Persecución. Joyce Carol Oates. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Joyce Carol Oates
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789874178466
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instante. Justo antes de que ocurriera.

       Tenemos que volver a aquel instante.

       Cuando bajaste del autobús. Cuando te quedaste de pie en el cordón de la vereda.

       Cuando bajaste del cordón.

       Si lo hiciste sin querer o… a propósito.

       Tenemos que perseguir eso. Tenemos que saber.

       Te perforaste un pulmón. Te rompiste la clavícula y cinco costillas.

       Tienes media docena de pequeñas fisuras en el cráneo. Tu cerebro ha resultado contusionado, lacerado. Corres el riesgo de que se te formen coágulos de sangre en el corazón.

       Según el conductor del autobús, parecías estar «decidiendo algo».

      Tenemos que volver a ese instante. Necesitamos saber por qué.

       Por qué hiciste lo que hiciste, qué te decías a ti misma en el instante en que ocurrió. Cuando te bajaste del cordón.

       A la mañana siguiente de nuestra boda.

      Baile de esqueletos

      Es-que-le-to. Hundiendo el rostro en la almohada, susurra esa (aterradora) palabra en voz alta (apenas).

      No está muy segura de qué significa «esqueleto» exactamente. Aunque (quizá) sí sabe qué significa.

      Es-que-le-to. Esque-leto. Esqueleto.

      Una terrible palabra (de adultos) que no debe decirse en voz alta. Una palabra que una niña no debería conocer, y que desde luego no pronunciaría. Una palabra que, cuanto más la pronuncias, más terrible se vuelve. Una palabra que resulta fascinante, como un vapor venenoso que se eleva hacia tus fosas nasales, y que sabes que no deberías inhalar. Aunque no puedes resistirte a hacerlo.

      Es un sueño recurrente que tiene a medida que se vuelve mayor. Después de la desaparición de sus padres. Después de haber vivido con parientes.

      Esqueletos. En un lugar cubierto de hierba.

      Cuántas veces tiene ese sueño. Prácticamente todas las noches. En los lugares a los que la lleva la gente, con sus cosas en lo que llaman un petate.

      Tiembla tanto que le castañetean los dientes.

      Sí, en ese lugar nuevo a veces tiene tanto miedo que moja la cama. Esas palabras pronunciadas en murmullos, «moja la cama», la avergonzarán y atormentarán toda su vida.

      No consigue comprender quién, o qué, la obliga a correr por aquel sendero lleno de maleza; la obliga a trastabillar entre la hierba crecida que le lacera las manos, el rostro. Que la obliga a ver.

       ¿Creías que podías olvidarnos? ¿Creías que nosotros íbamos a olvidarte?

      Pasó hace mucho tiempo. Si existiera una carretera que llevara de esta época hasta aquella, habría una interrupción, un trecho desmoronado, de modo que tendrías que bajar a ese socavón para poder cruzar al otro lado. Así de lejos quedaba.

      El sueño de los esqueletos moraba en ese tiempo remoto.

      Cuántas veces había tenido ese sueño. Le recorría en oleadas el cuerpo menudo como una corriente eléctrica, que la despertaba al instante.

      Temblando de frío, sin aliento suficiente para gritar.

       Eras capaz de distinguirlas… Las calaveras.

       Cráneos (humanos), no de animales.

       Entre la hierba crecida, junto al riachuelo.

       No las veías de cerca. No.

       Pero… sí llegabas a verlas. Cerrabas los ojos demasiado tarde.

       Veías que una calavera era mayor que la otra: esa era la de papá. Y la calavera algo más pequeña era la de mamá.

       Entre la hierba crecida, los huesos estaban desparramados de modo que (casi) parecía que estuvieran bailando. Yacían donde habían caído tanto tiempo atrás.

      La mañana de la boda

       ¿Creías que podrías olvidarnos? ¿Creías que nosotros íbamos a olvidarte?

      La mañana de su boda, muy temprano, antes de que amanezca, despierta sobresaltada. El sueño de los esqueletos, que tenía motivos para creer superado, vívido ante sus ojos.

      Está empapada en sudor bajo el camisón de algodón blanco. Será la última vez que use ese camisón (raído, su favorito) con su ribete de puntilla, ya que es la última vez que duerme sola.

      Sí, es (todavía) virgen. Por lo menos eso sí lo tiene.

      Exhausta y aturdida, yace boca arriba en un sitio que se siente revuelto y lleno de surcos como la tierra, pero que es su cama. Nota la piel irritada como si la hubieran azotado con afiladas hebras de hierba. En el sueño ha estado corriendo, desesperada y jadeante, aunque la lógica del propio sueño le dice que correr es inútil.

       ¿Creías que podías huir de nosotros?

      Al principio no sabe dónde está ni qué hora es, porque en ese sueño terrible es muy joven y está en un lugar distinto a este lugar, en ese tiempo remoto.

      Esta identidad que con tanto cuidado se ha construido, la de adulta entre los adultos del mundo, es un ser que en el sueño no existe todavía. En el sueño solo aparece su yo niña, su yo más auténtico y desprotegido, tan desprotegido como un cervatillo recién nacido que ni siquiera desprende aún un olor.

      Desprotegida como una cría a la que su madre ha abandonado.

      Desprotegida como una cría a la que, por pura lástima, han llevado a casa de una tía tras haberla abandonado sus padres.

      Al quedarse dormida, había captado que el sueño, el de los esqueletos, era inminente. Pues siempre hay primero una premonición, una sensación de parálisis en los miembros y de aturdimiento en lo hondo de su ser, la sensación de que se avecina algo terrible que no debes mirar, aunque en el sueño te ves obligada a mirarlo porque no tienes alternativa.

      Pero ¿por qué en la víspera de su boda? A qué viene ese viejo sueño de la infancia, tan terrible…

      Se encuentra en aquel lugar cubierto de hierba junto al riachuelo. La basura que las tormentas arrastran corriente abajo desborda sus riberas. Escombros y desechos, ramas de árboles rotas, cuerpos momificados de pequeños animales. Los restos de una mochila podrida. Y entre esos objetos, desparramados en la hierba, los esqueletos.

      ¿Podría uno saber que esos huesos son humanos? No, no podría.

      Ella no lo sabe. ¡No!

      Excepto por las calaveras. Casi ocultas por la hierba, no muy lejos una de la otra, esperándola.

      La calavera más grande, con sus cuencas oculares y su nariz enormes, los dientes rotos en una mandíbula desencajada, porque había estado gritando.

      La calavera menor tiene las cuencas y la nariz más pequeñas. Esa es la calavera silenciosa, la calavera atenta y cautelosa.

      Es significativo, a menos que se trate de pura casualidad, que ambas calaveras hayan acabado boca arriba.

      Quien sea que aparece en el sueño no es quien ella es ahora. Ya no.

      Ahora es mucho mayor. Tiene veinte años.

      ¡Está a salvo! Es una adulta.

      Si no fuera porque al observar el lecho del riachuelo, el agua que centellea, y al escuchar con