—¿Tienes amigos? Qué alivio. Te había visto salir por ahí con tus compañeros de equipo, pero suponía que fingen que les caes bien porque eres su capitán.
—Les caigo bien porque soy genial. —Vuelve a mostrar una sonrisa rápida.
Mojabragas. Así es como Summer describió su sonrisa una vez. Juro que esta chica tiene una obsesión insana con la esculpida apariencia de Connelly. Algunas de las frases que ha soltado para describirlo incluyen: sobrecarga de atractivo, explosión de ovarios, terror de las nenas y empotrable.
Solo hace un par de meses que Summer y yo nos conocemos. Pasamos de ser unas desconocidas a mejores amigas en alrededor de, oh, treinta segundos. Quiero decir, se trasladó aquí desde otra universidad después de incendiar por accidente parte de la residencia de su hermandad: ¿cómo no iba a caer rendida a los pies de esta locura de chica? Estudia diseño de moda, es divertidísima y está convencida de que me gusta Jake Connelly.
Se equivoca. El chico es guapísimo, y es un fantástico jugador de hockey. Pero también se lo conoce por jugar con las chicas fuera de la pista. Eso no lo convierte en un bicho raro, por supuesto. Muchos deportistas tienen una cantera de chicas que se conforman perfectamente con 1) estar de rollo, 2) no ser exclusivas, y 3) ir siempre por detrás del deporte que el chaval en cuestión practique.
Pero yo no soy una de ellas. No me disgusta estar de rollo, pero las otras dos opciones no son negociables.
Por no mencionar que mi padre me mataría si saliera con el enemigo. Mi padre y el entrenador de Jake, Daryl Pedersen, llevan enemistados varios años. Según mi padre, Pedersen sacrifica bebés a Satán y hace rituales de magia con sangre en su tiempo libre.
—Tengo muchos amigos —añade Connelly, que se encoge de hombros—. Incluida una muy cercana que asiste a Briar.
—Creo que cuando alguien farda de todos los amigos que tiene, normalmente significa que no tiene ninguno. Para compensar, ¿sabes? —Sonrío, inocente.
—Por lo menos no me han dejado plantado.
Se me borra la sonrisa.
—No me han dado plantón —miento. Pero la camarera escoge ese preciso instante para acercarse a la mesa y mandarme la excusa a la mierda.
—¡Has llegado! —Se le llenan los ojos de alivio al ver a Jake, y le brillan tras echarle una buena ojeada—. Empezábamos a preocuparnos.
¿Empezábamos? No sabía que éramos cómplices en esta humillante aventura.
—Las carreteras estaban resbaladizas —dice Jake, y señala con la cabeza hacia las ventanas delanteras de la cafetería. Unos riachuelos de humedad cubren los cristales empañados. Y a lo lejos, la fina línea de un relámpago ilumina el cielo oscuro por un momento—. Hay que ir con mucho cuidado cuando se conduce bajo la lluvia, ¿sabes?
Ella asiente con fervor.
—Las carreteras se mojan mucho cuando llueve.
No me jodas, Capitana Obviedad. La lluvia moja. Que alguien llame al jurado de los Premios Nobel.
Jake frunce los labios.
—¿Te traigo algo de beber? —pregunta ella.
Yo lo fulmino con la mirada.
Jake me responde con una sonrisa pícara antes de girarse hacia ella y guiñarle el ojo.
—Me encantaría tomarme una taza de café… —Entrecierra los ojos para verle la chapa identificadora—. Stacy. Y rellénale la taza a mi cita enfurruñada.
—No quiero más café, y no soy su cita —gruño.
Stacy parpadea, confusa.
—¿Oh? Pero…
—Es un espía de Harvard al que han mandado para que descubra las novedades del equipo de hockey de Briar. No le sigas el rollo, Stacy. Es el enemigo.
—Qué dramática —se ríe Jake—. Ignórala, Stace. Solo está enfadada porque he llegado tarde. Dos cafés, y algo de tarta, si no te importa. Un trozo de… —Su mirada se posa en los recipientes de vidrio que hay en la encimera central—. Ay, mierda, no me decido. Todo parece muy apetitoso.
—Sí, lo eres —murmura Stacy para sus adentros.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta él, pero su leve sonrisa me indica que la ha oído alto y claro.
Ella se sonroja.
—Oh, ehm, decía que solo nos quedan la de melocotón y la de nuez pecana.
—Hmmm. —Se humedece el labio inferior. Es un movimiento ridículamente sexy. Todo él es sexy. Y por eso lo odio—. ¿Sabes qué? Un trozo de cada, por favor. Mi cita y yo los compartiremos.
—Definitivamente no lo haremos —digo, entusiasmada, pero Stacy ya se ha apresurado para procurarle la maldita tarta al rey Connelly.
Joder.
—Mira, por mucho que disfrute hablando sobre lo horrible que es tu equipo, esta noche estoy demasiado cansada para insultarte. —Intento disimular mi agotamiento, pero se me cuela en la voz—. Quiero irme a casa.
—Todavía no. —El rollo alegre y socarrón que transmitía se convierte en algo más serio—. No he venido a Hastings por ti, pero ya que estamos tomando un café juntos…
—En contra de mi voluntad —lo interrumpo.
—… hay algo de lo que deberíamos hablar.
—Ah, ¿sí? —Muy a mi pesar, me corroe la curiosidad. La disimulo con sarcasmo—. Me muero de ganas de oír de qué se trata.
Jake se agarra al borde de la mesa. Tiene unas buenas manos. En plan, unas muy buenas manos. Tengo una pequeña obsesión con las manos de los hombres. Si son demasiado pequeñas, pierdo el interés al instante. Si son demasiado grandes y rechonchas, me da un poco de aprensión. Pero Connelly ha sido bendecido con unas manos perfectas. Tiene los dedos largos, pero sin ser huesudos. Las palmas grandes y poderosas, pero sin estar fornidas. Lleva las uñas limpias, pero tiene dos nudillos rojos y agrietados, quizá por una escaramuza en la pista de hielo. No le veo las yemas, pero estoy segura de que tiene callos.
Me encanta sentir cómo unos callos me recorren la piel desnuda, me raspan un pezón…
Uf. No. Prohibido tener pensamientos subidos de tono en las inmediaciones de este hombre.
—Quiero que te mantengas alejada de mi chico. —A pesar de que lo enfatiza al dejar los dientes al descubierto, no se puede considerar una sonrisa. Es demasiado salvaje.
—¿Qué chico? —Pero ambos sabemos a quién se refiere. Puedo contar con un dedo de una mano con cuántos jugadores de Harvard he tonteado.
Conocí a Josh McCarthy en una fiesta de Harvard a la que Summer me arrastró hace un tiempo. Al principio, le dio un berrinche cuando se enteró de que era la hija de Chad Jensen, pero luego reconoció el desacierto en sus maneras, se disculpó por redes sociales, y nos hemos visto varias veces después de eso. McCarthy es mono, un poco torpe y un sólido candidato a follamigo. Como vive en Boston, no existe la posibilidad de que me agobie con muestras de afecto ni de que aparezca en la puerta de mi casa sin avisar.
Está claro que tampoco es una opción a largo plazo. Y eso va más allá de la cuestión de que mi padre me mataría. La verdad es que McCarthy no me excita. Sufre de una grave carencia de sarcasmo, y es un poco aburrido cuando su lengua no está en mi boca.
—Va en serio, Jensen. No quiero que te enrolles con McCarthy.
—Caray, Mamá Oso, aparta esas garras. Es solo algo casual.
—Casual —repite. No es una pregunta, más bien un «no te creo» burlón.
—Sí, casual. ¿Quieres que le pida a Siri que te defina la palabra? Casual significa que no es algo serio. En absoluto.