Rodolfo Walsh en Cuba. Enrique Arrosagaray. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Enrique Arrosagaray
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789874039446
Скачать книгу
con su vida, pasó de ser una hija de la aristocracia antiperonista a ser guerrillera pero­nista. No fue la única, claro. Ese “arco” incluyó un detalle gene­racional horriblemente único: inició su vida siendo la hija de un torturador histórico, Leopoldo Lugones (h) y la terminó tortura­da y asesinada en cautiverio por la dictadura del general Videla7.

      Estaba contando algo de los Córdova Iturburu…

      Mazzaferro: …le decía que a lo de Pirí iban las hijas de Córdova Iturburu. Ellas eran muy amigas del Che -en realidad eran primas y habían tenido un trato estrecho en la provincia de Córdoba cuando eran muchachitos-. Y en las reuniones en lo de Pirí ellas empiezan a contar -lo del Che en Cuba antes del triun­fo de la revolución- y uno empezó a interesarse.

      Iban además a las reuniones en el Palacio de los Patos, los her­manos Sanz, las hijas de Nalé Roxlo, amigos de Carlos y Pirí cuando eran jóvenes. Cuando Pirí se muda, las reuniones siguen pero cambian algunos de los personajes. Las reuniones en lo de Pirí comenzaron por el 48 y siguen en sus otros domicilios. Las de Poupée comienzan ya con Rodolfo.

      Un dato más: los poetas Conrado Nalé Roxlo y Cayetano Córdova Iturburu eran amigos desde la década del ‘20. Incluso fueron compañeros de trabajo en más de un proyecto y vecinos en el barrio cercano al Parque Rivadavia.

      ¿Usted iba seguido al Palacio de los Patos?

      ¿Viñas era siempre de carácter difícil?

      Mazzaferro: Síííííííí, todos decíamos eso…-se ríe pero deja traslucir que algo de cierto hay en lo que dice-. Yo cada vez que pienso que tarde por medio me iba a charlar con Macedonio Fernández y que una o dos veces por semana nos reuníamos en lo de Bioy, con Silvina, con Borges…, nos reíamos. Borges me acompañaba desde Ecuador y Santa Fe caminando hasta mi casa.

      Se me hace difícil entender que esta mujer que está delante mío, en cama porque no se siente bien, es la misma que acompañaba Borges con su cortesía inglesa y que también es la que frecuenta­ba casas pobres de Florencio Varela y la que marchaba luego en las columnas montoneras intimidando incluso a Perón. De esta nebulosa me saca Timossi.

      Usted Timossi, ¿recuerda que se hablara de política en las reunio­nes de los viernes?

      Timossi: No, de política no se hablaba. Esas reuniones fueron durante el 57 y el 58. Hasta que alguna vez apareció el tema de Cuba. Ni sabíamos muy bien en dónde estaba ese país, y los bar­budos de la sierra y Fidel.

      ¿Recuerda quién trajo el tema de Cuba?

      ¿Y le hiciste caso?

      Timossi: Una de las primeras cosas que yo escribí fue un lar­go artículo que se llamó “Todavía existe la mita en Bolivia”, y le adjunté una primera foto que saqué en mi vida y salió una foto sensacional de unos mineros bajando en un winch…-Timossi no puede sujetar el relato y se le desboca hacia su experiencia perso­nal-. Yo estuve con los mineros noventa metros bajo tierra. Salían de ahí como fantasmas, con pelotas verdes de humedad por todo el cuerpo. Claro, tenían que pasar una semana abajo para que sus familias, arriba, que vivían en la roca, como en cuevas, pudieran comer -Timossi frena, respira y retoma-. Ese artículo salió aquí, en el periódico Revolución, en julio del 59. Yo lo tengo todavía.

      ¿Se te dificultó trabajar de periodista sin serlo, en ese viaje?

      Timossi: …-duda en contar, pero cuenta-. Es que Rodolfo nos había falsificado unas credenciales como si fuéramos periodistas del diario La Nación -y se le retuercen las tripas de risa.

      Timossi y Fresán estaban ya frente al lago Titicaca y pensaban cruzar a Perú, pero en la cabeza del ya ex técnico-químico apa­reció un dilema.

      Timossi: ¿Qué hago yo? ¿Quiero seguir así y ser un aventu­rero? ¿O yo tengo que ir a esta oficina en Río de Janeiro? ¡Tengo que ir a esta oficina! -y se siente tan joven otra vez-. Entonces esa locura me lleva al consulado brasileño en La Paz y le digo al cón­sul que yo quería ser poeta, escribir y que si él me podía ayudar. “Bueno” -me dijo- “yo te pago un viaje en tren en segunda clase des­de Santa Cruz de la Sierra hasta San Pablo”. ¿Tú sabes cómo se lla­maba ese tipo? Thiago de Mello, el gran poeta brasileño, somos como hermanos cuando nos encontramos.

      Amadeu Thiago de Mello tenía 33 años apenas cuando le hizo este favor a Timossi. Publicaban su poesía desde casi una dé­cada atrás y ya parecía un veterano. Fue tres veces jurado del Premio Casa de las Américas. Es reconocido como “el escritor del Amazonas” en donde nació, el lugar más verde del planeta.

      ¿Cómo fue ese viaje?

      Timossi: Thiago me consigue un avión de la Fuerza Aérea Boliviana, por supuesto gratis, que me llevaba hasta Santa Cruz. Santa Cruz no era antes lo que es ahora, un emporio del narco­tráfico. Era como la colonia con calles de barro, bueyes llevando el agua, jesuitas con fusiles al hombro, y el tren aquél, señor, es el tren más sensacional que yo he tomado en mi vida. Ese tren sa­lía de Santa Cruz de la Sierra y llegaba hasta el Río Grande, en donde matarían a Tania después. No había puente. Tenías que desembarcar del tren y subir a unas carretas tiradas por bueyes, con las maletas, con todo y llegabas hasta la orilla del río. Ahí había unos tipos bra-si-le-ño-bo-li-via-nos, casi desnudos, tiran­do de unas chalupas, hasta el otro lado en donde esperaba otro tren. Bien. Una vez que te montabas en el otro tren, atravesabas el Matto Grosso. ¡¡El tren paraba en la selva!! Venían los indios en pelotas a venderte pescado, fruta. O bien se subían en la loco­motora hasta otro punto de la selva. Y después de cuatro días de viaje terminabas en San Pablo. ¡¡Pero ojo!! Ese tren era de con­trabandistas, era un garito total, hombres y mujeres. Las mujeres con la pistola en la cintura. Se jugaba a los dados, de todo. Era un garito los cuatro días. Bueno, en San Pablo me ayudó otro poe­ta, Murilo Méndez, estuve dos o tres días en su casa. Un lujo. Y finalmente llegué a Río. Toco timbre, en ese momento había un uruguayo, Germán Kohn; y había un portugués, jefe de esa ofici­na de Prensa Latina de cuyo nombre no quiero ni acordarme, por­que el hombre era un fascista total. Me presenté y Kohn me dijo “¡Ya! ¡A trabajar aquí!” Y me quedé trabajando, no haciendo despa­chos sino en los servicios especiales, artículos especiales. Dependía directamente del área que Rodolfo manejaba desde La Habana.

      ¿Época…?

      Timossi: Fines del 59 o principios del 60. Por eso digo que Walsh cambió mi vida: determinó mi vida con aquel comentario.

      ¿Y hay que