1 El lector encontrará esa primera parte relativamente “apegada” a autores, a fin de establecer los conceptos mencionados, así como el contexto de discusión. Ya en la segunda y tercera partes se procura mayor soltura en lo doctrinal y se presenta la exploración que propone este libro.
2 Aunque Alan Minc afirma que “El caso Calas precede al caso Dreyfus: Zola no hará más que imitar en cierto modo a Voltaire” (2012, p. 30). Más aún, se adopta este supuesto de que el caso Dreyfus es la primera “actuación política” de los intelectuales —que plantea Altamirano—, solo a modo de ejemplo. Desde la Antigüedad se pueden rastrear manifestaciones de pensadores sobre causas políticas.
3 Según Altamirano, esta es la primera vez que se identifica a los académicos como un grupo social nominalmente identificado (2013, p. 19). Sin embargo, esta afirmación se debería matizar a la luz de los postulados de Le Goff (1985) quien, precisamente en su texto Los intelectuales en la Edad Media, expone el modo en que se fueron identificando en las nacientes ciudades a estudiosos y pensadores que, a la postre, se articularían e institucionalizarían en la universidad. El devenir de este grupo social en el medioevo es lo que da origen, precisamente, a la “corporación” universitaria (véase Estudio 4).
4 En particular, a partir de las críticas elaboradas por los autores que conformaron la llamada Escuela de Edimburgo, con su “programa fuerte”: Barnes (1974), Bloor (1976) y, por otro lado, autores que conformaron lo que se ha llamado estudios de ciencia, tecnología y sociedad, como Latour (1987, 2004), Jasanoff et al. (1994), Fuller (1993), entre otros, quienes plantearon críticas a la pretensión de “purismo” epistemológico de las ciencias e intentaron develar las “transacciones” sociológicas que subyacen a la actividad científica.
5 En relación con la orientación teórica de esta obra, se puede decir que, a pesar de que no hay un apego “doctrinal” a un autor (o un grupo de autores), sí se acoge el enfoque que proponen los “autonomistas italianos”, puesto que han contribuido ampliamente en la definición del concepto capitalismo cognitivo, tan caro a este trabajo, así como en la comprensión de la tensión conocimiento-mercado desde una perspectiva crítica, con apoyo en los desarrollos marxistas y del posestructuralismo francés, de gran utilidad para problematizar la productividad con base en el conocimiento, así como introducir el elemento de la biopolítica en la comprensión del fenómeno. Consecuencia de esto es que el lector no encontrará referencias a desarrollos anglosajones contemporáneos (i. e. Nussbaum o Putnam) que ofrecen abordajes, ciertamente, importantes; pero no desde los horizontes conceptuales ya mencionados.
6 Los filósofos modernos mostraron una especial preocupación por comprender el papel de la universidad en la producción del saber científico y su rol como institución social. Buena parte de los filósofos de la Modernidad, y algunos contemporáneos que desarrollaron un sistema de pensamiento, dedicaron algunas páginas (o estudios extensos) a la universidad. El tema de la defensa epistemológica de la razón sobre la heteronomía dogmática, así como la influencia de una organización del saber en la configuración de la sociedad, son recurrentes en sus escritos. Véase la compilación de textos de Ficthe, Schleiermacher, Humboldt, Scheler, entre otros, en el libro sobre Universidad alemana, de Llambías de Azevedo (1959), o la compilación crítica de Bonvecchio, en su Mito de la universidad (1991), con una recopilación de textos de filósofos modernos y contemporáneos divididos en dos secciones generales: el nacimiento del mito —esto es: cómo se creó la idea de que la universidad tiene la función de “conceptualizar” la sociedad y “hacerla mejor”; y textos de autores que exponen la “decadencia” de esa utopía—.
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