En los últimos años, los historiadores comenzaron a cuestionar la caracterización de la dictadura militar de los setenta como una excepción o una ruptura histórica, reconsiderando las continuidades entre el régimen militar y los períodos precedentes y subsiguientes. Todavía incipiente, este abordaje ha señalado la permanencia, durante los años setenta, de instituciones, herramientas y tecnocracias represivas que fueron legadas por gobiernos previos. Por otro lado, algunas investigaciones han indicado la subsistencia de esas instituciones, herramientas y tecnocracias, así como la supervivencia de valores autoritarios, después del retorno de la democracia.[14] Más allá de estos estudios principalmente interesados en la violencia política, la discusión acerca de otros cambios y continuidades sociales, culturales y políticos entre la dictadura y la democracia no es más que especulativa. Para poder establecer comparaciones efectivas que permitan llegar a conclusiones sólidas en materia de permanencias y transformaciones, se necesitan investigaciones profundas de los dos momentos históricos a comparar. La historiografía de los setenta intuye (en vez de probarlas con certeza) muchas continuidades con el período democrático siguiente porque simplemente no hay suficientes investigaciones históricas sobre la década de 1980. Como sostienen Marina Franco y Daniel Lvovich, los historiadores han retrocedido en el tiempo para situar la dictadura militar en un continuo histórico pero no han avanzado con la misma determinación sobre los años ochenta.[15]
El destape propone tácitamente preguntas sobre permanencias y cambios. En este sentido, un argumento importante es que el destape fue sinónimo de transformación. Durante la dictadura, los argentinos tenían sexo, hablaban de sexo y consumían productos culturales y mediáticos con contenido sexual diverso pero el sexo era social y culturalmente marginal, censurado, purgado y silenciado. Esto era consecuencia, en muchos casos, de una cultura sexual conservadora que precedía al régimen militar y que este adoptó y continuó como propia. En un contexto marcado por el miedo, la violencia y la incertidumbre, el sexo estaba imbuido de connotaciones negativas, alarmantes y oscuras o estaba ante todo asociado con responsabilidades políticas y sociales en detrimento de la subjetividad y el deseo. Para los adultos, el sexo era infantilizado y para los jóvenes era presentado como algo peligroso y vergonzoso. Para todos, pero en primer lugar para las mujeres, la sexualidad era objeto de control social, legal y cultural.
Por el contrario, con el regreso de la democracia, el fin de la censura y el nuevo clima de libertad, el sexo capturó la imaginación social y se convirtió en la estrella indiscutida de la cultura popular. Esta fue una transformación cuantitativa y cualitativa que tuvo importantes consecuencias sociales: el sexo estaba en todos lados, y la cultura y la sociedad experimentaron niveles de explicitud sexual sin precedentes. La nueva franqueza y liberalidad sexual invadieron los medios, las calles, las escuelas, los hospitales, los talleres feministas, los consultorios de los sexólogos, las marchas y los dormitorios. La sociedad se erotizó y la sexualidad, omnipresente, adquirió una diversidad de significados positivos relacionados con la ciudadanía, el progreso social, el desarrollo nacional y la modernidad. La democracia liberó imágenes y discursos sexuales, politizó la sexualidad e incentivó y enmarcó la lucha por los derechos sexuales de mujeres y minorías sexuales. Así, la cultura sexual posdictadura se transformó en una poderosa metáfora de la democracia y de la reconstrucción de la sociedad argentina. De hecho, al crear, expresar y debatir sus ideas sobre sexualidad, distintos sectores sociales propusieron diferentes visiones para una nueva sociedad democrática.
Si al término de la dictadura el destape aparece como una transformación explosiva, su originalidad y significancia son aún más notables cuando se lo considera parte de un continuo histórico más largo. La historiadora Isabella Cosse ha señalado que en la década del sesenta la Argentina experimentó “una revolución sexual discreta” que extendió la aceptación social de las relaciones sexuales prematrimoniales y cuestionó que la virginidad femenina fuera un requisito de respetabilidad y decencia. Pero el cambio fue discreto porque el sexo prematrimonial era aceptado solo como parte del cortejo y entendido como una expresión del amor, especialmente en el caso de las mujeres. En consecuencia, la “revolución” no separó la sexualidad de la domesticidad, de la responsabilidad ni del amor. De hecho, el amor se consideraba requisito y justificación del sexo, y el placer sexual rara vez era tema de discusión pública. Esta “revolución” prudente y moderada tampoco cuestionó la heterosexualidad, la familia nuclear, los desbalances de poder sexual entre hombres y mujeres o el sexismo. Dado el clima conservador y autoritario de los sesenta y setenta, durante gobiernos militares y democráticos, la “revolución sexual discreta” nunca se convirtió en “espectacular” ni hubo un cambio vasto o radical de valores y conductas sexuales. No fue hasta los años ochenta, con el regreso de la democracia, cuando el proceso de transformación iniciado dos décadas antes llegó de manera estridente a su punto culminante. Fue entonces cuando el destape trasladó la sexualidad del ámbito privado al público, colocándola en el epicentro del debate social y generando una renovación conceptual y estética de las formas de pensar, entender y hablar sobre sexo así como de las formas de vivirlo.[16]
Porque el destape está lleno de contradicciones y limitaciones, este libro no postula que haya sido una revolución sexual (aunque muchos contemporáneos así lo creyeron). Sin embargo, la centralidad del sexo en la sociedad y en la cultura de los años ochenta fue tan vehemente y sorprendente que el destape debe ser considerado como un fenómeno único de transformación original. Su singularidad y alcances son aún más importantes a la luz de la revolución sexual discreta de los años sesenta y, asimismo, de la hipocresía sexual, el puritanismo estatal y la censura de los setenta. Al repensar el lugar histórico del destape, este libro se relaciona con una nueva historia de la sexualidad que ha comenzado a cuestionar si la revolución sexual de los sesenta, asociada a hechos como las protestas de Stonewall en Nueva York en 1969 o el verano del amor en Inglaterra en 1967, es un modelo realmente representativo del cambio sexual fuera de los Estados Unidos y algunos países de Europa occidental. Este abordaje propone estudiar las transformaciones de diferentes culturas sexuales con una periodización más flexible y con mayor atención a las condiciones históricas locales. Nuevos estudios demuestran que, en muchas partes del mundo, renovaciones sexuales profundas ocurrieron después de los sesenta y que no fueron consecuencia de un cambio rápido y fulminante –como sugiere la idea de revolución–, sino el resultado de un proceso largo y gradual de modernización sexual. El destape reconsidera las condiciones históricas para que se diera el boom sexual argentino en la década del ochenta y, en consecuencia, contribuye a cuestionar, como hacen los nuevos abordajes historiográficos, las cronologías tradicionales de la historia sexual.[17]
Este libro también interviene en los estudios de la transición democrática –llamados “transitología”– abriendo un nuevo camino temático y metodológico en un campo principalmente dominado por la ciencia política. Por lo general, la periodización tradicional de la transición argentina incluye dos momentos: la etapa entre 1982 y 1983, la última fase de la dictadura militar que se abre con la derrota en la guerra de Malvinas, y el período entre 1983 y 1989, los años de la presidencia de Alfonsín.[18] Las investigaciones clásicas de los años ochenta y noventa estuvieron centradas fundamentalmente en diferenciar la transición de la “consolidación” de la democracia y en discutir las condiciones estructurales para el regreso al sistema democrático. Asimismo, estas investigaciones cuestionaron si en vez de una transición –un concepto que sugiere un proceso gradual asociado a las negociaciones entre las Fuerzas Armadas y los partidos políticos para acordar el fin del régimen– la Argentina no experimentó, en