JC: La voluntad de leer partiendo de ese esfuerzo es el hecho diferencial que nutre a una antología no solo de una sensibilidad, sino también de una rigurosidad y una falta de prejuicio a la hora de acercarse a la obra literaria. Venimos de una falta de profundidad lectora temible. Lo digo como lector, editor y filólogo. El resultado que genera esta irresponsabilidad no es únicamente un canon sesgado, sino perpetuado. Poco importa que su origen esté mediatizado por una tendencia ideológica, una metodología de trabajo o una sensibilidad académica: el síntoma es unívoco, no hay escritoras ni en la bibliografía primaria ni en la secundaria que hemos consultado. Contra esa convicción había que ir.
SV: Revisamos varias antologías canónicas de cuento hispanoamericano y latinoamericano del siglo xx —antologías que tuvieron y tienen reediciones—, la ausencia de escritoras es asombrosa. Pienso que al paso del tiempo esos antologadores pudieron revisar, revalorar y rescatar lo que no habían visto en un primer momento. No existió esa mirada que las buscara. Ahora, pensemos si en verdad era tan difícil encontrarlas. Durante el proceso de trabajo en este libro investigamos para construir las semblanzas de las autoras. Eran editoras, profesoras de literatura, periodistas, algunas estudiaron posgrados en el extranjero, se ve que con esfuerzos familiares importantes. Silda Cordoliani, por ejemplo, fue directora de Monte Ávila, la emblemática editorial venezolana. ¿De verdad era tan difícil encontrarlas? Imagínate todo lo que tuvieron que luchar en su campo de trabajo para dejar una huella que pudiera ser rastreada gracias a las escritoras e investigadoras que nos ayudaron.
JC: Una antología es una historia de ausencias. Vindictas no viene a ocupar todo un territorio, sino que es una señal a seguir. Vindictas pone sobre la mesa que durante décadas se ha antologado de espaldas a las escritoras. Mencionabas esas antologías que recorren Latinoamérica. No era suficiente y descendimos un escalón más. Consultamos diferentes antologías nacionales, temáticas, especializadas en un género particular y siempre el mismo síntoma: apenas incluían escritoras. Vindictas es un grito que apela a ese esfuerzo de búsqueda y lectura; es una ventana abierta y ojalá se lea como tal. Desde las ilustraciones que acompañan la edición se pretende simbolizar este mensaje: enfocar con un pequeño destello una maravillosa cueva por descubrir. Ahí es precisamente donde el lector y la lectora van a tener que moverse y quiero pensar que con esta propuesta van a andar menos a tientas.
SV: La ilustradora Jimena Estíbaliz y la diseñadora Clarisa Moura, quien también diseñó la colección de novela y memoria Vindictas, encontraron el registro perfecto para mostrar algo que se percibe en los propios textos: que las puertas estaban cerradas para estas escritoras; vieron cómo se construyó el canon sin ellas y vieron esas antologías magníficas, unas más relevantes que otras, según desde donde se producían. Ellas no estaban incluidas. Eso tiene que ver con la propuesta de ilustración de este libro, donde las puertas se abren y la luz va pasando de una mano a otra. Si muchas escritoras hoy podemos escribir y contar lo que queremos, lo que nos mueve, lo que nos duele, lo que nos interesa, es gracias a que otras escribieron antes. Esa deuda llega, si quieres, hasta Sor Juana, para hablar de una autora que representa tanto para las hispanoamericanas.
JC: Se ha logrado hacer un libro bello que reúne la geografía del español a lo largo de veinte autoras, una por país. Casi todas ellas han nacido entre los años treinta y los cincuenta, salvo seis escritoras, desde la chilena Marta Brunet (1897) hasta Mimí Díaz Lozano (1928). En estas páginas se dan la mano generaciones de mujeres que van a escribir y publicar en las condiciones adversas y los años convulsos de la segunda mitad del siglo xx.
SV: Es muy importante establecer ese puente temporal que abarca la antología y leer el contexto en que vivían estas 20 autoras, la época deja su marca de agua en el relato individual de cada una: el siglo de la tercera ola de la lucha feminista, del acceso a la píldora anticonceptiva, de las discusiones sobre el aborto o la reconsideración del papel de la maternidad. Al mismo tiempo que nacían movimientos literarios como el boom —tan sonoro—, había una implosión, un trabajo silencioso y silenciado. Mientras se servía el gran banquete donde se destacaban las voces de escritores, las voces de ellas hacían lo suyo. Tú detectaste que incluso en la edición, en el trabajo final de dar a luz a un libro —que tiene que ver con publicarlo—, allí las escritoras tenían la consciencia de que la puerta estaría cerrada. Una autora lograba terminar un libro contra viento y marea. ¿A quién recurría para publicarlo?
JC: En su mayoría son voces silenciadas a la hora de editar sus libros y de establecer su presencia literaria. Ello supone un obstáculo muy profundo para visibilizar su escritura. Nos hemos enfrentado técnicamente a obras publicadas en editoriales minúsculas o de una existencia muy breve, con tiradas casi ínfimas, con una factura editorial precaria. Nos hemos topado con alguna obra que vio la luz gracias a la aportación económica de amistades, como es el caso de Puros cuentos, de Bertalicia Peralta. Es muy reseñable cómo algunas reediciones las han hecho sus descendientes. Los hijos de Mimí Díaz Lozano o María Luisa Elío así lo hicieron. Del mismo modo este silencio está provocado por la falta de reconocimientos, de premios, de trabajos académicos. Pongamos por ejemplo el caso de la escritora dominicana Hilma Contreras, nacida en 1913, que obtuvo el premio nacional en su país el año 2002, con casi 90 años. Me pregunto, ¿no se lo podían haber otorgado durante su juventud, a los 70 años? ¿Había que esperar tanto? Esta es la convicción a doblegar y tumbar.
SV: Daniel Balderston, investigador de la universidad de Pittsburgh, hizo un recuento de varias antologías. Cuenta que, en 1959, Ángel Flores publicó su Historia y antología del cuento y la novela en Hispanoamérica. Entre 59 autores, que van de Fernández de Lizardi a Miguel Ángel Asturias, solo se incluye a una mujer, que es justo Marta Brunet, de quien también sumamos un cuento en Vindictas. La exclusión fue una constante. Tampoco se trata, como ocurre en algunas recopilaciones, de forzar que se incluyan apartados con etiqueta feminista. A mí me queda la sensación de que cuando encuentras un capítulo sobre feminismo en una antología de literatura, más bien se ha creado un gueto. No es una reivindicación, es una manera de decir: gracias a que marcharon, a que protestaron y alzaron la voz, van a ser incluidas en una antología literaria, no por el valor de su escritura, sino porque son mujeres. Tal vez esa condescendencia es la que lleva a pensar que estas publicaciones se hacen para cumplir con una cuota de género.
JC: Estás exponiendo perfectamente la respuesta que hay que dar a los responsables de cómo se ha leído, cómo se ha estudiado la historia de la literatura y cómo se ha editado. No hay otro diagnóstico que una falta de rigor y de profundidad lectora y un estereotipo forjado desde el olvido y desde el prejuicio. En pleno siglo xxi la evolución de los feminismos activa un contexto lleno de respuestas y también de nuevos interrogantes. Es en las literaturas latinoamericanas donde las hijas y las nietas de estas vindictas habéis tomado una responsabilidad cultural, política y social. Vuestra literatura también se establece y se entiende dentro de estas coordenadas. Este activismo coincide con una revolución de la bibliodiversidad protagonizada por sellos pequeños e independientes, ágiles y atentos a las fisuras y grietas de estructuras más grandes. Pienso que una de las cumbres recientes de este movimiento es la colección Vindictas.
SV: La colección nació para recuperar novelas de escritoras latinoamericanas que durante el siglo xx hubieran estado creando, produciendo, publicando, pero sin tener los espacios adecuados. No hubo lugar para ellas, muchas veces a pesar de que se trataba de libros premiados, es el caso de Tita Valencia con Minotauromaquia, una novela espectacular, con una profunda voz poética, que desde su forma está cuestionando lo que podría esperarse de una novela. Ganó el premio Xavier Villaurrutia en 1976. En su libro habla de un gran escritor mexicano, Juan José Arreola, en términos que al establishment de la cultura en ese momento le parecieron ofensivos. Tita se sintió acosada y se propuso nunca más volver a escribir sobre algo que la