A ti, María, la niña de mis ojos.
Deseo que con este libro, hecho con tanto amor, puedas darte cuenta de lo que significa ser una mujer fabulosa, en toda la extensión de la palabra.
A mi mamá, María Rosa, la primera mujer fabulosa en mi vida.
A cada una de las mujeres que dijeron sí, que se atrevieron, y cuyos ejemplos de valor y libertad son mi referente y mi espejo.
A ti, que por algo más grande de lo que podemos intuir o controlar has llegado al encuentro con estas historias, para que sean inspiración y fuerza.
© Cristina Quintanilla
Hoy las mujeres nos encontramos en medio de un gran concierto de voces que cantan de un lugar a otro del planeta, replicando los mensajes de justicia e igualdad, de entereza y denuncia, porque hemos decidido ya no callarnos más. No es una tendencia, sino un hito trascendente construido por la inquebrantable valentía de millones que gritamos: ¡Basta!
Cuán estimulante es sabernos acompañadas en un camino en el que por fin se trabaja abiertamente en pro de frenar las injusticias, alcanzar la igualdad de género y parar de una vez por todas la violencia, el machismo y los cultos que incitan a degradar a la mujer. Ya no hay marcha atrás, a pesar de que falten aún tantas leyes y consensos, así como una transformación radical del modo de vida de pensar tan arraigado entre culturas y sociedades.
Sin embargo, aunque se nos habla de que vivimos en una época en la que impera lo femenino, los medios y redes sociales suelen exhibir referentes casi inalcanzables al respecto, por mucho que sepamos que podrían ser emulados con educación, voluntad, esfuerzo, preparación, trabajo físico, decisiones saludables y conciencia del ser. Modelos, estrellas de cine, monarcas y presidentas desfilan ante nosotros como los paradigmas a los que sólo podemos aspirar. Las líderes representan sin duda millones de anhelos conjugados, y es preciso reconocer y honrar sus cualidades, sus éxitos logrados. Lo que no se nos suele presentar tan a fondo es la vida íntima de ellas, la búsqueda interior de estas mujeres ni sus tormentos o retos.
En mi ejercicio profesional como comunicadora, periodista y escritora, me fascino con historias como la de Megan Rapinoe y querría sin duda que ella fuese imagen y guía para jóvenes como mi hija María, quien a sus trece está en plena construcción de su personalidad. Constantemente me descubro impactada por mujeres que, cercanas a mi edad, como Michelle Obama, Chimamanda Ngozi Adichie o la primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern, quienes han logrado lo que a muchas les seguirá siendo vedado por varios años más.
Surgió en mí una apremiante necesidad de salir en busca de historias de vida cercanas a la realidad de tantas de nosotras en este presente. Y no tuve que recorrer ni un solo kilómetro para darme cuenta de que tenía la inmensa fortuna de estar rodeada de ellas: mujeres convertidas en su propio referente, que viven libres de prejuicios, son conscientes de su cuerpo, dueñas de su espiritualidad, resilientes, seguras y plenas en toda la extensión de la palabra.
Curiosamente, su edad promedio ronda los cuarenta y cinco años, pocos más, y me cuestioné muy profundamente acerca de si el paso del tiempo nos vuelve tan maduras como para ser capaces de andar de regreso nuestros caminos, revisando lo vivido bajo la lupa de lo forjado, de la conquista de una misma al pasar de los años que, si en profundidad se viven, son capaces de dotarnos de mayor sabiduría, templanza y equilibrio. Estas mujeres de carne y hueso no son figuritas de pastel o imágenes de revista: son personas genuinas, llenas de inquietudes, que atraviesan dificultades, que trabajan día a día para conseguir lo que necesitan, que saben que no hay mejor pelea que la que le damos a la vida para ser más nosotras mismas y menos lo que “deberíamos ser” según los cánones impuestos.
Repasando lo que conocía de estas mujeres, que empecé a enlistar en un cuaderno, me percaté de que me encantaría saber mucho más a profundidad de sus logros, sus sueños y, aún más importante, de sus limitantes, sus dolores y fracasos.
Aparecieron esas que en su sencillez y en su hacer diario, como muchas, consiguen ser extraordinarias. Cada una de estas veinte mujeres en su personalidad propia, en su ejercicio profesional y en su vida cotidiana es, en gran medida, referente de lo que puede conseguirse con tenacidad, congruencia y valentía.
Habría que hacer un libro que reuniera entrevistas con ellas, y que se convirtiera en una pequeña muestra del inmenso número de vivencias desgarradoras pero también únicas y dignas de ser contadas, de las vidas de billones de mujeres valientes que transitan nuestro presente, este hoy tan fracturado que requiere ser transformado desde la dignidad y el amor femenino. Decidí comentarlo con uno de mis editores favoritos, un hombre brillante y generoso que es capaz de escuchar ideas y hacerlas realidad, y de inmediato me contestó que le interesaba. Armé la lista de mujeres y las contacté. Abrí primero una conversación entre diez de ellas y les propuse mi proyecto; de entrada, les fascinó. Pedí que cada una sugiriera a una mujer más para totalizar veinte. Empezamos a trabajar juntas desde el segundo en que creyeron en mí y en el que se sintieron dichosas al saber que podrían compartir con miles de personas —con miles de mujeres, en concreto— sus sencillos secretos y las tareas que han emprendido para construirse, orgullosas de sus logros y dispuestas a hablar de su vida y compartir sus experiencias.
Cuando reunimos la lista definitiva, compuesta a propósito por mujeres de distintos ámbitos profesionales y con historias familiares muy disímbolas, nos sorprendió todo lo que tenían en común. Por un lado, contamos con un grupo muy diverso, que lo mismo incluía una diplomática que una publirrelacionista, una artista plástica, una comunicadora o una defensora de los derechos humanos. Pero también constatamos que comparten su coraje, su profundo amor y lealtad a sus seres cercanos, su compromiso con la verdad y la solidaridad, su preocupación por el futuro de nuestro país y de sus pares.
El proceso de las entrevistas fue extraordinario, conmovedor y estimulante. En éstas hubo lágrimas, risas compartidas, confesiones inéditas, repasos de sinsabores, descubrimientos y grandes dosis de valentía. Confiadas, serenas, entusiasmadas, abrieron las puertas de su intimidad, reconocieron sus aprendizajes, acomodaron su dolor y le dieron cauce a través de relatos y anécdotas que elaboraron con enorme franqueza, sin detenerse ni amedrentarse. Pude ver sufrimiento en sus pupilas, orgullo en su mirada, honor en sus palabras, y fui testigo de instantes de enorme alegría mientras se reconocían a sí mismas al contarme su vida. Fueron verdadero oro molido esos momentos, que dejaron una huella permanente en la mía.
Me siento absolutamente gozosa, porque sé que con sus confesiones estas veinte mujeres han logrado abrir los temas que nos preocupan, exhibir nuestros miedos más íntimos, hablar de las tareas que nos ocupan, de los retos que se nos demandan, de nuestras emociones más profundas, de los placeres que nos colman y de lo mucho que hemos logrado en la maravillosa libertad de ser únicas, distintas, irrepetibles.
El tiempo que pasamos juntas nos obligó a cuestionarnos varios puntos clave: cómo nos sentimos en el aquí y el ahora, cómo nos reconciliamos con nuestra edad, qué tan conscientes somos de nuestros entornos, de si nos sentimos valoradas y en paz, de nuestras rutas para conseguir lo que deseamos.
Comprendí que no era fácil responder esas preguntas (y seguramente tú, al leer estas líneas, estás pensando algo similar), cuando me empecé a cuestionar qué pasaría si entre mujeres nos habláramos más francamente y compartiéramos lo que hemos vivido, lo que nos ha resultado, lo que ha dirigido nuestro camino hacia los horizontes anhelados y ya conseguidos. Abrazarnos y reconocernos desde esta edad. Hablar sin cortapisas de nuestras huellas de dolor, los kilos que nos sobran, el tránsito hacia la menopausia, los hijos acercándose a la adolescencia o a la edad de emprender el vuelo, nuestros padres que se hacen mayores, de lo que sentimos por la pareja que elegimos y cómo llevamos esas relaciones.
Queremos compartir con miles de mujeres esta etapa fabulosa para que cada una viva (y que también vivamos juntas) la merecida plenitud para volar libres hasta los horizontes que nos planteemos y que seguramente conseguiremos alcanzar, caminando con paso firme, alegre y resuelto, eligiendo