La segunda ola: el movimiento feminista
La segunda ola fue el movimiento feminista, que produjo cambios sociales, económicos, personales y políticos, y definió nuevos derechos. Se originó hacia mediados de los años sesenta, a partir de Mística de la feminidad, de Betty Friedan, y el Report on the Status of Women, de John F. Kennedy en 1963, que documentan las desigualdades económicas de las mujeres.
El movimiento feminista surgió en las mentes de las mujeres que empezaron a hablar entre ellas sobre sus vidas, y a examinar la premisa de que eran inferiores a los hombres, así como las leyes y las prácticas comunes que apoyaban esto. Cada vez que una o más mujeres decidía reunir a varias amigas, nacían espontáneamente grupos de mujeres que habían tomado conciencia de su situación. Las ideas son contagiosas, y la idea de que la desigualdad y la opresión eran símbolos del patriarcado se extendió y penetró rápidamente la conciencia colectiva de las mujeres. Cada grupo que se creaba generaba una energía, y contribuía así a consolidar el movimiento feminista a la vez que se sentía reafirmado por él.
En estos círculos, las mujeres compartían sus vivencias personales, exploraban temas comunes y empezaron a ser conscientes del sexismo. Con el apoyo de las demás mujeres, cada una individualmente desafió los estereotipos, se definió a sí misma, se atrevió a expresar su sentir a la autoridad, y luchó por la igualdad personal en las relaciones con los hombres. Las mujeres se ayudaron unas a otras a tomar conciencia de lo que era necesario cambiar en la sociedad y en sus realidades más personales. El lema que resonaba en los años setenta, la década del movimiento feminista, era «lo personal es político». Las mujeres habían descubierto un paralelismo entre la desigualdad de poderío que existía en sus vidas privadas y la que caracterizaba la esfera económica, social y política. Las relaciones, los estereotipos y las leyes cambiaron como resultado de todo ello, y estos cambios se propagaron como ondas concéntricas e influyeron en el mundo.
La tercera ola: el movimiento de las mujeres por la paz
Yo diría que la tercera ola del feminismo está creándose de un modo muy parecido a como las olas mismas se forman en el océano. Van ascendiendo desde una gran profundidad, lejos y fuera de la vista, exactamente igual que los pensamientos, las intuiciones y los sentimientos emergen en las mentes de las mujeres individuales y cobran impulso al difundirse entre los otros. Las nuevas ideas se convierten en un movimiento cuando la fuerza y energía que las alientan vencen la resistencia al cambio. Creo que la tercera ola del feminismo será un movimiento pacifista de las mujeres, que ha empezado a originarse en el reconocimiento de que, sólo y únicamente cuando mujeres, niñas y niños estén a salvo de la violencia, de las privaciones y del abuso, podrá el ciclo de la violencia que engendra más violencia, y que constituye los cimientos del terrorismo y de la guerra, tocar a su fin. La compasión, la espiritualidad, la preocupación maternal y el deseo y la necesidad de paz son, combinados con el feminismo, la fuerza que puede salvar el mundo.
La primera conferencia de la Women’s International League for Peace and Freedom [Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad], celebrada en 1915 en La Haya, Países Bajos, fue el equivalente de la primera Women’s Rights Conference [Conferencia de los Derechos de la Mujer] que se llevó a cabo en Seneca Falls, Nueva York, en 1848 y que dio origen al movimiento sufragista en Estados Unidos (que no conseguiría su propósito hasta el siguiente siglo). En 1915, durante la Primera Guerra Mundial, asistieron a La Haya 1.300 mujeres provenientes de los países que estaban en guerra unos con otros y también de países neutrales. Su perspectiva era similar a la expresada en la proclamación original del Día de la Madre. Sus propuestas para una paz duradera siguen siendo relevantes, como lo es la activa organización que nació de aquella conferencia.
La toma de conciencia promovida por el movimiento feminista respecto al uso y abuso del poder en el patriarcado puede ayudar a comprender las causas y los efectos de la guerra. La psicología de las relaciones de desigualdad, en las que una persona ejerce el poder y puede acosar, humillar, violar, controlar o intimidar a la otra, a menudo es posible aplicarla a los conflictos entre naciones. La guerra es, a gran escala, semejante a lo que para las niñas y niños es la violencia doméstica: una traumática tensión cíclica y crónica. Del mismo modo que la segunda ola del feminismo brotó de la primera, un tercer movimiento de las mujeres a favor de la paz podría nacer del movimiento feminista.
Niños traumatizados y el papel de opresor
La preocupación de las madres por hacer del mundo un lugar seguro para la infancia podría conducir al planeta hacia la paz y hacia la posibilidad de un sostenimiento global. La mayoría de los opresores que intentan intimidar o ejercer control sobre otros fueron durante la niñez o en la edad adulta víctimas de la humillación, y de sus secuelas con frecuencia traumáticas, ejercida por quienes tenían poder sobre ellos.
La ansiedad comienza en el vientre de la mujer embarazada que vive el terror de la violencia que la rodea, o que teme por su propia vida y por la del ser que lleva en su seno. El cortisol, la hormona del estrés, sube en las mujeres embarazadas sometidas a situaciones traumáticas, llega a la placenta y afecta al cerebro del feto. Estas madres a menudo dan a luz bebés prematuros o pequeños, que se convierten en niñas y niños con poca predisposición a controlar los impulsos, niñas y niños faltos de interés, con problemas de comportamiento y aprendizaje –propensiones que se agravarían en el caso de que presenciasen actos de violencia, o fueran víctimas de la brutalidad o el abuso–. La violencia ciertamente engendra violencia.
Las niñas y los niños mayores dominan a los de menor edad; los niños abusan de las niñas: es el resultado de un patrón de dominación. En las niñas y niños adecuadamente alimentados y atendidos, con madres capaces de responder a su aflicción y a sus necesidades, se desarrolla una confianza básica. Por el contrario, los niños y niñas que viven en zonas de guerra no se sienten seguros; viven sobresaltados por la intensidad del ruido, los cañonazos, las explosiones y las voces coléricas o aterradas. Un barrio peligroso, en el que inesperadamente se producen tiroteos, o aquellos hogares en los que estalla la violencia doméstica y donde las mujeres y los más pequeños resultan lastimados, son zonas de guerra para los que allí viven. En semejantes situaciones, las necesidades de esas niñas y esos niños son ignoradas; viven en peligro, y sienten un gran desamparo si las personas adultas se ausentan por cualquier razón. Sin una persona adulta o una sociedad que los proteja, las niñas y niños son vulnerables a todo aquello que tenga el potencial de hacerles daño. Los muchachos esperan su turno para ser hombres y llevar