—No, no es cierto, y debería darle vergüenza hablar así de sus compatriotas —intervino el general, con tono impresionante.
—Permítame —le contesté— discutir qué es peor: si la extravagancia rusa o el procedimiento alemán de amasar fortunas hasta morir por ello.
—¡Qué idea absurda! —exclamó el general.
—¡Qué idea más rusa! —afirmó el francés.
Yo me reía y disfrutaba el hacerlos rabiar.
—Preferiría pasar toda mi vida en Rusia —exclamé— que adorar al ídolo alemán.
—¿Cuál ídolo? —preguntó el general, encolerizado.
—Este: la capacidad alemana de hacerse rico. Tengo poco tiempo aquí, pero, sin embargo, he hecho algunas observaclones que han sublevado mi naturaleza tártara.Ayer caminé cerca de diez kilómetros por los alrededores. Pues bien, el panorama que vi es exactamente el mismo que el de los libros de moral: todas las casas tienen un padre virtuoso y honrado. De una honradez tal que uno no se atreve a dirigirse a ellos.
Por la noche toda la familia se reúne a leer obras edificantes mientras afuera se escucha soplar el viento. El sol poniente brilla sobre el techo donde anida una cigüeña, es un espectáculo sumamente poético y conmovedor. Recuerdo que mi padre nos leía por la noche ese tipo de libros, también bajo los árboles de nuestro jardín... Pues bien, aquí cada familia se halla sometida a este patriarca. Cuando él ha reunido una cierta fortuna, anuncia su intención de ceder al hijo mayor oficio o tierras. Con esta medida escatima la dote a una hija que se condena a la soltería. También el hijo menor se ve obligado a buscar un empleo y sus ganancias van a enriquecer el capital paterno. Sí, así son las cosas aquí, estoy bien informado. Todo ello motivado por una honradez llevada al último extremo, y el hijo menor se imagina que es por honradez por lo que es explotado. ¿No vemos a la víctima regocijarse de ser llevada al sacrificio? ¿Y después? La historia continúa: el hijo mayor no es más feliz. Tiene una novia, pero no puede casarse por hacerle falta una determinada suma de dinero. Ellos también deben esperar por no faltar a la virtud y también se sacrifican. Las mejillas de las muchachas se arrugan y ellas se marchitan. Finalmente, luego de veinte años, la fortuna ha crecido. Entonces el padre bendice la unión de su hijo mayor de cuarenta años con una joven muchacha de la misma edad. Seguramente vierte lágrimas, predica y luego muere. El hijo mayor, a su vez, pasa a ocupar el puesto del padre virtuoso y vuelve todo a comenzar. Dentro de cincuenta o sesenta años el nieto tendrá un gran capital y lo heredará a su hijo; éste al suyo, y después de varias generaciones aparece un barón de Rothschild, o Hope y Compañía, o sabe Dios quién... ¿No es este un espectáculo grandioso? He aquí el resultado de uno o dos siglos de trabajo, de honradez; he aquí adónde lleva la firmeza, la economía y la cigüeña sobre el tejado. Ya más allá de esto no hay nada. Luego estos ejemplos de virtud se atreven a juzgar al mundo entero. Pero yo prefiero divertirme a la rusa o enriquecer jugando a la ruleta. No deseo ser un Hope y Compañía. Tengo necesidad de dinero ahora mismo y no deseo vivir sólo para acumular más. Ya sé que he exagerado en mi relato, pero esas son mis convicciones. —Ignoro si tiene o no razón en lo que ha dicho —me dijo el general, pensativo—, pero usted es un charlatán insoportable.
Como es su costumbre, no acabó la frase. Cuando el general aborda un tema que lo rebasa, por poco que sea, jamás termina sus frases.
El francés escuchaba tranquilamente, abriendo los ojos. No había comprendido casi nada de lo que yo dije. Mientras tanto, Pólina afectaba una indiferencia cruel para conmigo. Parecía no estar enterada de nuestra conversación de sobremesa.
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