Escorado Infinito. Horacio Vázquez Fariña. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Horacio Vázquez Fariña
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418337086
Скачать книгу
la que impartir cathedra y repartir estopa: “el elemento extraño”, cuya naturaleza trinitaria -tiempo, espacio y energía- convergía de un modo indistinto e indivisible. Algún científico se atrevió a bautizarla como “la partícula divina”, aunque más prosaicamente era conocida como partícula “Q”, trabajada a conciencia por los mejores cerebros de ese invencible pueblo.

      La civilización riana había elevado el concepto de lo relativo a su máximo exponente; el límite del Universo lo marcaban ellos. Hasta el momento habían establecido marcas que les habían llevado hasta distancias, en sucesivas generaciones, de más de doscientos setenta y ocho mil pársec; y parecía no haber fin. De hecho, el avance hacia más allá había sido regulado y no se progresaba más que lo que se convenía por parte de las autoridades. Aquellas distancias alcanzadas tan sólo representaban una medida de conveniencia que alguien dictaba cubrir cuando procedía. Quien lo dictaba -¿quién?- sabría por qué.

      El pársec era de las pocas medidas -aparte del año luz, aunque poco a poco relegado por medidas intermedias- que aún se conservaban desde la huida del Sistema Madre. Nadie superaba su tecnología, nadie había construido diseños tan avanzados... y de dimensiones tan formidables. A las naves rianas y a sus tripulaciones no les afectaba campos gravitatorios de ningún calado, ni producían estos efectos en reciprocidad, lo cual les permitía abordar cualquier interacción con otros planetas -y por supuesto, con otras naves- de la forma más eficaz, sencilla y directa. Aproximar dos de estos colosos entre sí hasta casi tocarse, o acercarse hasta lo verdaderamente obsceno a un planeta indiferentemente de sus dimensiones, y mantener la posición entre ambos inalterable, era casi un juego de niños. El proceso de conversión masa-energía, dado que los itinerarios eran tan abismalmente lejanos, exigía el aprovisionamiento de materia en cantidad proporcional. Se consumía asteroides y según las necesidades hasta mismo planetas. Combustible. Un viaje medio de 100 pársec requería de una media de un tres por ciento de un asteroide medio riano. Para los máximos esfuerzos de velocidad, con el fin de realizar traslados hacia las marcas más extremas en un tiempo aceptable, se habían construido las Naves Uno, que lograban obtener su objetivo: 1,1 pársec por estado, pero el tamaño así requerido superaba ocho veces veces el tamaño de la nave de Ist.

      En cualquier caso, se producía un inevitable y complejo deshecho: la materia-energía-materia Nu, séptimo estado de la materia. Aparentemente idéntica a la riana en propiedades, pero con una característica especial: el proceso materia-energía, era materia-energía-energía NU, de la que había que desprenderse en forma de eyecciones energéticas que sedimentaban tras breve tiempo en similar materia 1-normal-riana. Aunque se trataba en realidad de materia-nu, algo sumamente distinto.

      La nave de Ist era de tipo DOS, pero desde siglos, como cualquier otra de la flota riana, también estaba dotada de esa tecnología y las mismas exigencias por tanto de liberarse de tal escombro. Dado que se había estipulado una ruta concreta a seguir siempre para la exploración, existía una zona corredor en la que toda nave estaba obligada a evacuar todo aquel detritus postenergético. Se la terminó denominando “el estercolero”.

      Ist había cumplido 25 ciclos durante la misión. Era un hombre joven, pero a pesar de todo bien curtido en la Academia. Quince ciclos. Licenciado número ocho millones cuatrocientos treinta y seis mil ochocientos veinte tres de su promoción, entre... cincuenta y cinco millones de cadetes del planetoide Em. Como a todos los de su edad, todavía no le había llegado la oportunidad de relacionarse socialmente más allá de sus propios camaradas y jefes, y por tanto las cuestiones de humana familiaridad “y de otra índole” eran en la práctica menos conocidas para él que la inmensidad del espacio. Había realizado cientos de viajes en misiones solitarias como esta, pero también en multitudinarias rodeado de tanta gente como correspondía a una nave de tales proporciones. Normalmente con un destino de colonización y en alguna ocasión, como gigantesco paritorio, pues en Ría el nacimiento estaba estrictamente prohibido por razones de incuestionable estrategia. Pero ello no significaba que tuviera contacto directo con aquellos coetáneos Pero, ¿por qué aquellas reuniones masivas de familias al completo? Pues, oficialmente, porque el nacimiento obligaba a la evacuación de toda la familia para su traslado a nuevos mundos. Sí, bien, pero…, en serio, ¿sería realmente por eso? Ist se lo había preguntado muchas veces pero sabía perfectamente que era de las pocas respuestas que no estaban a su alcance, con o sin implante. Razones de Estado ¿Para qué preocuparse entonces? Los asuntos de aquella hípernación fluían de un modo tan inabordablemente coordinado que cualquier análisis crítico terminaba convergiendo en pura inutilidad filosófica. Sin embargo en su interior gritaba un pensamiento, la verdad, poco emocionante: rutina, rutina; rutina. Aunque su inteligencia superaba considerablemente la alta capacidad media de un riano, irónicamente se requería de esta sólo para la aprobación de los estímulos mentales que le proporcionaba el implante. Todos los conocimientos científicos, documentación técnica... Todo estaba en el. Demasiada estimulación para hacerse caso a sí mismo. Llegaba un momento que parecía que el chisme le hablara. Y en realidad lo hacía: “hola Ist”, “¿cómo te va Ist?”, “tienes estas opciones Ist...”. Tal vez no sólo aprendía él. Menos mal que el implante no estaba configurado para leer pensamientos, lo cual técnicamente era de lo más sencillo ¡Cuántos exabruptos se había ahorrado la súper maquinita!

      Ist estaba cansado, sólo la consejera voz -el implante, la nave, o ambos- era su perenne compañía. Al menos era compañía. Configurable compañía: “Nave…, voz masculina... Nave... voz femenina... Nave, habla al revés... cuéntame un chiste... emite un “ser…””. Impecablemente diseñada, como una más de sus funciones Nave también tenía la de proporcionar compañía, y para ello era capaz de emitir desde cualquier punto de su especial dermis plásmica una especie de morphoide “al gusto”; en realidad una forma de vida inteligente, y la verdad, ciertamente autónoma. No solamente reproducía las capacidades técnicas de la nave: era mucho más. Aunque finalmente, tras finalizar su misión volvía a ser reabsorbida por la misma. El ser podía ser, oh sí, configurable, de tal modo que podía adoptar con total y absoluta fidelidad la réplica de otras formas humanas, pero siempre supeditado a su autoridad. A falta de vida real, contaba con un sustitutivo bastante original.

      Pero estaba cansado, sí, estaba cansado; cansado de no saber por qué todo estaba hecho así y no había forma de evitar que todo fuera así. Que el orden establecido aparentara normalidad y sin embargo nada estuviera en su sitio en su cabeza. Ahora tocaba esto y todo estaba preparado para afrontar ese paso.

      Sí, cansado, pero el ser al menos era un elemento de diferenciación en los regulados movimientos cotidianos de su vida. De este modo, automáticamente, cuando Ist realizaba cualquier desacople, Nave emitía el morphoide, que hacía de carabina sin posibilidad de evitación por su parte; así que lo tenía asumido con naturalidad. Y hasta lo había bautizado: “Ri”. En esas circunstancias el morphoide era inconfigurable, y su aspecto irremediablemente, absolutamente… militar. Diríase que, terriblemente militar. Podía estar seguro en ese aspecto: ya había podido comprobar su efectividad en alguna ocasión. Total, no en vano, no era él, sino él y la nave; o mejor dicho: él y todos los recursos de Nave. Ya podía asegurarlo. Recordaba, demasiado a menudo, aquella ocasión en la que había desembarcado en misión rutinaria, en uno de tantos planetas solitarios para un trámite de carga de mercancías. Por algún motivo, se había producido durante la tercera fase nocturna un motín entre la tripulación de una nave compañera. Él ya gozaba de su actual rango, pero aquella gente no, y carecían por tanto de una protección como Ri. En algún momento -según esclareció la investigación posterior- se demostró que estos habían ingerido drogas alterantes de oscuro origen y peor composición. El consumo de determinadas drogas que no dejaban ni efectos secundarios ni rastro orgánico alguno era algo habitual y hasta relativamente tolerado, pero tal vez por error -o sabotaje- se habían metido aquel veneno en el cuerpo. El resultado: una brutal alteración tanto de sus funciones mentales como biológicas, hasta un nivel tan increíble que más parecían enfurecidos demonios que seres humanos reconocibles. Como quiera que fuese, de repente se vio solo y perdido en una enorme habitación cuadrangular sin escapatoria entre aquellos engendros incontrolados ¿Solo? No, solo no: a su lado tenía la muerte amiga vestida de noche. Ri procedió sin piedad, a pesar de sus repetidos desesperados intentos por evitarlo. Le llegó unos miserables cots fulminar a sesenta