también a los que podían y estaban dispuestos a hacer lo mismo con tal de que nadie les hiciera sentirse inferiores. Los pobres todavía hablaban a veces de «la nobleza», pero al no tener ya nada que esperar o temer de dicha clase sentían poco o ningún interés por lo que hacían. Tampoco había aún indicios explícitos de hostilidad entre clases. Cada una de ellas se limitaba a mantenerse en su parcela como si unos y otros fueran nativos o habitantes de países distintos. El antiguo orden, con sus prejuicios sociales y su presunción de superioridad por un lado y la habitual autodegradación por el otro se había desmoronado, pero con él había desaparecido también la antigua hospitalidad y el cálido y humano sentimiento que hermanaba a unos hombres con otros como si fueran miembros de un mismo cuerpo. Se estaban formando otras agrupaciones y combinaciones que en un futuro próximo representarían dicho sentimiento de unidad, pero aún contaban con pocos adeptos. La mayoría seguían luchando a solas sin esperar ni desear otra cosa que lo que ellos mismos pudieran conseguir con su propio esfuerzo. El conocimiento se difundía con mayor facilidad, aunque no por ello la gente parecía más sabia. Y un nuevo sentimiento de independencia abocado a fortalecer la dignidad humana crecía en los corazones de hombres y mujeres. El viejo orden social había caído y, aunque pocos de los que vivían entonces se daban cuenta, el largo y doloroso proceso de construir uno nuevo estaba comenzando. De las brutales tribulaciones que tanto ellos como sus hijos tendrían que soportar antes de que dicho proceso se completara, los hombres y mujeres de aquel tiempo eran todavía felizmente inconscientes.