CAPÍTULO
UNO
“El oficio de escritor consiste en lograr ese clima propio
que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención,
que aísla al lector de todo lo que lo rodea
para después, terminado el cuento,
volver a conectarlo con sus circunstancias
de una manera nueva, enriquecida,
más honda o más hermosa”.
—Julio Cortazar
Historias
sobre cómo
reconocer
tu potencial
Los dos lobos
Hacia el final de la tarde del tercer día de la gran prueba, el joven Nayati regresó triste y abatido, sin saber cómo enfrentaría la censura del resto de la tribu. Quizá se había rendido demasiado pronto, pensaba mientras caminaba. Si hubiese esperado uno o dos días más, a lo mejor sus mayores lo habrían entendido, pero rendirse después de solo tres días era señal de debilidad y cobardía.
Lo peor de todo es que, lo que en realidad lo había vencido no fue el hambre, ni el agotamiento, ni la falta de agua, ni el asecho de alguna fiera. Ni siquiera fue la visión de una de las criaturas del mundo inferior que, según su abuelo, lo visitarían para ponerlo a prueba, torturarlo y hacerlo desistir. Lo que doblegó su espíritu fue, precisamente, el temor a lo que ahora le esperaba: los reproches de sus mayores, la decepción de sus padres, las burlas de sus amigos, el rechazo de los otros jóvenes Powatan que habían pasado la prueba y ahora serían considerados adultos mientras que a él lo seguirían tratando como un niño.
Nayati continúo avanzando, cabizbajo. “Recuerda que tu nombre significa luchador”, le dijo su abuelo antes de salir, con la esperanza de que esto le diera confianza y valor. Pero hoy, no había tenido ni lo uno, ni lo otro.
El joven caminó hasta el tipi que compartía con sus padres y su hermana Chenoa y allí permaneció solitario el resto de la tarde.
Pensó en las pasadas dos semanas: en el gran ayuno que marcaba el fin de la infancia de todo hombre Powatan y su paso a la adultez; en el momento en que debió cazar y matar su propio búfalo; en su envío al bosque —al “lugar de morir”—, donde debía pasar siete días, solo, sin comida, atento en todo momento a recibir la visión del Águila Dorada, el Oso Blanco o cualquier otro espíritu del mundo superior que le indicarían que Nayati el niño había muerto y en su lugar había nacido Nayati el hombre, el nuevo guerrero Powatan. Apenas tres días soportó su faena, pues dejó que el miedo se apoderara de él haciéndolo dudar, robándole la confianza con que saliera días antes.
Cuando su abuelo, Napayshni, entró al tipi, Nayati no tuvo el valor de levantar la cabeza. Estuvo a punto de llorar, pero contuvo el llanto por respeto a él.
“A lo largo de la vida, en el interior del ser humano, se libra una batalla entre dos feroces lobos”, le dijo el abuelo colocándole su mano sobre el hombro.
“¿Dos lobos?”, le preguntó Nayati sin entender muy bien a lo que él se refería.
“Así es, dos lobos que viven dentro de cada uno de nosotros, alimentándose de todo aquello que permitimos que entre en nuestra mente: el lobo del bien y el lobo del mal, Nayati. El primero, es bueno; lleno de paz, confianza y valor. En cambio, el segundo, es malvado y lo caracterizan la envidia, la culpabilidad y el temor. Es una pelea a muerte, Nayati. No te quepa duda de ello”, continuó el viejo Napayshni. “Mientras el lobo del bien busca exaltar tus virtudes, darte confianza y seguridad, y convencerte de tu capacidad para superar los retos que enfrentas, el lobo del mal llena tu cabeza de temores y dudas, trata de acobardarte persuadiéndote de que no estás preparado y de que vas camino a un fracaso seguro”.
“¿Y cuál lobo generalmente gana?”, le preguntó el joven.
“Siempre ganará el lobo que tú alimentes más, Nayati”.
Es posible creer que la mejor manera de ilustrar un concepto es exponiendo el principio, la norma o la enseñanza que deseamos compartir, y permitir que el oyente interprete la idea presentada, saque sus propias conclusiones y decida cómo aplicarlas. Sin embargo, este proceso no siempre ocurre con tal facilidad.Con frecuencia, hay quienes escuchan un concepto, lo entienden y hasta aprecian la sabiduría que encierra, pero continúan teniendo grandes dificultades en aplicarlo en su vida diaria. Es ahí cuando una historia contribuye a facilitar este proceso, ya que ilustra un caso concreto, una circunstancia específica en la cual el concepto en cuestión sea aplicable. Esta técnica resulta aún más importante cuando el principio que buscamos ilustrar es muy subjetivo y se presta para caer en la trampa del autoengaño.¿Sí ves? El asegurar que el temor fue la causa por la cual alguien fracasó en su intento por lograr una meta es una apreciación muy subjetiva. Aunque nosotros así lo creamos, y exista evidencia que lo demuestre, es posible que la persona que perseguía dicho objetivo considere o asegure que fueron otras las razones: un acontecimiento adverso que debió enfrentar, su falta de preparación, un imprevisto o a alguna otra circunstancia fuera de su control.Esta es una reacción muy natural. En lugar de aceptar la responsabilidad por nuestra falla, racionalizamos los miedos, dudas o inseguridades que nos harían parecer débiles y los disfrazamos con otros rótulos menos dolorosos: precaución, prudencia, cautela. En estos casos, una leyenda como la de los dos lobos nos obliga a enfrentarnos a nuestros propios temores y a ser totalmente honestos con nosotros mismos.Pero esta historia va mucho más allá. No solo nos confronta con los miedos y las inseguridades que pudieron ser la causa de nuestras caídas, sino que además nos invita a descubrir los orígenes de estos temores y dudas: ¿son reales? ¿Dónde se originaron? ¿Quién los puso en nuestra mente? ¿De qué manera nos están limitando y haciendo daño?Los dos lobos aclara todos estos interrogantes sin necesidad de explicaciones filosóficas, ni planteamientos sicológicos confusos. Las palabras sencillas de Napayshni nos dan la respuesta.La actitud y la manera como enfrentamos los retos y las situaciones difíciles que la vida nos presenta están influenciadas por este conflicto que se libra en nuestro interior entre dos impulsos primarios —uno que busca fortalecernos y otro que tiende a debilitarnos—. Y en esta batalla entre estas dos fuerzas representadas por los dos lobos suele salir victoriosa la que nosotros nos hayamos encargado de alimentar más.¿Cómo la alimentamos? Con las creencias, las opiniones —propias y ajenas—, los temores y demás ideas que permitimos que entren y encuentren cabida en nuestra mente. Cada uno de estos pensamientos es un bocado que alimenta a uno de nuestros dos lobos.Otro aspecto que vale la pena destacar es que, por lo general, el mensaje de una historia se presta a múltiples interpretaciones. Algo que, lejos de debilitarla, nos permite descubrir diversos puntos igualmente importantes. ¿A qué me refiero?Sería fácil concluir que una mejor solución para el dilema de los dos lobos es eliminar al lobo del mal. Es más, con frecuencia la gente me pregunta qué hacer para erradicar de su vida los miedos que parecen asediarlos constantemente. Muchos han llegado a convencerse de que el temor es su peor enemigo; que esa voz interior que parece siempre estar previniéndolos, advirtiéndoles que actúen con extrema cautela y atemorizándolos con la posibilidad de fracasar es la que no les ha permitido salir adelante en la vida. Así que quieren saber cómo eliminarla —cómo matar al lobo del mal— de una vez por todas para que no les siga haciendo daño.Pero lo cierto es que el miedo no es realmente