¿Qué nos impide darnos cuenta de lo que está tan sencilla e íntimamente presente? Algunos intentos teológicos de contestar a esta pregunta han pasado a nosotros a lo largo de los siglos. Pero, desde un punto de vista más práctico, el de la práctica de la contemplación, podemos decir que nuestra mirada está, en cierto modo, saturada. Como resultado podemos sorprendernos juzgando a los demás cuando no sabemos lo que significa la vida para ellos o las tremendas dificultades que pueden estar atravesando. La respuesta de Jesús a esta situación es una de sus respuestas más famosas: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una viga en el tuyo?» (Mt 7,1-4). El problema es que nuestra mirada está fuertemente sobrecargada, nuestra mente está profundamente abarrotada. La parte segunda utiliza esta metáfora de abarrotar y despejar nuestra mente como una manera de pensar en cómo funciona la práctica de la contemplación. La metáfora nos permite observar el proceso de liberación desde un punto de vista diferente al de adquirir algo que pensamos que no tenemos y que, por tanto, debemos planear cómo adquirir, poseer y controlar.
Imagina una luminosa y espaciosa habitación cuyo suelo de madera encerada está repleto de montones de trastos de todo tipo. La práctica de la contemplación va gradualmente despejando nuestra mente, va poco a poco revelando el precioso suelo encerado –el radiante fundamento de todo– que no sabíamos que estaba ya ahí. Este libro evita el uso de la mente para no dar la impresión de que la mente es un estado o algo estático. A veces hablamos de la mente como si fuera algo estático. Hay quien puede decirnos: «Vuelve cuando mi estado mental mejore». Pero, en realidad, la mente –el flujo mental– tiene mil brazos que están en constante movimiento. La mente está en constante cambio, nunca es fija ni permanente. Aquí destacaremos tres manifestaciones de la mente: reactiva, receptiva y luminosa. Analizaremos las mismas preguntas respecto a las tres: ¿cómo es la práctica? ¿Cómo es el ego? ¿Qué habilidades contemplativas están desarrollándose? ¿Cuáles son algunos de los desafíos especiales?
Nuestro metafórico hilo conductor de abarrotamiento y limpieza –el proceso de liberar, dejar estar, abandonar, no aferrarse– coloca en primer plano algunos temas clave para la práctica de la contemplación que a veces se pasan por alto en muchos buenos libros sobre contemplación que destacan el crecimiento, el desarrollo, el progreso y la adquisición de algo de lo que carecemos. Algunos de esos temas son: 1) la inutilidad de nuestra preocupación por nuestro propio progreso; 2) el uso del atractivo de los senderos de contemplación como una manera de mantener a Dios a distancia; 3) la excesiva insistencia en ser conscientes de o estar atentos a objetos en nuestra consciencia, que tiene un papel vital, pero transitorio: si la consciencia se detuviera aquí, impediríamos el florecimiento de nuestra práctica como la desnuda sencillez de apuntar directamente a la inmensidad luminosa; 4) la inmensidad luminosa no puede ser un objeto del que ser conscientes, porque es el fundamento radiante de todo lo que existe; 5) el centrarnos en nuestro propio progreso, crecimiento y desarrollo nos conduce con frecuencia a los objetos restantes de nuestra propia fascinación: nosotros como nuestro propio proyecto contemplativo.
La parte tercera aborda el tema de la depresión, especialmente la depresión que no se disipa como debería, según dicen las investigaciones científicas. La depresión puede dejarnos a muchos aplanados o aún peor: atrapados en las arenas movedizas del estigma, en las que empeoramos nuestra situación cuando tratamos de librarnos de ellas. Este último capítulo trata de mostrar que la práctica de la contemplación revela la posibilidad de hacer un profundo servicio a todos los que sufren depresión. Nuestro propio abandono y nuestra derrota pueden convertirse en un puente para todos los que carecen de él.
Las observaciones y reflexiones de este libro no son sino barcos de papel en el río. Quizá uno o dos puedan tocar tierra en ti.
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