Hasta el momento, había servido en un buen número de hospitales militares. Y ahora, cuando más le pesaba aquella obligación, veía cumplido su antiguo sueño de embarcarse. Compartía camarote con otra oficial. Aún no habían tenido tiempo más que para intercambiar un breve saludo antes de que cada una se dirigiera a su respectiva ocupación. La tripulación se estaba preparando para zarpar. En un par de días aterrizarían los aviones procedentes de bases navales y aéreas de todo el país.
Sonrió con tristeza al pensar en su marido: el dolor seguía vivo. Una vez más, como cada día, deseó que no hubiera sufrido en el accidente. Había debido de vivir unos instantes de absoluto horror cuando tomó conciencia de que no podía remontar el aparato. No era un pensamiento agradable.
Por mucho que sonara a tópico, Ali había aprendido que la vida no se acababa, que siempre seguía adelante. Al principio aquello no le había parecido posible, cegada como había estado por el dolor. Luego había descubierto con sorpresa que todo continuaba como antes: las clases del colegio de Jazmine; las canciones de amor de la radio… La gente comía, dormía, discutía. Ali nunca había logrado entender cómo era posible que la misma vida de antes pudiera continuar como si nada hubiera sucedido.
Jazmine se encontraba en buenas manos: Shana cuidaría bien de ella. Eso era algo que necesitaba repetirse varias veces al día, para convencerse. Dejar a Jazmine había sido algo traumático, pero por el bien de su hija, había procurado no exteriorizar demasiado sus emociones. Antes de volver a San Diego habían hablado, y Ali también había tenido una conversación íntima y sincera con Shana.
Todavía estaba un poco preocupada por su hermana, pero una vez que tuvieron oportunidad de hablar sobre la situación, había terminado por convencerse de que el súbito giro que Shana había dado a su vida era lo mejor que había hecho en años. La pizzería-heladería era encantadora y, sin duda alguna, sería todo un éxito.
Jazmine estaba un poco arisca, pero se le pasaría pronto. Y a Ali le consolaba pensar que Adam estaba cerca. La mayor decepción de su estancia en San Diego era que no hubieran tenido tiempo de verse. Pero estaba segura de que, nada más escuchar su mensaje, Adam se pondría en contacto con Jazmine.
Ali encontraba divertida la sugerencia que solía hacerle su hija de que se casara con Adam. Quería muchísimo al mejor amigo de su marido, desde luego, pero por ninguna de las dos partes había chispa romántica alguna. Lo que resultaba particularmente significativo era que Jazmine se mostrara más que dispuesta a meter a otro hombre en casa.
Pese a ello, no tenía intención de volver a casarse. Algo que, por cierto, no le había mencionado ni a su hermana ni a su hija, porque sabía que sonaba demasiado melodramático, además de que ambas habrían acabado discutiendo con ella… Pero un hombre como Peter sólo aparecía una vez en la vida, y no quería forzar su buena suerte. Si, por casualidad algún día se planteaba volver a casarse, seguro que no lo haría con un militar.
Nunca se había quitado la alianza. Después de todos esos años, aquel anillo significaba quizá la etapa más importante de su vida. Y aunque las relaciones sexuales a bordo estaban estrictamente prohibidas, también era una forma de protección emocional. De cara a sus compañeros era una mujer casada, y ésa era la imagen que quería proyectar.
Después de pasar su turno en la enfermería haciendo inventario, se dirigió al comedor de oficiales. Había otras dos oficiales, pero su mesa estaba llena y se hallaban enfrascadas en una conversación con varios compañeros. Se sentó sola en una esquina. La vida a bordo de un barco era nueva para ella, pero sabía que al final terminaría sintiéndose perfectamente cómoda.
Justo cuando estaba acabando de cenar, el capitán de fragata Dillon se sumó al grupo en el que se encontraban las otras dos oficiales: Ali leyó el nombre en su placa cuando pasó a su lado, saludándola con seca formalidad. A juzgar por el calor con que fue acogido en el grupo, se notaba que era un mando querido y respetado. Ali no tenía la menor idea de cuáles podrían ser sus tareas en el barco.
Lo estudió discretamente. Era alto y delgado, de pelo oscuro que había empezado a encanecer en las sienes. Ali le calculó unos cuarenta y tantos años. Su rasgo más destacado eran sus ojos, de un azul vivísimo. Para su disgusto, se sorprendió a sí misma mirando su mano izquierda, que no llevaba anillo. Aunque eso no tenía por qué significar nada. Los anillos eran peligrosos en el trabajo a bordo, y muchos tripulantes se los quitaban, aunque ése no era el caso de Ali.
Tan pronto como terminó su café, regresó a la enfermería y se conectó a internet para escribir un mensaje a Shana y a Jazmine. Ambas estarían deseosa de saber cómo le había ido en su primer día en el mar.
Fecha: 19 de mayo
Para: [email protected]
Asunto: ¡Hola!
Hola, chicas.
Sólo quería saber cómo os iba a las dos. Esto es una locura y todavía estoy aprendiendo a caminar por el barco. Pero no es para preocuparse.
Jazz, estaba pensando que deberías ayudar a tu tía aportándole ideas para hacer helados. ¿Te acuerdas de las versiones que inventamos este verano? ¿El de dulce de leche regado de sirope? No estaba nada mal.
Shana, asegúrate de que Jazz hace sus deberes, sobre todo los de matemáticas. Y sí, de acuerdo, dejaré de preocuparme. Escribid algún correo de vez en cuando, ¿vale? Estoy deseosa de saber cómo estáis sobreviviendo.
Os quiero.
Ali (¡Para ti «mamá», Jazz!)
No era un mensaje muy largo, pero estaba cansada y tenía ganas de acostarse. De camino a su camarote, coincidió con el capitán de fragata Dillon en el estrecho pasillo. Ali se cuadró al tiempo que se hizo a un lado para dejarlo pasar.
El oficial murmuró algo que Ali no llegó a escuchar. Sin pronunciar otra palabra, cada cual partió en direcciones opuestas. Ali se ruborizó de vergüenza, pero no porque se hubiera tropezado con el oficial de mayor graduación. Ella le había rozado el pecho con los senos y él había estado a punto de tomarla de los hombros… y Ali se habría dejado abrazar y besar sin una sola protesta por su parte. Le había ardido la cara, sabía que se encontraba en un serio problema. No, no era sólo la proximidad con tanto hombre a bordo. Al menos eso era lo que se decía a sí misma. Tampoco era específicamente el capitán de fragata: habría podido ser cualquier otro. Pero incluso mientas formulaba aquel pensamiento, supo que era mentira. Le preocupaba que el capitán pudiera saber lo que estaba sintiendo. Y eso le mortificaba aún más.
Revivió mentalmente aquella escena durante el ejercicio de la alarma contra incendios y después, cuando se retiró a su camarote. Una vez sola, tomó papel y bolígrafo. Una cosa era enviarle a Jazmine un correo electrónico y otra cosa muy diferente mandarle una carta. Sabía que su hija se sentiría reconfortada leyéndola.
Cuando empezó a salir con Peter, solían cartearse durante sus frecuentes separaciones. Ali guardaba como un tesoro aquellas cartas. El año anterior, la noche de su aniversario de bodas, sacó un buen fajo y se dedicó a releerlas. Se sumergió en la autocompasión, pero no le importó: tenía todas las razones del mundo para ello. Aquella noche, que pasó sola en su habitación llorando y gritando… fue como una epifanía para Ali. Como si algo dentro de ella, una especie de muro de fingimiento y resignación, se hubiera derrumbado para dejar escapar el dolor. Sospechaba que había sido precisamente en aquel momento cuando había empezado a curarse.
Había llorado antes de aquel momento, desde luego. Pero aquella noche, la del duodécimo aniversario de boda, lloró como nunca en toda su vida. Hacia la medianoche se quedó dormida en la cama sin deshacer, rodeada de las cartas de Peter. Afortunadamente Jazmine no había sido testigo de aquel estallido emocional.
Desde la muerte de Peter, Ali se había esforzado todo lo posible por ocultarle a Jazmine sus sentimientos. La había estimulado a desahogar su dolor, la había ayudado todo lo posible: pero, para protegerla, no se había permitido transmitirle su sufrimiento.