2:3.3 (37.1) La cesación de la existencia suele decretarse durante la adjudicación dispensacional o de edad del reino o de los reinos. En los mundos tipo Urantia, ocurre al final de una dispensación planetaria. La cesación de la existencia se puede decretar en tales casos por la acción coordinada de todos los tribunales de jurisdicción, desde el concilio planetario hasta los tribunales de juicio de los Ancianos de los Días, pasando por las cortes del Hijo Creador. El mandato de disolución se origina en los tribunales superiores del superuniverso después de una confirmación ininterrumpida del proceso que comenzó en la esfera de residencia del malhechor; y luego, cuando la sentencia de extinción ha sido confirmada en lo alto, la ejecución es llevada a cabo por la acción directa de esos jueces que residen y funcionan en los centros de gobierno del superuniverso.
2:3.4 (37.2) Cuando esta sentencia se confirma finalmente, el ser identificado con el pecado instantáneamente se vuelve como si no hubiera sido. No hay ninguna resurrección de este destino; es perdurable y sempiterno. Los factores de identidad de la energía viviente se resuelven mediante las transformaciones del tiempo y las metamorfosis del espacio en los potenciales cósmicos de los cuales emergieron anteriormente. En cuanto a la personalidad del inicuo, se la priva de un vehículo continuado de existencia vital debido al fracaso de la criatura de hacer esas elecciones y decisiones finales que le habrían asegurado la vida eterna. Cuando el abrazo continuado del pecado por la mente asociada culmina en la identificación completa del ser con la iniquidad, entonces, en el momento de la cesación de la vida, en el momento de la disolución cósmica, esa personalidad aislada es absorbida en la superalma de la creación, haciéndose parte de la experiencia evolutiva del Ser Supremo. Nunca más aparece como personalidad; es como si su identidad nunca hubiera sido. En el caso de una personalidad que albergue a un Ajustador, los valores espirituales experienciales sobreviven en la realidad del Ajustador que sigue existiendo.
2:3.5 (37.3) En toda contienda en el universo entre niveles actuales de la realidad, la personalidad de nivel más elevado terminará por triunfar sobre la personalidad de nivel inferior. Este resultado inevitable de la controversia en el universo es inherente al hecho de que la divinidad de calidad iguala el grado de realidad o actualidad de cualquier criatura volitiva. El mal no diluido, el error completo, el pecado voluntario y la iniquidad sin mitigantes son intrínseca y automáticamente suicidas. Tales actitudes de irrealidad cósmica pueden sobrevivir en el universo tan sólo por la misericordia-tolerancia transitoria que se aplica hasta tanto se cumpla la acción de los mecanismos determinantes de justicia y halladores de equidad de los tribunales pertinentes del universo.
2:3.6 (37.4) El gobierno de los Hijos Creadores en los universos locales es uno de creación y espiritualización. Estos Hijos se dedican a la ejecución efectiva del plan del Paraíso de progresiva ascensión de los mortales, a la rehabilitación de los rebeldes y pensadores errados, pero cuando tales esfuerzos amorosos son final y definitivamente rechazados, el decreto final de disolución lo ejecutan las fuerzas que actúan bajo la jurisdicción de los Ancianos de los Días.
4. La Misericordia Divina
2:4.1 (38.1) La misericordia es simplemente justicia atemperada por esa sabiduría que proviene de la perfección del conocimiento y del pleno reconocimiento de la debilidad natural y las limitaciones ambientales de las criaturas finitas. «Nuestro Dios es en extremo compasivo, benigno, paciente y abundante en misericordia». Por tanto «cualquiera que invocare el nombre del Señor será salvado», «porque él perdona abundantemente». «La misericordia del Señor es de eternidad a eternidad»; sí, «su misericordia perdura por siempre». «Yo soy el Señor que imparte benevolencia, juicio y rectitud en la tierra, porque en estas cosas me deleito». «No aflijo voluntariamente ni apesadumbro a los hijos de los hombres», porque yo soy «el Padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo».
2:4.2 (38.2) Dios es intrínsecamente generoso, naturalmente compasivo, y sempiternamente misericordioso. Y no es necesario jamás que se ejerza ninguna influencia sobre el Padre para suscitar su benevolencia. La necesidad de la criatura es en sí suficiente para asegurar el pleno caudal de su tierna misericordia y de su gracia salvadora. Puesto que Dios conoce todo acerca de sus hijos, es fácil para él perdonar. Cuanto mejor comprenda el hombre a su semejante, tanto más fácil le será perdonarlo, e incluso amarlo.
2:4.3 (38.3) Sólo el discernimiento de la sabiduría infinita permite a un Dios recto ministrar justicia y misericordia al mismo tiempo y en cualquier situación en el universo. El Padre celestial nunca es perturbado por actitudes conflictivas hacia sus hijos universales; Dios nunca es víctima de antagonismos de actitud. La omnisciencia de Dios dirige infaliblemente su libre voluntad en la elección de esa conducta universal que satisfaga perfecta, simultánea e igualmente las demandas de todos sus atributos divinos y las cualidades infinitas de su naturaleza eterna.
2:4.4 (38.4) La misericordia es el vástago natural e inevitable de la bondad y el amor. La naturaleza bondadosa de un Padre amante no podría de ningún modo rehusar el prudente ministerio de la misericordia a cada miembro de cada grupo de sus hijos universales. La justicia eterna y la divina misericordia juntas constituyen lo que en la experiencia humana se llamaría equidad.
2:4.5 (38.5) La misericordia divina representa una técnica equitativa de ajuste entre los niveles universales de perfección e imperfección. La misericordia es la justicia de la Suprema-cía adaptada a las situaciones de lo finito evolutivo, la rectitud de la eternidad modificada para satisfacer a los más altos intereses y al bienestar universal de los hijos del tiempo. La misericordia no es una contravención de la justicia, sino más bien una interpretación comprensiva de las exigencias de justicia suprema tal como se la aplica equitativamente a los seres espirituales subordinados y a las criaturas materiales de los universos evolutivos. La misericordia es la justicia de la Trinidad del Paraíso sabia y amorosamente enviada a las múltiples inteligencias de las creaciones del tiempo y el espacio tal como son formuladas por la divina sabiduría y determinada por la mente omnicognoscente y la voluntad libre y soberana del Padre Universal y de todos sus Creadores asociados.
5. El Amor de Dios
2:5.1 (38.6) «Dios es amor»; por lo tanto su actitud personal única hacia los asuntos del universo es siempre una reacción de afecto divino. El Padre nos ama lo suficiente para otorgarnos su vida. «Hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos».
2:5.2 (39.1) Es erróneo pensar de Dios que sea engatusado a amar a sus hijos por los sacrificios de sus Hijos o la intercesión de sus criaturas subordinadas, «porque el Padre mismo os ama». En respuesta a este afecto paterno Dios envía a los maravillosos Ajustadores para que habiten la mente de los hombres. El amor de Dios es universal; «Todo el que quiera puede acercarse». Él querría «que todos los hombres se salvaran al llegar a la posesión del conocimiento de la verdad». «No desea que ninguno perezca».
2:5.3 (39.2) Los Creadores son los primeros que intentan salvar al hombre de los desastrosos resultados de su tonta transgresión de las leyes divinas. El amor de Dios es por naturaleza un afecto paternal; por consiguiente a veces «nos disciplina por nuestro propio bien, para que podamos ser partícipes de su santidad». Incluso durante vuestras pruebas más duras, recordad que «en todas nuestras aflicciones él se aflige con nosotros».
2:5.4 (39.3) Dios es divinamente generoso con los pecadores. Cuando los rebeldes retornan a la rectitud, se los recibe misericordiosamente, «porque nuestro Dios perdonará abundantemente». «Yo soy aquél que borra vuestras transgresiones por mi propio bien, y no recordaré vuestros pecados». «He aquí el gran amor que el Padre nos dona para que se nos llame hijos de Dios».
2:5.5 (39.4) Después de todo, la mayor prueba de la bondad de Dios y la razón suprema para amarle es el don del Padre que mora en ti: el Ajustador que tan pacientemente aguarda la hora en que ambos os volváis eternamente uno. Aunque no puedes encontrar a Dios mediante la búsqueda,