Galería clausurada. Marina Latorre. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Marina Latorre
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789563572841
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misma voz narrativa la que da cuenta de la decadencia de un clan otrora poderoso, “La familia Soto Zañartu”, cuento que revela, a través de algunas anécdotas tristemente jocosas, el sospechoso gusto artístico y la miserable vida económica de muchos miembros de la élite. La clase social vuelve a ser un tema preponderante en “Tercer piso de la Clínica Santa Ana”, donde una mujer pudiente yace anestesiada por una intervención de urgencia. En su delirio le dice al esposo unas cuantas verdades referidas a su desencuentro social, que no es solo de clase, ya que ella viene de la provincia y de otros anhelos familiares: “Tal vez fue su cuna. Fue el hecho de haber nacido en una tierra como Punta Arenas [...]. Allá no hay prejuicios. Recuerda a algunos amigos que tienen verdaderas telarañas en su espíritu, porque han nacido en una región en que hay diferencias sociales tremendas y en que algunos se creen de una casta superior. En su tierra de inmigrantes no existía”; “Mi amor, ya arreglaste tu máquina calculadora y para ti todo es fácil, porque perteneces a una familia de momias. La mía es distinta. Son artistas”.

      Pero hay artistas y artistas. El esnobismo, la discriminación de clase, los amiguismos y mezquindades de un mundo cultural en expansión, crecientemente mercantilizado, son puestos bajo la mirada reticente, aunque amable y por momentos irónica, de “Marisa”/Marina, quien deambula por ese mundo repartiendo sonrisas desconfiadas y alertas. Latorre realiza así su propio examen del llamado “campo cultural” del que habló el sociólogo francés Pierre Bourdieu, buscando comprender las pugnas de poder en un ambiente en que el mérito muchas veces es postergado por el poder económico. Esta relación asimétrica la expone a través de un personaje, el “señor Ibáñez”, quien le insiste a ella, dueña de una galería, que haga una exposición con las obras de su esposa:

      “Hagámosle una exposición a Isabelita. Le aseguro que sería un éxito. Vendría lo mejor. Lo mejor. Soy amigo de casi todos los embajadores, de los gerentes de los bancos, etc. Vaya a ver las cosas lindas que hace. Es mejor que los de sus pintores cubistas [. . .]. Le garantizo que las flores que pinta son de las más bonitas” (“Cóctel de inauguración”). Otro tanto ocurre con las relaciones de género. Marisa debe huir del narcisismo y los abusos de sus propios “artistas exclusivos”. Lo que experimenta es el acoso sexual de un medio misógino y violento: “Déjeme que yo sea su amor. Ámeme a mí—. Dice lo último con un tono lento y enamorado. Siento deseos de rebelarme. Interiormente estoy diciendo cosas terribles. Me fastidian sus galanterías. Lo veo avanzar. Yo retrocedo” (“Galería clausurada”).

      En sus textos, Marina Latorre pone especial oído a los diálogos. Con frases y párrafos cortos, directos y sencillos, busca registrar, con pocas pinceladas y sin buscar necesariamente un verosímil literario, las atmósferas y las disputas en que se ven envueltos sus personajes. Incorpora estrategias narrativas por entonces novedosas, como la famosa fórmula cortazariana según la cual “la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout” (“Algunos aspectos del cuento”, 1962). Esta idea parece impulsar la construcción de textos como “En Tierra del Fuego”, “El regalo”. No obstante, aunque fueron escritos hace ya casi 40 años, con un horizonte estético distinto al que enfrenta la narrativa actual, se trata de una propuesta que no ha perdido vigencia, sobre todo porque hoy volvemos a vivir, como Latorre entonces, un tiempo de fuerte cuestionamiento, nada menos que un tiempo destituyente-constituyente.

      Como ayer, hoy siguen chocando una comprensión mercantilizada y elitista del arte, y otra de cuño romántico, progresista y liberador, que en los años de la década de 1960 tomó la forma de un “compromiso” social. Esta tensión anima muchos de estos relatos, en que chocan distintas voces en disputa. Marina Latorre es incluso sarcástica en su radiografía del esnobismo de los artistas de su tiempo: “—A nosotros nos interesa estar en una Galería para que nos vendan nuestra obra. No nos interesa que la dueña sea culta o no. Nos interesa que nos venda” (“Galería clausurada”). Son estas mismas voces elitistas las que desenmascara en el cuento “Cóctel de inauguración”: “Pero un régimen popular pondría todo al alcance de todos. Mejor no. Prefiero mi exigente gusto asegurado. Dinero para los lujosos libros de arte que me agrada comprar, discos, esculturas. Entonces, ¿dónde quedaría la élite? ¿Lo exquisito que me distingue? Las obras de arte para unos pocos, los privilegiados, los que naturalmente han nacido inclinados hacia ello [...]. Con un gobierno popular todo manoseado. El arte para todos. ¿Y los burdos, los ordinarios pisoteándolo? ¡Ah, no!”.

      Latorre es hija de un dirigente social magallánico. Más que considerarlo un obrero, prefiere enfatizar su relación apasionada con los libros, como lo hace, por ejemplo, en el poema “La fuga” (Ventisquero, 1981): “A los siete años, / estoy en medio de una muchedumbre. / Todos los niños correctamente uniformados. / Como presos, / vamos aclamando / la profesión del padre: / ingenieros, magistrados, médicos, abogados. / Empinada todo lo que puedo, / con orgullo grito / a la cara de esos correctos hijos / de una burguesía establecida. / En alta voz delato mi inconciencia: / ‘Mi papá es lector’. / El trueno de una risa colectiva / traspasa las paredes”. Esta herencia familiar habría de sumarse a otras. En la nutrida biblioteca familiar, Latorre descubre muy pronto “la pobre vida de derrota / de presos, exiliados, / el último escalafón del ser humano, /cesantes, jubilados” (“La fuga”). Como María Teresa, la pequeña protagonista del cuento “Una colección privada”, lee muy tempranamente La historia de los girondinos, de Lamartine, y se conmueve con esta historia, que vincula con los relatos, vivos aún, de su propia familia y las luchas sociales en la región magallánica. Estos primeros impactos habrían de perdurar en los textos que escribió ya adulta, como El incendio de la Federación Obrera de Magallanes (2011), libro premiado por editorial Quimantú en 1973, que por causa del Golpe vería postergada su publicación por más de 30 años. En él, Latorre examina muy de cerca las atrocidades cometidas la noche del 20 de junio de 1920 contra el proletariado magallánico: su propio padre, José Latorre, había resultado herido en la tragedia.

      De más está decir que la autora se comprometió con el proyecto de la Unidad Popular. Esto es bastante explícito en “El monumento”, donde abandona la perspectiva de la clase económicamente acomodada para explorar, aunque nuevamente desde la mirada de una mujer, la experiencia de los obreros textiles. La protagonista descubre la explotación en que ha vivido, pese a su propia adhesión irracional a la figura del patrón: “[...] cuesta creer qué es lo que significa una industria en poder de sus trabajadores. Parecen frases hechas para un medio de publicidad [...]. Pero aquí, adentro, donde comenzó una época diferente, empiezo a darme cuenta de que la vida tiene otro sentido”. Latorre se interesa por las subjetividades marginadas de los obreros, en quienes espejean los rasgos de su propio padre activista: “[...] se negaba a tratar de obtener dinero [...] consideraba que la ganancia era un robo. Se había acentuado su porfía por no salirse de su clase, por no transar, por no renegar de ella. Le gustaba vestirse con un traje increíble que se había hecho confeccionar. Con chaqueta cerrada y abotonada hasta el cuello. Era su traje de proletario” (El Incendio de la Federación Obrera de Magallanes).

      Cuando publicó Galería clausurada, Marina Latorre no cumplía aún los 30 años. Se había instalado en Santiago para estudiar Pedagogía en Castellano y Periodismo, llevaba un tiempo escribiendo en diarios y revistas y era conocida también por su bibliofilia —inclinación que, según ella misma cuenta, heredó de su familia y se consolidó en las largas noches magallánicas de su infancia—. Con su esposo, Eduardo Bolt, buscaron desarrollar un proyecto editorial del que Galería clausurada fue el primer texto. Como otros libros que publicaron desde entonces para difundir la cultura y las artes en Chile y Latinoamérica, la opera prima de Latorre tenía un sello indudablemente estético en su gráfica y materialidad: fondo tricolor rosa, naranja y ocre, letras blancas y sicodélicas para señalar el título, daban cuenta de la visible vocación de contemporaneidad de Ediciones Bolt, que buscaba reflejar también, con ese diseño, realizado por el artista alemán Gunther Rauch, la contemporaneidad de los propios relatos.

      Sin embargo, aunque fue bienvenido en su momento, el libro no habría de tener nuevas versiones en los años que siguieron. Puede que a esto haya contribuido la demencial historia que en años posteriores vivió el país: con la Dictadura, la vida se hizo difícil para todos, para su autora. En su casa ubicada en la calle Londres —que Neruda llamara “La torre de la poesía”, en