El Mediterráneo es mar de los poetas,
o sea de paupérrimos y vagos.
La gente distinguida veranea en Biarritz
y más precisamente en Mar del Plata.
La luna puede hacer muecas también,
no a quien la mira sino al planeta entero
(según documentó el astronauta Georges Méliès).
Le dice que ya no es su espejito sino
un radiador très mauvais para su cutis,
pues la luna habla francés, como saben
los desharrapados poetas desde que en 1874
“Prends l’éloquence et tords-lui le cou! ”
declarara un preso que puso la música
ante todo. Las floristerías abandonaron
el método Linneo que clasifica según el peristilo.
Las flores, desde entonces, se dividen entre:
las que huelen, las que no.
(Vale también para los hombres:
en el Mediterráneo también huelen o no.)
En París le dicen Nuevo al puente más antiguo
porque el Sena (creo) se aclara en sus arcadas
la garganta en los crepúsculos de otoño.
Vi la casa de Quasimodo: era espléndida,
incluso la planta baja, que él frecuentaba poco
(después hubo un incendio y se fue a vendimiar);
solo las noches del coro te hacían pagar entrada.
El galpón de Mona Lisa tampoco es poca cosa
aunque tiene, a mi gusto, demasiados invitados:
gentes de las más diversas latitudes llegan
con su dirección memorizada. Ella siempre recibe
a todos de nueve a dieciocho, sauf les mardis.
La vertical del agapanto
Después de una perdida guerra
(ganarla era improbable, si me acuerdo),
volvía a casa al ritmo
de un galope (de ajedrez).
Comimos, velamos, hacía calor.
Eso que antes de la revolución la atmósfera
era angosta, apenas rendía para estar dormido,
tenía un trazado imposible a paso humano.
Era esa zona de abril en que la flora,
como un trabajo publicado,
se muestra algo apenada
porque ya no queda disimulo
de lo que no llegará a ser.
Irrumpió la vertical del agapanto:
capullo del amor, lirio africano, pluma azul:
es la primera flor de infancia que recuerdo,
dijo alguien, por eso la tengo en mi terraza.
Yo debía seguir pero el camino
se rompía entonces a lo ancho
y tuve que pegarme a una pared de olor.
Verano interior
1.
Cuando la charla perentoria terminamos
quedé a la vez ingrávido y pensante.
Seguí sentado y con la ventana abierta,
te molestaba en la casa olor a humo.
Aprovechaste el momento y saliste
volando y me miraste desde una rama
del olivo que contemplábamos, de mañana,
la taza en la mano, la tostada en la mesa.
2.
“La tostadora nos espía, te lo dije.”
“¡Otra vez, caray, tus fantasías!”
Pero lo que te conté en el lavadero
sobre las rebajas segundas convenientes
en las camisas lindas de lino pastel,
¿por qué se anuncia ahora
—Take advantage of up to 70% off—
al margen de la página sin tinta?
Está bien, no cabe alarma: felicidad
de nosotros es como un dado sólida.
Podemos desayunar hasta pan crudo,
“¡Lástima que ya tiramos también la exprimidora!”.
3.
¿Cómo es que el grillo se durmió
y su afiladora a pedal sigue chispeando?
Cada vez que entra un vecino
la puerta de la calle hipnotizada
relincha a la indolente luna
que de un estornudo la despierta.
Nos tiramos al agua del colchón
confiando en la flotación de las almohadas:
las abrazamos fuerte. El verano
no tiene cuartel y calcina las analogías.
4. LLEGA LA TORMENTA
El viento hace de casa una ocarina:
toca a la vez la entera escala; ¿afina?
Que vaya al fin del cielo el astronauta,
yo: vivo encerrado en una flauta.
5. UNA SALIDA
Tiempo camina sobre el agua y llora
escamas que funden plomo y plata.
El agua, reducido día, abolla
contra la piedra olvido, insiste, vuelve.
El mar tiene en los bordes labio y ojo.
Black Mirror con wasabi
para Santiago Fillol
Los Arropados y los Fríos duermen
con y sin medias respectivamente.
La Moderada Escuela los divide en:
Sucios y Naturales —goce del clasificar,
a todo le besas lascivo la mejilla.
En la sobremesa de octubre un Frío firme
discute con su hijo un episodio
de Black Mirror: disimula, en verdad,
no haber visto ninguno. En la ficción,
(le explican) se te deja vivir o te ejecutan
según sume indulgencias tu aspaviento.
El jurado es superfluo: basta el escrutinio.
Él se distrajo recordando el día en que
su hijo recomendó un japo que había
conocido