Cada año sopesaba su futuro, y este año se le antojaba especialmente desolador. Ni siquiera sabía qué curso debía enseñar el próximo año. Los rumores de despidos se propagaban rápido y con fuerza. Star recogió su bolso y la caja con el resto de trastos de su escritorio, y echó un último vistazo antes de dirigirse a la puerta. Cuando había llegado al centro de la habitación, se abrió la puerta.
En el pasillo había un hombre de aspecto extraño. Era alto, delgado y pálido. De su cuerpo colgaban su camisa y pantalones como si fueran prendas tendidas en un tendedero. Su piel era de un blanco puro, casi transparente. Star intentó recordar si era el padre de algún alumno, pero no pudo. Abrió el bolso y buscó de manera instintiva el spray de pimienta. Había más personas en el edificio y no tenía motivos para sospechar de ningún peligro, pero más valía prevenir. El desconocido entró en el aula.
—¿Srta. Lite? —preguntó con una voz sorprendentemente profunda.
Star había esperado que de esa estructura esquelética surgiera un susurro más seco.
—Sí, soy yo. ¿En qué puedo ayudarle?
—¿Tiene un momento para hablar? Sobre mi hijo.
«Maldición». Star se moría de ganas de negarse e irse a casa. Estaba convencida de que ese hombre no era padre de ninguno de sus alumnos actuales, y si su hijo iba a estudiar con ella el próximo semestre, bien podría esperar hasta entonces para comenzar las charlas entre padres y profesores.
—Llego tarde a otra cita —mintió—. ¿Podemos hablarlo por correo electrónico?
—Solo será un momento. ¿Podemos sentarnos?
Star dejó caer la caja de trastos con un ruido seco, se sentó en un pupitre de estudiante y con un gesto indicó al hombre que hiciera lo mismo. No estaban hechos para un adulto, desde luego, no uno de la estatura de ese hombre, y esperaba que esa incomodidad acortara la conversación.
—Soy el padre de Curtis Smith —dijo y extendió su gran mano como saludo—. Fue alumno suyo el año pasado. Hablaba muy bien de usted.
—¿Cómo está Curtis? —preguntó Star, mientras se estrujaba el cerebro para intentar recordar a un estudiante con ese nombre.
—Está bien. Ahora está con su madre. Hace poco lo vi y me pidió que le entregara esto —el hombre sacó una pequeña caja recubierta con purpurina—. Curtis me dijo que usted le ayudó mucho con los estudios y que nunca pudo darle las gracias adecuadamente. Quería que tuviera esto como muestra de agradecimiento. —El hombre se puso en pie—. Gracias por su tiempo, Srta. Lite. —Mostró una sonrisa desvanecida y salió del aula.
Star permaneció sentada un momento, no demasiado segura de qué acababa de pasar. Se percató de que el hombre no había dicho su nombre, solo el de su hijo. El nombre de Curtis Smith le sonaba, pero no podía ponerle una cara. No debió ser un estudiante problemático ni uno excepcional. Habían pasado tantos estudiantes por sus clases que le resultaba complicado recordarlos a todos, por mucho que lo intentara.
Volvió a recoger la caja con sus trastos y se dirigió a la puerta, aliviada porque el encuentro hubiera sido breve. Raro, pero breve. Cuando llegara a casa, miraría quién era Curtis Smith, pero ahora su prioridad era salir del edificio antes de que alguien más la abordara.
* * * *
Una vez llegó a casa, Star lanzó el bolso sobre la mesa de la cocina y descargó la caja con los trastos del aula en una esquina. Probablemente dejaría que ese desorden reposara durante todo el verano y después rebuscaría con prisas lo que necesitara cuando volvieran a comenzar las clases en la escuela. De momento, prevalecía una dichosa libertad.
Abrió la nevera y se sintió decepcionada, aunque no sorprendida, al ver que los estantes estaban lamentablemente vacíos. «Toca irse de compras». Star rebuscó en su bolso y saqueó un cajón de la cocina antes de dirigirse a su dormitorio y a la sala de estar, en busca de un cigarrillo. Ya que no podía comer, al menos daría una calada, aunque técnicamente había dejado de fumar. Ni comida, ni tabaco. ¿Era demasiado temprano para beber? «¡Ajá! ¡Un tesoro!». Quedaba un cigarrillo en un paquete escondido.
El timbre chirriante del teléfono quebró el silencio. Comprobó el identificador de llamada y gruñó. Era su prima Betty. Sabía exactamente qué suponía esa llamada y estuvo tentada de ignorarla, pero Betty persistiría hasta conseguir una respuesta. «Será mejor que acabe cuanto antes con esta conversación».
—¿Hola? —murmuró Star, con el teléfono colgado al hombro. Dejó a un lado todos los artículos para fumar, ya que no quería malgastar ni una pizca de placer por culpa de esa llamada.
—Hola, ¿Star? —preguntó la voz al otro lado del teléfono.
«¿Quién más respondería al teléfono en mi casa, y es que acaso no reconoces mi voz después de todos estos años?». Por una vez, Star estuvo tentada de soltarle una réplica cortante a Betty, pero con su dulce e inocente prima todo sarcasmo quedaba desperdiciado.
—Sí, Betty, soy Star. ¿Qué pasa? —preguntó con la esperanza de ir al grano rápido.
—Ya estás de vacaciones, ¿verdad? ¿Estás contenta por tener el verano libre?
—Sí, muy contenta. Estoy un poco ocupada ahora mismo. ¿Querías algo?
—Oh, solo quería asegurarme de que te estás preparando para la fiesta del 4 de julio. Deberíamos empezar a planearla pronto.
—Betty, estamos a uno de junio. ¿De verdad tenemos que pensar en julio tan pronto?
—¡Pues claro! Hay muchas cosas que hacer. Y bien, ¿de qué te quieres encargar? ¿La decoración? ¿Los postres? ¿O de las bebidas? ¡Dios, me estoy entusiasmando solo con pensar en ello!
Star estaba a punto de vomitar solo con pensar en ello, pero se forzó a respirar hondo y exhaló lentamente. Betty tenía buenas intenciones, pero no podía evitar que su cerebro se sobreacelerara en ocasiones.
—¿Y si te llamo dentro de una semana? Tengo que sacar todas mis trastos de la escuela de las cajas y hacer algunas cosas.
—Oh, cari, ¿todavía estás triste? Suenas triste. Cielos, yo también lo estaría después de lo que te hizo ese asqueroso. Eres un gran partido. Él se lo pierde, sabes.
—No estoy triste, estoy bien —contestó. No quería pensar en su exprometido y aquel día horroroso—. Ya lo he superado. Tienes razón, él se lo pierde. Ya he pasado página.
—¡Ese es el espíritu! No malgastes ni un minuto más pensando en él. Aclárate las ideas, haz eso que tienes que hacer y llámame. Pero no te lo tomes con demasiada calma, ¡hay muchas cosas que preparar!
Star se despidió y colgó. Trató de indignarse un poco con Betty. Maldita fuera por obligarla a preparar una fiesta a la que ni siquiera quería asistir, y maldita fuera por darle otra cosa más de la que preocuparse. Star ya tenía demasiados proyectos en los que trabajar ese verano, demasiadas cosas por hacer.
Pero no estaba ni siquiera cerca de indignarse. Básicamente no sentía nada, lo mismo que había sentido últimamente... ¿Cuánto tiempo había pasado desde el Evento, casi un año? Ni gozo, ni enfado, ni pena, solo un gran sentimiento insípido todos los días. Empezaba nada más despertarse, proseguía durante todo el día y duraba hasta la noche, cuando unos últimos pensamientos fugaces danzaban por su mente antes de que la reclamara el sueño. Incluso sus sueños eran apagados y mediocres.
Y, la verdad fuera dicha, no tenía absolutamente nada que hacer ese verano, ningún plan, nada. Casi todos los años tenía algo en cartera, una clase que dar o a la que asistir, proyectos para hacer en su patio o por la casa; alguna tarea que le diera un buen motivo para levantarse de la cama cada mañana. Pero no ese año. Había dejado de algún modo que el verano se acercara y no había hecho ningún plan.
Star sabía que su mentalidad actual no era buena.