siempre presupuesta la ordenación capitalista de la vida como un dato factual que no se puede eliminar. (Como se cita en Salamanca y Valencia, 2017, p. 130)

      Si bien la iniciativa de creación de la primera escuela de trabajo social en manos de un médico chileno influye en la orientación que reciben los profesionales del servicio social, y se reconoce la profesión como una subprofesión que complementa el trabajo de los médicos, yendo más allá, se interpreta el surgimiento de la profesión como una necesidad de ampliar el aparato del Estado en el nuevo campo de la asistencia social. Esa sería la causa principal del auspicio en la creación de las primeras escuelas de servicio social en América Latina.

      Las iniciativas de protección social

      La sociedad cambiante por el proceso