1
Cristo no es el apellido de Jesús
2
Aceptando que eres totalmente aceptado
3
Revelado en nosotros, como nosotros
4
Bondad Original
5
El Amor es el Sentido
6
Una plenitud sagrada
7
Yendo a un buen lugar
8
Hacer y decir
9
Las cosas en su profundidad
10
La encarnación femenina
Desde ahora, todas las generaciones me llamarán dichosa;
porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí, y santo es su nombre.
—Lucas 1:48-49
En este breve capítulo voy a tomar algunos riesgos, pero creo que será provechoso porque, para muchos, podría provocar la revelación más importante de todas. Como hombre, mi perspectiva de lo femenino seguramente es limitada, pero este es un tema tan crucial y usualmente ignorado que debo invitarnos a todos y a todas a reivindicar y honrar la sabiduría femenina, que a menudo es cualitativamente diferente de la sabiduría masculina. Aprovecharé mis propias experiencias con mi madre (yo fui su favorito), hermanas más pequeñas y grandes, muchas amigas y colegas mujeres a lo largo de los años, y la mismísima naturaleza de algunos de mis encuentros con Dios. Espero que esta perspectiva pueda invitarte a confiar también en tus propias experiencias con la feminidad divina. Para muchos y muchas es una apertura completamente nueva, ya que, de alguna manera —y erróneamente—, siempre asumieron que Dios es masculino.
A pesar de que Jesús era claramente del género masculino, el Cristo está más allá del género, así que es de esperar que la Gran Tradición haya encontrado formas femeninas para, consciente o inconscientemente, simbolizar la plenitud de la Encarnación Divina y darle a Dios una más femenina, tal como la misma Biblia suele hacerlo.1
Cada vez que voy a Europa, siempre me sorprende la cantidad de iglesias que llevan el nombre de María, la madre de Jesús. Creo haberme topado con por lo menos una iglesia “Notre Dame de algo” en toda ciudad francesa que visité, y a veces incluso dos o tres en un pueblo pequeño. Algunas de estas iglesias son grandes y ornamentales, la mayoría son antiguas, y en general inspiran respeto y devoción, incluso entre no-creyentes. Sin embargo, como católico, a veces me pregunto: ¿Quiénes eran estos cristianos que parecen haber honrado a María mucho más que a Jesús? Después de todo, el Nuevo Testamento dice muy poco de María. ¡No es de extrañar que la Reforma Protestante reaccionara tan enérgicamente en contra de nuestra obsesión ortodoxa y católica!
¿Por qué durante los primeros mil cuatrocientos años de cristianismo, tanto en las iglesias occidentales como en las orientales, se enamoraron perdidamente de esta mujer aparentemente ordinaria? Le dimos nombres como Theotókos, Madre de Dios, Reina del Cielo, Notre Dame, La Virgen de esto o aquello, Unsere Liebe Frau, Nuestra Señora, Nuestra Madre de los Dolores, Nuestra Dama del Perpetuo Socorro y Nuestra Señora de casi todo pueblo o santuario en Europa. Claramente, no estamos tratando con una simple mujer, sino un símbolo fundacional —o, pidiendo prestado el lenguaje de Carl Jung, un “arquetipo”—, una imagen que constela una gran cantidad de significados que no se pueden comunicar de manera lógica. Nada emerge de forma tan global ni durante tanto tiempo si de alguna manera no se basa en nuestro inconsciente colectivo humano. Sería tonto descartar algo así tan fácilmente.
En la imaginación mítica, pienso que María simboliza intuitivamente a la primera Encarnación, o Madre Tierra, si me lo permites (no estoy diciendo que María es la primera encarnación, solo que se convirtió en el arquetipo y símbolo natural de ello, particularmente en el arte, por lo que quizás la Madonna sigue siendo el personaje más pintado en el arte occidental). Creo que María es el mayor arquetipo femenino del Misterio de Cristo. Este modelo ya se había mostrado como Sofía o Santa Sabiduría (ver Proverbios 8:1ss., Sabiduría 7:7ss) y nuevamente en el libro de Apocalipsis (12:1-17), en el símbolo cósmico de “una mujer vestida de sol, parada sobre la luna”. Ni Sofía ni la Mujer de Apocalipsis son precisamente María de Nazaret; aun así, en muchos sentidos, lo son, y cada pasaje amplía nuestro entendimiento de la Divinidad Femenina.
Jung creía que los humanos producen en el arte las imágenes internas que el alma necesita para verse a sí misma y permitir su propia transformación. Solo intenta contar cuántas pinturas en los museos de arte, iglesias, y casas de todo el mundo muestran a una mujer maravillosamente vestida, ofrecida para tu admiración —y la de ella—, y, generalmente, a un bebé desnudo. ¿Cuál es la ubicuidad que esta imagen nos transmite al nivel del alma? Creo que es algo así:
La primera encarnación (creación) está simbolizada por la Personificación de Sofía, una María hermosa, femenina, multicolor y elegante.
Ella nos ofrece invariablemente a Jesús, Dios encarnado en vulnerabilidad y desnudez.
María se convirtió en el Símbolo de la Primera Encarnación Universal.