Los cambios de jurisdicción disminuyeron el rol económico y político del Cusco en el Alto Perú. De esta manera, en 1776 se creó el Virreinato de Río de la Plata, con lo que se separó a Cusco y al resto del Bajo Perú de Potosí y a la cuenca del Titicaca.49 En 1778 se legisló una política de “libre comercio” que, entre otras iniciativas, abrió a Buenos Aires al comercio con España. La plata extraída de Potosí era enviada a través de Buenos Aires que, a su vez, comercializaba bienes importados no solo en el Alto Perú sino también en Cusco y Arequipa. El oro y la plata serían acuñados en Potosí y ya no en Lima, y no podían exportarse metales preciosos, en bruto, al Bajo Perú, por tanto, el pago para las importaciones de Cusco, tales como textiles, azúcar y coca, cada vez eran más difíciles.50 Como sus contrapartes limeños, la clase alta del Cusco se quejó de estos cambios, describiendo sus terribles consecuencias económicas y los potenciales problemas sociales que podrían acarrear.
Las demandas fiscales a la población andina crecieron fuertemente con las reformas borbónicas. Por ejemplo, la alcabala, un impuesto a las ventas que se pagaba sobre la mayor parte de mercancías comercializadas por quienes no eran indígenas, subió de 2% en 1772 a 6% en 1776. Más importante aún fue el hecho de que el visitador general Antonio de Areche, quien llegó en 1777, puso en marcha una vigorosa recaudación de tributos, y en todo el sur andino se instalaron oficinas de aduanas.51 En la segunda mitad de la década de 1770, se incluyó en el pago de alcabala productos, como la hoja de coca, y a grupos sociales que anteriormente habían estado exonerados, como los artesanos. Así, a través de la ampliación de la fiscalización del Estado sobre casi toda transacción comercial, la incorporación de grupos y productos anteriormente exonerados, y la fortalecida eficiencia en la recaudación, las reformas borbónicas despertaron las iras de virtualmente todos los sectores socioeconómicos del Perú.52 Además, los cambios no fueron solo económicos, pues los criollos fueron excluidos de las posiciones administrativas claves, y los grupos corporativos —como los artesanos o los miembros de la Iglesia— vieron reducidos sus derechos y prerrogativas.
Las reformas borbónicas aumentaron en gran medida la carga tributaria extraída a los indios, lo que puso fin a la excepción que estos tenían de ciertos tributos, con el aumento de los impuestos y de la eficiencia en la recaudación. En el Perú, los ingresos del Estado colonial habían dependido principalmente del tributo indígena; por lo tanto, el aumento de las arcas del Estado requería aumentar la presión sobre los indios. La recaudación del tributo indígena llegó a su máximo luego de 1750, así, entre 1750 y 1820, en Cusco se multiplicó por dieciséis.53 Pero los indios no solo tuvieron que hacer frente a un aumento en las ventas y el tributo, pues también estaba el reparto de mercancías, otra institución despreciable, que era tolerada por el Estado colonial, por la cual se permitía que los corregidores —por lo general coludidos con los comerciantes y los productores poderosos— obliguen a los indios a comprar productos a menudo a precios inflados.54 Esta práctica fue abolida cuando la rebelión de Túpac Amaru estaba en curso.
Como se analiza en el siguiente capítulo, los Borbones también hicieron trizas la autonomía política de las comunidades campesinas. Asimismo, con frecuencia intentaron reemplazar a los tradicionales caciques “de sangre” con personas que no eran indígenas, lo que dio origen a duras batallas que por décadas se libraron en los tribunales e incluso, en ocasiones, en violentos actos callejeros. Muchos caciques de sangre desplazados o amenazados se unieron a las fuerzas de Túpac Amaru.55
En la segunda mitad del siglo XVIII, el destacado lugar que tenía Cusco en la economía panandina estaba cayendo vertiginosamente. Las reformas borbónicas, sin embargo, no fueron la única causa de las dificultades económicas y el extendido descontento en el Cusco, pues también contribuyeron la debilidad interna de la economía de la región y la consecuente incapacidad por competir con productos foráneos. Si bien la política borbónica de “libre comercio” no abrió el camino a un diluvio de importaciones, los productos del Alto Perú, el virreinato del Río de la Plata y de ultramar competían cada vez más con los de Cusco.56 De esta manera, la región sufrió de sobreproducción y saturó los mercados mientras los precios se estancaban e incluso caían: la competencia aumentaba y los precios disminuían en el mismo momento en que las demandas del Estado estaban en auge, lo que alimentaba una situación explosiva. Las principales actividades económicas de Cusco, que giraban en torno a productos como textiles, hojas de coca y azúcar, eran vulnerables debido a su dependencia de la mano de obra forzada, las ventas obligadas —el reparto— y los mercados distantes.57 Parafraseando a Nils Jacobsen y Hans Jürgen Puhle, la economía de la región se caracterizaba por una infraestructura atrasada y por exorbitantes costos de transporte en el accidentado suelo andino. Por otro lado, la oferta de mano de obra era inelástica y los productores dependían del trabajo forzado.58 Por ello, durante la sublevación, los rebeldes expresaron vívidamente la antipatía hacia los obrajes, lo que se expresó en el incendio y saqueo de docenas de ellos. Así, en 1780, la economía de Cusco estaba estancada o incluso en decadencia, y el grueso de la población culpaba de ello al Estado colonial.
Para explicar rebeliones como la de Túpac Amaru se requiere examinar tanto factores ideológicos como económicos y políticos. Incontables estudiosos han demostrado que los levantamientos no son meras reacciones ante las condiciones objetivas, ya que las transgresiones morales o culturales son iguales o más importantes en la incitación a la insubordinación.59 Los líderes y los seguidores del movimiento elaboraron su ideología a partir de una serie de fuentes. Ya bien entrado el siglo XIX, los rebeldes andinos combinaron corrientes de Ilustración y pensamiento anticolonial, nacionalismo inca y llamamientos más tradicionales que no cuestionaban la legitimidad del Estado sino más bien determinados abusos. Esta mezcla constituye una combinación creativa de ideologías más que un cordón inicial y fracasado de pensamiento occidental. Durante todo el período que es objeto de este libro continuó la búsqueda de una plataforma subversiva que se adhiriera a la cultura andina.
El nacionalismo neoinca fue la fuente ideológica más evidente para el levantamiento de Túpac Amaru. Así, durante todo el siglo XVIII, los descendientes de la élite inca, particularmente los caciques nobles del Cusco, veneraban a los incas; no solo ostentaban su linaje real sino que exigían mayores privilegios que aquellos de los que ya disfrutaban por ser caciques.60 Particularmente importante para este resurgimiento fueron los Comentarios Reales, la historia del Imperio incaico que escribió Garcilaso de la Vega y que se publicó por primera vez en 1609. El prólogo de Andrés González de Barcia en la segunda edición de 1723 incluía una profecía citada por Sir Walter Raleigh de que el dominio inca sería restaurado con la ayuda de gente de Inglaterra. José Gabriel, que a menudo era denominado “el Inca”, citó este trabajo en la década de 1770, cuando realizó gestiones legales en Lima, con el fin de confirmar su título de cacique.61 El 13 de abril de 1781, poco después de la captura de Túpac Amaru, el obispo de Cusco, Juan Moscoso, escribió que “Si los Comentarios de Garcilaso no huvieran sido la lectura e instrucción del insurgente... Si éstas y otras lecciones de algunos autores regnícolas no huvieran tenido la aceptación del traydor en lo mucho que en ellas se vierte sobre la conquista no emprendería Tupa Amaru el arrojo detestable de su revelión”.62 Luego de la rebelión, las autoridades censuraron vigorosamente la obra de Garcilaso.
Como sucede con todos los mitos nacionalistas, el nacionalismo inca fue la base para diversos proyectos políticos. Los caciques de sangre —una categoría