Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788416848133
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de los colegios, para que los coches aumentaran sus precauciones.

      El miércoles nos levantamos en Capbreton a las cinco de la mañana para ir a ver el estado de la salida del puerto. A pesar de los nubarrones y las olas grandilocuentes, que se habían reducido desde el día anterior, decidimos coger a la meteorología por las solapas y salir ese día. En el canal de salida, aparte de nuestra preocupación por el mar ebullendo como una marmita que habíamos visto los días anteriores, justo cuando estábamos en la parte más estrecha nos cruzó un pesquero en dirección contraria y nos adelantó una motora por detrás. Eso añadió un poco de estrés a toda la salida por aquel paso malsano, porque se sumaron las olas que venían del mar con las de las dos embarcaciones. Ya fuera del puerto volvimos la vista atrás para salir de nuestro asombro comprobando que efectivamente nos escapábamos de esa ratonera, donde ya nos habíamos imaginado encerrados una semana y donde, en mi fuero interno, estuve a punto besar la lona y decidir volver a España.

      Al salir no habíamos decidido nuestro puerto de destino, nos conformábamos con esperar que ni el barco ni la tripulación fueran martirizados en exceso en la melé. Nuestro destino iba a depender de las condiciones de navegación. En el mejor de los casos intentaríamos llegar hasta la desembocadura del Garona, unas 140 millas náuticas en línea recta, y como plan B nos quedaba la posibilidad de entrar en Arcachon a descansar. En este caso serían 60 millas. Nada más salir tuvimos un viento favorable del Oeste de fuerza 4 que nos permitió navegar las dos primeras horas a toda vela a más de seis nudos y a lomos de las olas. Pero luego, después de un buen rato de dudas como si buscara de qué lado ponerse para fastidiarnos más, se estableció del Norte y de fuerza 5, lo que nos obligó a navegar a la francesa con la vela mayor y el motor casi todo el recorrido. La principal obligación del timonel era evitar los pantocazos, de los que tuvimos varios cientos, como si en lugar de por el mar estuviéramos navegando por una montaña rusa. Como si las cosas que consideramos inanimadas también pudieran quejarse, cada cadenote, cada obenque, cada driza, cada mamparo, maldecía a su manera con un ruido particular. Además había ejercicios de tiro del ejército francés, y nos habían marcado un meridiano que no deberíamos de pasar hacia el Este, concretamente el de 1º 23’ W por la tarde, que es cuando llegaríamos a la zona. Si intentábamos navegar solo a vela el barco abatía y el rumbo se nos abría hacia tierra, y nos llevaba directos a la zona de tiro. Todo el viaje fuimos paralelos una milla y media hacia el Oeste del meridiano prohibido. Quizá penséis que estábamos muy cerca, pero las condiciones de navegación no permitían otra cosa. Menos mal que los militares tuvieron buena puntería y no se salieron de su perímetro.

      Con tantas horas de motor se hizo evidente que no nos llegaría la gasolina para alcanzar la desembocadura del Garona, porque si hubiéramos seguido navegando de noche las condiciones de viento hubieran sido las mismas, siempre del Norte. Así que no quedó más remedio que plantearse la entrada en Arcachon. Pero este puerto tiene unas condiciones muy estrictas de acceso: solo puede entrarse en el entorno de la pleamar y en horas del día. Eso nos obligó a forzar la marcha a motor en las últimas horas. A las 16 h ya divisábamos la Duna de Pilatos, en la entrada de Arcachon, y como el ejercicio de tiro finalizaba, en teoría, a las 16:30, llamé por radio al faro de Cap Ferret para preguntar si después de esa hora podía atajar en diagonal hacia la entrada de Arcachon cortando la zona militarizada, para ganar un tiempo precioso. La respuesta (rotundamente no) nos calló encima como los cascotes de un edificio en demolición, y no nos quedó más remedio que seguir contorneando contrarreloj el famoso campo de tiro. Conseguimos llegar a la boya de recalada de la bahía de Arcachon (44º 34,5’ N; 1º 18,3’ W) después de 64 millas náuticas, exactamente a la hora de la pleamar. Las condiciones eran duras, con viento del Norte de fuerza 5 y fuerte marejada (olas de hasta 2,5 metros) pero allí el rumbo cambiaba de ser al Norte como llevábamos todo el día, a ser hacia el Este, con lo que el viento nos entraba por el través. Las olas se calmaron dentro del canal de entrada, y a eso de las 19 horas estábamos en mitad del paso navegando a toda vela bajo un sol espléndido aunque aún hacía frío, y con Alicia al timón.

      Desgraciadamente desde el paso de Arcachon hasta la marina aún nos quedaron tres horas de navegación, y como habíamos entrado justo en el momento de la pleamar, a partir de ahí tuvimos que hacer todo el recorrido dentro de la bahía en contra de la marea vaciante. Además a partir de la Duna de Pilatos el canal volvía a recurvarse hacia el Norte, con lo que el viento volvió a darnos de morro, lo que se hizo agotador. A todo motor y ayudados por la mayor no pasábamos de 2-3 nudos, y en alguna ocasión que por descuido el barco quedó amurado a estribor la escora sacaba el motor del agua, girando la hélice en el vacío con el consiguiente estruendo y riesgo mecánico. Finalmente llegamos a la marina de noche, con las oficinas cerradas y sin nadie para acogernos. Paramos en el pantalán de espera, que es también el de la gasolinera, y en la maniobra se nos cayó un bichero al agua, de noche, y nos costó recuperarlo. El sitio no nos gustó para dormir porque recibía el viento por la bocana, que está abierta al Norte, y además por la mañana recibiría las olas de todos los barcos que entrasen y saliesen. Así que, teniendo en cuenta la hora que era (las 22 h) ya de noche, y la poca probabilidad de que alguien volviese a puerto a esa hora porque en Arcachon está prohibido navegar de noche, decidimos recorrer los pantalanes y meternos en el primer hueco vacío que encontrásemos, como así hicimos.

      Llevábamos en el cuerpo 15 horas de navegación agotadora, desembarcamos como si nos movieran desde arriba con hilos como los de las marionetas, y a pesar de eso no encontramos ningún sitio abierto para cenar (estábamos en Francia y eran las 23 h). Aprovechamos el wifi de una cafetería para comunicar con nuestras familias, el cual curiosamente no había cambiado la clave desde mi estancia el año anterior y me seguía valiendo, y volvimos a bordo para ponernos a esa hora a hacer la cena y al final nos acostamos a la una. Cuando volvíamos de la cafetería ya era noche cerrada y vimos en el pantalán a un grandullón con un perrazo que asustaba. Era el vigilante de seguridad haciendo su ronda. Le explicamos nuestra llegada tardía, que nos habíamos quedado allí provisionalmente, y no solo no nos puso pegas sino que nos facilitó el número clave para la ducha, lo que le agradecimos mucho. Ya veréis más adelante que no todos se comportan igual con los que llegamos exhaustos; ellos están frescos al principio de su turno de trabajo en tierra y no saben ponerse en el lugar de los que venimos de navegar 15 horas.

      El día siguiente lo dedicamos a descansar, a levantarnos tarde, y a distintos temas de intendencia como hacer los papeles de entrada, la compra, sustituir un sable de la vela mayor que con tanto bamboleo se había perdido, y rellenar los depósitos de gasolina. En las oficinas de la marina se acordaban perfectamente de mí de la navegación del año anterior, que había estado dos semanas deambulando por esta bahía. Nada más verme Julie se acercó a darme los tres besos franceses llamándome por mi nombre, y Michel un abrazo cariñoso, un encuentro emocionante. La noche que acabábamos de pasar en puerto no nos la cobraron, sí la segunda, y me recordaron que la siguiente sería gratis por venir “del Océano”, como comentaré en el siguiente capítulo. Para la sustitución del sable Michel llamó a una velería para darles las medidas del que necesitábamos y el responsable quedó en llevármelo al puerto al mediodía. Se lo agradecí porque no había posibilidad de hacer esa gestión en el mismo puerto y me ahorró uno o dos desplazamientos, aunque finalmente tuvimos que limarlo para adaptar su longitud, pues venía un poco largo. Rellenar los depósitos de gasolina fue especialmente dantesco. En primer lugar el pantalán de la gasolinera está pensado para acceder desde el barco, no desde tierra como hacemos nosotros, con los bidones en la mano. Tenía una valla en todo su perímetro que había que saltar pasando por encima del agua. Y en segundo lugar el surtidor era de los de tarjeta de crédito y empezó a dar problemas. Primero rechazó mi tarjeta, luego la de Mario, y finalmente aceptó la segunda de Mario pero nos dio mala espina porque tampoco emitía los recibos. Unos días más tarde sospechamos que de la mía se había hecho una copia fraudulenta que tuve que denunciar a la policía, como contaré más adelante. Y finalmente sacamos los billetes de tren para Mario, que se volvería a España desde Royan, nuestra siguiente escala. A partir de ahí, y hasta Vannes, en los últimos recodos del Golfo de Morbihan, iríamos Alicia y yo solos.