Poniendo el énfasis tanto en la «técnica» como en la «devoción», Gordon y O’Connor intercambian cartas donde hablan también de su apreciación de la obra de otros «malos» católicos como Hemingway y Graham Greene. Defienden que sus obras han de ser rescatadas de los críticos pietistas poco caritativos. Gordon enseña a O’Connor, y a Percy, a sumergirse en los maestros del realismo literario; O’Connor, a su vez, pasa la enseñanza a sus corresponsales. Ella y Gordon reaccionan ante los lectores, laicos y religiosos, distraídos por los excesos de la personalidad y la fe imperfecta de Hemingway.
Percy incluso lamenta que los lectores religiosos mal formados censuren la narrativa de primorosa composición:
Sólo quisiera llamar la atención sobre una confusión crónica de la que parece que caen víctimas muchos lectores, sobre todo católicos. Tienden a sucumbir a un puritanismo muy poco católico, y a confundir lo vulgar con lo malo y lo amable con lo bueno… En ciertos círculos católicos americanos, parece que existe la impresión de que las novelas católicas han de ser escritas por un santo o sobre un santo[6].
O’Connor está de acuerdo. En 1952 escribe a Gordon: «Si las novelas católicas son malas, la crítica católica actual es una pura porquería, o bien está metida en algún convento donde nadie puede ponerle las manos encima»[7]. Asiste fielmente a la parroquia en Milledgeville, y reseña libros para el periódico diocesano. En una carta defiende El americano impasible de Graham Greene, criticado como pernicioso en una revista católica. El crítico esencialmente obvia el aviso de Greene en cuanto al error de la resistencia francesa al comunismo en Vietnam, trágicamente repetido en la debacle de los Estados Unidos en el mismo país.
En otras reseñas O’Connor es más directa, quejándose ante un docto jesuita de una novela que ella llama Cómo matar un ruiseñor. En el capítulo 3, «La literatura que a ella le gusta: lugares y gentes», aparecen más comentarios como estos. Estas cartas reflejan la honda amistad entre O’Connor y alguien a quien sólo identifica como «A» en El hábito de ser. Hace unos años, en un congreso en Dinamarca, conocí a William A. Sessions, antiguo compañero de O’Connor y albacea literario de A. Me dijo que pronto revelaría su identidad y, efectivamente, en 2007, anunció que se trataba de Elizabeth (Betty) Hester, de Atlanta. Sessions facilitó la disponibilidad de más cartas que escribió O’Connor a Hester. Su correspondencia se suma a la lista de llamativas alianzas personales entre escritores: Adams y Jefferson, Melville y Hawthorne o C.S. Lewis y Tolkien. O’Connor y Hester en su extraordinaria correspondencia se merecen contarse entre ellos.
Lo bueno llega de Nazaret contiene también la correspondencia de otra importante amistad. Caroline Gordon aprecia a Dorothy Day, y asiste a un retiro en una residencia del Movimiento del Trabajador Católico. Gordon cree que fue santa. O’Connor y Percy no se muestran muy convencidos. No están de acuerdo con la crítica que hace Day del capitalismo, enraizada en el marxismo al que estuvo adherida antes de convertirse. La visión económica de O’Connor y Percy es especialmente vital ante el resurgir de candidatos políticos socialistas y su habitual crítica del capitalismo. En contraste, tanto O’Connor como Percy conocen y admiran a emprendedores pertenecientes a sus familias y a la sociedad en general. Las cartas de O’Connor presentan verdades económicas e históricas, afirmando que el capitalismo americano no es la historia de codicia y explotación que los periodistas suelen pintar. En un tiempo en que los viejos políticos quieren hacer creer que la redistribución gubernamental de la riqueza es algo nuevo, O’Connor aporta ideas importantísimas.
O’Connor fue ciudadana y creyente ejemplar hasta el final, aguantando con optimismo el agotamiento, la enfermedad y sus repetidos ingresos hospitalarios. A menudo suplicaba a sus amigos que rezaran por ella. En sus últimos meses siguió leyendo a santo Tomás durante veinte minutos cada noche, pero sus corresponsales devotos la animaban a leer también a C. S. Lewis. Las cartas del último capítulo, «Qué pronto se van las almas selectas», nos muestran que a O’Connor le encantaba Lewis. La modesta casita de campo inglesa donde Lewis compuso Milagros, obra que inspiró a O’Connor, fue otro «Nazaret». Lewis le toca la fibra a O’Connor en cuanto a su propia narrativa. Su ortodoxia apocalíptica y dinámica, enraizada en el Doctor Angélico y en el incomparable Dante, comprende lo que llama Lewis el «mero cristianismo». Las cartas de O’Connor son destellos de ingenio, y muestran su dedicación a su vocación ante el sufrimiento prolongado. Un amigo escribió algo referido a las cartas contenidas en El hábito de ser, que también resume las de Lo bueno llega de Nazaret: «Al leerlas repetía una y otra vez, ¡qué maravilloso regalo ha sido Flannery para este país, para la Iglesia y para el espíritu humano!»[8].
Benjamin B. Alexander
Pawleys Island, Carolina del Sur
Abril de 2019
[1] Rama estadounidense de la comunión anglicana.
[2] Thomas Gossett: «Flannery O’Connor’s Opinions of Other Writers: Some Unpublished Comments», Southern Literary Journal, Spring, 1974, 70–82.
[3] Walker Percy, «Confessions of a Late Blooming Miseducated First Novelist», Walker Percy Papers, Southern Historical Collection, Louis Round Wilson Library, University of North Carolina, Chapel Hill.
[4] Caroline Gordon a Brainard (Lon) Cheney, diciembre de 1951.
[5] Walker Percy Papers, Southern Historical Collection, Louis Round Wilson Library, University of North Carolina, Chapel Hill. Gordon se apropia aparentemente de la frase de Orestes Brownson, crítico popular de mediados del diecinueve que luego ha caído en el olvido. La obra de Ralph Waldo Emerson ha hipnotizado a generaciones de estudiosos, pero Brownson dudaba, observando que Emerson, en sus especulaciones vagamente gnósticas, había vuelto la espalda a «lo bueno llegado de Nazaret».
[6] Walker Percy: «Sex and Violence in the American Novel», Walker Percy Papers, Southern Historical Collection, Louis Round Wilson Library, University of North Carolina, Chapel Hill.
[7] Flannery O’Connor a Caroline Gordon, 12 de mayo de 1952.
[8] Robert McCown, S. J., a Sally Fitzgerald, 20 de noviembre de 1981.
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