En el borde . Rodrigo J. Dias. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rodrigo J. Dias
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878708119
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un primer paso al interior de la casa. El hermano de Daniel estaba sentado en la mesa leyendo a la luz de una vela.

      —Daniel, pero qué... –

      Julián no le dio tiempo. Le disparó a Pablo, una bala en cada rodilla. El hermano cayó al suelo gritando de dolor.

      —un grito más y tu hermano va a tener que barrer los pedazos de cerebro antes de que lo mate también. Así que tranquilo. Un profesional tiene que tolerar el dolor, no llorar como un recién nacido. Y usted, párese ahí mismo contra la puerta– dijo Julián.

      —No es necesario matar también a mi hermano. Estuvo poco tiempo metido conmigo, déjelo ir. Conmigo es más que suficiente–

      —No, no, nada de eso. Son los dos por los que me van a pagar. Dos balas más, una foto y me voy por donde vine. No voy a escuchar ningún tipo de súplica porque por eso no me pagan. Venga, póngase de rodillas que no quiero demorar más–.

      XII

      Daniel, el oso, como era conocido dentro de la organización que se dedicaba a apuntar y eliminar objetivos estratégicos a pedido, se arrodilló lentamente. Había estado en la posición de Julián muchas veces, más de las que él hubiera querido cuando, tras terminar los estudios secundarios, pensaba en convertirse en un cocinero exitoso. Las cosas no habían ido tan bien y de a poco se acercó a su hermano, que le ofreció algunos trabajos como cocinero y luego algunos trabajos especiales. La primera vez que robó tenía dieciocho. A los diecinueve entró a la organización como una especie de mensajero. Por mérito propio, enseguida lo pasaron a la línea de acción. La primera vez que mató, no había cumplido veinte. La paga de ese primer asesinato le alcanzó para comprarse un auto. Y le gustó. Y pidió más. Después de dos años, no tenía que pedir nada: cada vez que aparecía un objetivo, el primero en la lista era él. Y cumplía. Pero con el tiempo se fue cansando. Era cada vez menos agradable quedarse con las imágenes grabadas de sus víctimas, sangrantes y suplicantes, por semanas en su cabeza. No había pastilla ni tratamiento que le borrara eso de la cabeza. Y un día desapareció, aprovechando un trabajo que le pidieron. Tuvo que tomar un avión para llegar a la provincia, y al salir del aeropuerto alquiló un auto con nombre y documento falso –que ya tenía preparado– y puso rumbo al norte. Nunca más esa vida.

      —Pasaron siete años desde que dejé el trabajo. Suficiente tiempo para que se olvidaran de mí. No es justo–, dijo Daniel volviendo a la realidad.

      —Acá usted no decide que es justo y que no, Daniel. Las cosas son así, y así van a ser–. Apoyó el cañón de la pistola en la parte de arriba de la cabeza del enorme cocinero, y

      —ayuda!–

      un movimiento lo distrajo. En menos de un segundo miró a su izquierda y lo vio a Pablo pidiendo ayuda. Giró la cabeza a la derecha y lo último que vio fue una especie de caricatura de un oficial de policía con un viejo revólver en las manos que le apuntaba directo a la cara. Julián vio el fuego, y no vio más.

      El disparo fue contundente. El revólver calibre .38 abrió un hueco entre los ojos de Julián, quien por un segundo hizo una mueca de sorpresa y luego se desfiguró completamente. La parte de atrás de su cabeza salió despedida hacia la pared opuesta, y su cara se derrumbó hacia adentro. Su cuerpo quedó apoyado sobre las patas de una silla con las piernas extendidas, como un muñeco cuando dejan de jugar con él. Lo que quedaba de su cabeza estaba apoyado sobre el tapizado de la silla, que ya se había teñido de rojo y empezaba a gotear al suelo. Daniel, a su derecha, estaba innecesariamente bañado en sangre y pedazos de materia gris de su asesino. Miró por un segundo el cuerpo sin vida de Julián, y se incorporó instintivamente, todavía agitado por la tensión.

      —Macías, gracias Macías, nos estaba por matar. Nos ha salvado usted la vida–, dijo el cocinero

      —me llamó la atención verlo a usted en el auto con otro hombre. Le dije que siempre veo todo, aunque no parezca. Y no dejo de tener ese instinto, ese olfato para las cosas raras. Cuando lo vi bajar de ese auto esposado no dudé. Tomé mi arma y vine. Tuve la sensación de llegar tarde cuando vi los fogonazos de los disparos, pero por suerte todavía están vivos. ¿Quién era este tipo?–

      —Estuvo comiendo en mi parrilla. Un don nadie, como cualquier otro que llega cualquier día. Me habló un par de veces y no le di importancia. Pero cuando se largó la lluvia y empecé a cerrar me amenazó a punta de pistola. Me obligó a venir a casa pensando que era una especie de multimillonario por tener un puesto en la ruta. Y casi lo mata a mi hermano el muy hijo de puta. Bien muerto está. Fíjese en esa caja, Macías, hay una tenaza lo suficientemente fuerte como para cortar estas esposas. ¿Me haría el favor?–

      —cómo no, Martín. A ver, venga–.

      No hizo falta mucha fuerza para que cortar ambas esposas.

      —Gracias Macías. Ahora tenemos que solucionar todo este problema–

      —lo primero que haría yo sería asegurarme que su hermano esté bien. Ha perdido una buena cantidad de sangre pero no veo tanta como para pensar que le cortó una arteria. Deme su cinturón, con el mío le voy haciendo un torniquete en cada pierna hasta que podamos llevarlo a un hospital. Con esta lluvia y sin luz dudo mucho que alguna ambulancia se acerque hasta aquí. Y sin luz no hay teléfono como para llamar, así que Martín, le recomiendo que nos apuremos antes que sea peor–

      —No hay apuro Macías. No al menos para usted–, dijo Martín. Empuñaba en su mano derecha una pistola de grueso calibre. En ella se había colocado un guante de látex.

      —Pero– inició su queja el oficial

      —Nada oficial. Gracias– Interrumpió Martín. Y disparó.

      El cuerpo de Macías cayó encima de Pablo, bañándolo también a él en sangre y pedazos de cráneo. Pablo gritó de dolor cuando el peso muerto le apretó las heridas de bala. El brazo izquierdo del oficial todavía se sacudía, golpeando el estómago de Pablo en un póstumo intento de cubrirse de algo que ya había pasado. En el brazo derecho sostenía su cinturón, que jamás llegó a hacer el torniquete. La sangre comenzó a salir a chorros por el agujero donde antes estaba la frente del oficial, como tantas otras veces ya habían visto ambos. Pablo tomó el brazo del policía y lo hizo rodar a un lado. Al quedar hacia arriba, el flujo de sangre comenzó a salir con más fuerza. De la cara de Macías solo quedaba la nariz, colgando sobre la boca, y algunos dientes. El ojo que no había desaparecido rodó por esta improvisada pendiente y cayó al suelo, acomodándose entre la pera y el hombro de lo que quedaba del oficial.

      —Qué olor, la puta madre. Lo hiciste cagar encima–, le dijo Pablo a su hermano. –¿Era necesario matarlo al pobre tipo? Si ya estaba muerto el otro, teníamos excusas más que suficientes como para cubrirnos. Vos estás loco Daniel. Como siempre, haciendo una de más. Dejame de joder, miralo, no se queda quieto y le falta media cabeza. ¿Quién era el otro que te trajo hasta acá?–

      —Alguien a quien aparentemente el Jefe había mandado para matarme. Y me encontraron gracias a vos, que le decís a todo el mundo que estoy cocinando bárbaro. Sin preguntar quién carajo es. Como siempre, vos también. Tuve suerte de que llegara el viejo este, sino en estos momentos el que estaba sacudiéndose era yo. Se ve que pasa el tiempo pero les sigo resultando necesario, sino no me buscarían–

      —Te buscaban para matarte, a vos y a mí. No te hagas la película. Vení y ayudame con esto que sino me voy en sangre, dale–, le dijo Pablo mientras se arrastraba sobre su trasero hacia la pared.

      —Yo se lo que te digo. Pero otra vez no me voy a arriesgar–

      —¿Qué mierda decís?–

      —Acepté volver a la organización, hermano. Pero no podía volver a ocupar mi antiguo puesto a menos que me deshiciera del mejor asesino que actualmente trabajaba. Lo estuve esperando todo el día al tipo este. Pensé que no iba a llegar. El jefe me había dado la descripción, el modelo de auto y la hora de llegada. De haber estacionado media hora más tarde al costado de la ruta, bajo la lluvia, no habría tenido tantas complicaciones. Tenía el cuchillo preparado debajo