La experiencia como hecho social. Jorge Eduardo Suárez Gómez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jorge Eduardo Suárez Gómez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786079275983
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Con solo que lograra adivinarlos perderían su condición de extraños, y tanto me habría valido haber permanecido en mi aldea. O bien, como en este caso, conservaban su extrañeza, tampoco podía hacer uso de ella, puesto que no era capaz de entenderlos” (citado en Geertz, 1989: 56).

      Reverberancia del doble significado problemático es que un antónimo de participación sea la palabra silencio. No hay participación sin comunicación: al interior entre los que toman parte, al exterior cuando se da parte a los que no intervienen. El consecuente interrogante aflora por sí mismo: ¿es posible “dar parte” sin “tomar parte”? Las respuestas que se ensayen resultan cardinales en la definición del sentido y el carácter de la aventura antropológica, sociológica o histórica en pos de la captura y traducción de la experiencia.

      Alfred Schütz apostaría a que es posible deslindar la comunicación hacia fuera, de la inmersión en la comunicación interna. Afirma:

      el sociólogo (como sociólogo y no como un hombre entre sus semejantes, cosa que sigue siendo en su vida privada) es un observador científico desinteresado del mundo social. Es “desinteresado” en cuanto se abstiene intencionalmente de participar en la red de planes, relaciones entre medios y fines, motivos y posibilidades, esperanzas y temores, que utiliza el actor situado dentro de ese mundo para interpretar sus experiencias dentro de él; como hombre de ciencia, procura observar, describir y clasificar el mundo social con la mayor claridad posible, en términos bien ordenados de acuerdo con los ideales científicos de coherencia, consistencia y consecuencia analítica (1974a: 96).

      Esta escisión radical entre la operación de observación y la de participación es, cuando menos, espinosa en el contexto de la investigación sociológica y antropológica. ¿De qué modo es posible describir y clasificar lo que no se experimenta, aquello que no interesa?

      En uno de los ensayos más clarificadores[3] de su perspectiva sobre la práctica social —incluida la científica—, Pierre Bourdieu, retomando las tesis de Huizinga en Homo Ludens, especifica la noción de “interés” en un sentido especialmente caro para el recorrido que trazan estas líneas: “Interesse significa ‘formar parte’, participar, por lo tanto reconocer que el juego merece ser jugado y que los envites que se engendran en y por el hecho de jugarlo merecen seguirse: significa reconocer el juego y reconocer los envites” (Bourdieu, 1997: 141). En este sentido, no hay desinterés posible para el investigador, toda vez que el reconocimiento de un proceso como digno de ser conocido conlleva el interés y este, la participación. Bourdieu recuerda que la noción de interés “se opone a la de desinterés, pero también a la de indiferencia […] el indiferente ‘no ve a qué juegan’, le da lo mismo […] es alguien que, careciendo de los principios de visión y de división necesarios para establecer las diferencias, lo encuentra todo igual, no está motivado ni emocionado” (1997: 142). La trama crítica entre el interés y el desinterés, como opciones éticas del investigador, es el núcleo de la obsesión participante, esa suerte de energía profunda que lanza al investigador a sumergirse en los territorios siempre pantanosos de la experiencia ajena.

      En este sentido, una traza alternativa para el doble significado de la noción de “participar” está dada por otra distinción, en este caso magistralmente puesta en cuestión por Clifford Geertz mediante el contrapunto entre el “estar aquí” y el “estar allí”. La palabra contrapunto no es casual, da cuenta de la relación de contraste entre dos cosas simultáneas. Este contraste se detalla, más profundamente, cuando Geertz suma al análisis las metáforas del peregrino y del cartógrafo como artilugio de representación de las opciones verificables tanto para el modus vivendi, como para el modus operandi del antropólogo.[4]

      Al configurar la relación “estar aquí”/“estar allí” distinguiendo sus diferencias según se trate de la empresa de un peregrino o la de un cartógrafo y señalando el desafío literario de invisibilizar tal diferencia, Geertz conduce la cuestión hacia el orden del lenguaje. Pero ya no como problema idiomático en el otro, sino como dilema propio del investigador frente a su texto. Señala así que

      encontrar a quien pueda sustentar un texto que se supone debe ser al mismo tiempo una visión íntima y una fría evaluación es un reto tan grande como adquirir la perspectiva adecuada y hacer la evaluación desde el primer momento. La única forma de captar ese reto —como sonar como un peregrino y como un cartógrafo al mismo tiempo— y la incomodidad que provoca, así como el grado de representarlo como producto de las complejidades de las negociaciones yo/otro, más que de las yo/texto, es a partir de la observación de los propios textos etnográficos (Geertz, 1989: 19-20).

      El problema de la participación asume así la forma de un dilema literario, al que Geertz da nombre y apellido, “descripción participante”, y al que supone herencia irrepudiable de Bronisław Malinowski. De forma general, la “descripción participante” se centra en el polo de la operación de “dar parte” de haber “tomado parte”. Geertz especifica que el problema

      es el de cómo representar el proceso de investigación en el producto de la investigación; escribir etnografía de tal forma que resulte posible conducir la propia interpretación personal de determinada sociedad, cultura, modo de vida o lo que sea, y los encuentros personales con algunos de sus miembros, portadores, representantes o quienes sea, a una relación inteligible. O, por decirlo rápidamente de otro modo, antes de que la psicología pueda colarse de rondón, se trata de ver cómo introducir un autor yo-testifical en una historia dedicada a pintar a otros. Comprometerse con una concepción esencialmente biográfica del “Estar Allí”, antes que con una de tipo reflexivo, aventurero u observacional, es comprometerse con un enfoque confesional de la construcción textual (Geertz, 1989: 94).

      De ningún modo esto implica desentenderse de la experiencia concreta que se relata o entregarse por completo a los influjos de la ficción; antes bien, se trata de asumir el compromiso expresivo de dar cuenta en el texto de la conexión entre el investigador y la [su] experiencia.[5] Es en el texto donde sucede, y allí se verifica lo novedoso de la interpretación geertziana: no es en las conjuras asépticas que proveen los largos recetarios de técnicas, ni en las promesas metodológicas de la justa medida entre inmersión y distanciamiento donde debe focalizarse el esfuerzo de hacer consciente el camino del saber, sino en la construcción literaria.

      La conexión textual entre “Estar Allí” y “Estar Aquí” de la antropología, la construcción imaginativa de un tercero común entre el “Escribir en” y el “Escribir acerca de” […] es la fons et origo de cualquier poder que la antropología pueda tener de convencer a alguien de algo, y no la teoría, el método, ni siquiera el aura de la cátedra profesoral, por consecuentes que puedan ser. […] toda descripción etnográfica es interesadamente casera, es siempre descripción del descriptor, y no del descrito” (Geertz, 1989: 154).

      Es quizás en la cifra ricœuriana donde la “descripción participante” encuentra su definición más parsimoniosa al entenderse como “la descripción del yo pasando por el desvío del otro”:[6] el texto como la experiencia del desenlace de un experimento de participación, la descripción como el ejercicio de precisar un esquema de interpretación de la propia experiencia[7] como experiencia del otro. El autor es, en buena parte, un encantador quijotesco, esos a los que Schütz otorga la facultad de trocar “el esquema de interpretación vigente en un subuniverso, en el esquema de interpretación válido en otro […] No hay nada que siga siendo inexplicable, paradójico o contradictorio, en cuanto se reconoce a las actividades del encantador como un elemento constitutivo del mundo” (Schütz, 1974b: 137). Allí parece dirigirse la preocupación de Geertz sobre el devenir de la etnografía, toda vez que afirma que su empresa es “crear obras que relacionen unos y otros [los aquí y los allí] de manera más o menos inteligible”. Pero advierte que en los escenarios contemporáneos donde lo desconocido y extraño se familiariza en la pantalla “los etnógrafos tienen que vérselas hoy en día con realidades que ni el enciclopedismo ni el monografismo, ni los informes mundiales, ni los estudios tribales, pueden afrontar de manera práctica. Habiendo surgido algo nuevo, tanto “sobre el terreno” como en la “academia”, es algo nuevo también