¿Dónde quedó todo el material que constituye el libro que ahora presentamos? No tengo idea. El hecho es que hace unos meses, revisando papeles en los que fui escribiendo reflexiones, síntesis de clases, anotaciones, apareció un fajo de papeles amarillentos, divididos en capítulos, del uno al doce, con la anotación “definitivo” puesta entre paréntesis.
Mi sorpresa fue mayúscula porque, aunque no se crea, no tenía idea de que había escrito otro libro en situación de clandestinidad. Sí sabía que había ido escribiendo sobre “ethos y ética”, que debía servir para desarrollar el tema de la ética como profesor en la Universidad.
Leí y releí el texto que sintetiza la cosmovisión a la que yo había llegado hasta ese momento –1974-1976– y lo encontré satisfactorio. De hecho, no son tantas las correcciones que haría si es que lo volviera a escribir. Tiene lagunas, pero el entramado del libro está logrado. Ello hace que lo presente en cuanto a su contenido y metodología de exposición tal como fue escrito en 1975.
Por lo tanto, presento el libro sin modificaciones en cuanto al contenido. Solo algunas aclaraciones. Como se comprenderá, un libro escrito en 1975 es prerrevolución de “género”. Los cuatro primeros capítulos van sin aclaración alguna.
El capítulo 5, “Ideología ética y política”, presenta dificultades especiales en la concepción y las relaciones entre ideología, cultura, conciencia de sí. En el 6 es problemática la relación entre Hegel y el pretendido “fin de la historia”.
En el capítulo 8 hay una confusión entre Jesús y Cristo. A veces aparece referido a Cristo lo que debería ser solo referido a Jesús. Jesús es el personaje histórico que actuó en Palestina y especialmente en Galilea. Cristo –o sea, “Mesías”– es Jesús invocado con ese título.
En el capítulo 9 debe reformularse el texto referido a la “lucha por el reconocimiento”. No hay ningún cambio sustancial al respecto, sino solo mayor desarrollo. En los restantes capítulos, a mi modo de ver, no son necesarias aclaraciones complementarias.
Buenos Aires, marzo-abril de 2020
CAPÍTULO 1
Ethos y ética
Se ha hecho ya un lugar común hablar del “estilo de vida” de un pueblo, de “la idiosincrasia”, de “la forma de vida” de una nación o de un grupo social. Dejando de lado lo que ello tiene de justificación para impulsar determinado proyecto político, no podemos ignorar que semejantes eslóganes o frases estereotipadas expresan el nivel del ethos; si no del pueblo en su conjunto, sí de un grupo social que lo presenta como perteneciente a la nación entera.
El ethos es distinto de la ética. O, más bien, se trata de dos niveles diferentes de una misma instancia. El ethos es el “modo de habitar el mundo” que tiene el hombre, la manera de comportarse frente al mundo, a los demás, a sí mismo y a la historia. Podríamos decir que está formado por todos nuestros hábitos, que nos hacen actuar y reaccionar frente a las cosas, personas y acontecimientos, de una manera casi mecánica.
Está siempre a la mano y reluce tanto en la forma como nos aseamos, nos comportamos en la casa, en la calle y en el trabajo, como en la manera en que encaramos los problemas profundos que nos presenta la vida, como la muerte y la lucha por grandes ideales, en que se juega todo. Es como “la casa” en la que uno habita.
Representa una economía. Es una manera práctica de valorar las cosas, los acontecimientos y las personas. Es práctica, porque se traduce o, mejor, se expresa directamente en acciones. Está mal dicho “se traduce”, porque no hay previamente una valoración teórica que se traduzca luego en acción. Esta es primera. La valoración es intrínseca a ella, pero en estado “preteórico” o “preconsciente”, si queremos utilizar un término de la psicología profunda que nos sirve muy bien para lo que queremos decir.
Más adelante aclararemos la relación dialéctica entre práctica y teoría. Por ahora nos basta tener presente que el ethos no es una teoría. No constituye un conjunto de verdades que conformen un sistema teórico. Todos los grupos sociales, incluso aquellos primitivos, que no han accedido al nivel teórico, poseen un ethos. Al hablar de preconsciente no hacemos psicologismo.
La ética transcurre en otro nivel, el teórico. Constituye una tematización, profundización y justificación o corrección del ethos en una dirección determinada, la de la acción guiada por las nociones del bien y del mal, que ya se encuentran actuantes en el nivel del ethos sin estar tematizadas, es decir, estructuralmente conceptualizadas. No se puede dar una razón lógica que las justifique. Ello constituye una tarea de la ética. Pero esta no siempre se limita a tematizar y profundizar el ethos, sino que muchas veces le propone correcciones. Puede asumir una posición revolucionaria frente al ethos dominante en una sociedad, pero es porque supone un nuevo ethos.
Como se ha hecho notar, y nos parece claro, esta diferencia que se encuentra presente en la etimología griega no ha sido en general tenida en cuenta en la historia de la filosofía, que ha olvidado casi completamente el nivel del ethos.1
Para hacer un análisis filosófico acorde con el tiempo en que vivimos, lo que significa un planteo ético que sea operante para nosotros, hombres latinoamericanos del siglo XXI, pertenecientes a la periferia del imperio norteamericano, es imprescindible tener siempre presente esta distinción. Lo primero a tener en cuenta, el primer nivel, es el suelo que pisamos, la casa que habitamos, el ethos desde el que partimos, nuestro modo de habitar el mundo. Desde allí, sin anteponerle una ética que sea una pantalla ocultadora, podremos darnos a la tarea de realizar o proponer una ética.
Porque siempre partimos de un ethos. Este es un a priori que llevamos con nosotros. Ignorarlo es ignorar de dónde surgen los conceptos que se utilizan, las causas por las cuales se plantean unos problemas en lugar de otros y se tiende a resolverlos de cierta manera que excluye otras.
¿Por qué Aristóteles tiene dos concepciones de la filosofía: como “ciencia del ser en general” y como “ciencia del ser primero”? ¿Por qué a Aristóteles durante la Edad Media se lo ha leído a través de la interpretación neoplatónica? ¿Por qué en el resurgimiento de la escolástica, en España, a comienzos de la Edad Moderna, se plantea con dramatismo el problema de la conciliación entre el supremo dominio de Dios y la libertad del hombre? ¿Por qué Descartes en el siglo XVII cuestiona radicalmente toda la filosofía, y culmina haciéndola partir del “yo pienso”? ¿Por qué Kant en la Alemania de fines del siglo XVIII elabora una ética de la “buena voluntad”? ¿Por qué Hegel ve en el Estado la realización del Espíritu? ¿Por qué la “intersubjetividad” en Gabriel Marcel no sobrepasa el ámbito de un estrecho círculo de amigos en torno a la familia?
Podríamos seguir con los interrogantes que nos plantea la historia del pensamiento filosófico. Imposible encontrar una respuesta adecuada a ellos si no los ponemos en relación con el ethos de los que parten. En el transcurso de nuestro estudio veremos cómo estas y otras preguntas se iluminan cuando tenemos acceso a dicha relación. Desde ya adelantamos: no reciben con ello una explicación acabada que nos permita cerrar la cuestión. Todo lo contrario. Nos iluminan el terreno en el que esta se sitúa realmente para recibir un tratamiento correcto.
En la historia de la filosofía nos encontramos con Aristóteles, Santo Tomás, Kant, Hegel, Max Scheler, entre otros. Cada uno de ellos nos propone una ética explícita, verdaderos tratados filosóficos sobre el tema. Dichas éticas no nacieron por arte de magia, ni fueron creadas simplemente porque cada tanto la humanidad recibe el regalo de algún pensador extraordinario, capaz de crear nuevas teorías sobre el hombre y su comportamiento. Es cierto que sin el genio de Aristóteles no tendríamos una Ética a Nicómaco, pero esta fue producida por él a partir de un ethos, de una determinada manera de habitar el mundo que debemos develar.
Ello debe servirnos para examinar la ética o las éticas que se proponen a nuestro pueblo en nuestros centros de enseñanza. Un adecuado estudio nos llevará a entrar en contacto con el ethos del