Cassandra sonrió sin poder evitarlo. En ocasiones así parecía imposible permanecer seria, y no solo porque él la miraba con aquella sonrisa que la desarmaba. Al darse cuenta de que lo estaba mirando fijamente y con algo cercano al arrobo, apartó la mirada y le preguntó si había avanzado algo en sus averiguaciones.
La sonrisa en su rostro se borró al instante.
—Lamento decir que no he podido averiguar nada. Al parecer es cierto que todos los hombres de la guardia partieron aquella noche con el príncipe, he podido confirmarlo. Los demás invitados vestidos igual eran los hombres de Joseph, pero todo el mundo afirma que se retiraron temprano. Estamos ante un callejón sin salida. Solo vuestra prima podría reconocer a ese hombre, y para ello tendría que hablar con él.
—¡Nunca! Para ello tendría que enfrentarse a su atacante, y no estoy dispuesta a ello.
Benedikt frunció el ceño y se acercó a ella hasta que los separaron apenas un par de metros.
—Os aseguro que yo jamás la pondría en riesgo a propósito.
Ella esbozó una sonrisa feroz.
—Vos mismo me dijisteis que no confiara en nadie. ¿Por qué iba a confiar en vos?
—Maldita sea, olvidaos de esas estúpidas palabras —murmuró él entre dientes.
Antes de que fuera consciente de lo que estaba haciendo, la había envuelto con sus brazos y saboreaba la furia de sus labios.
Cassandra, desconcertada, no supo qué estaba ocurriendo hasta que fue demasiado tarde. Muy pronto fue incapaz de contener sus propias reacciones. Sus brazos rodearon el cuerpo de sir Benedikt, atrayéndole hacia ella, sus manos se enredaron en la seda de su cabello, impidiéndole separarse, y su boca se abrió pidiéndole que la acariciara más profundamente.
Benedikt fue incapaz de negarse a sí mismo que aquello era lo que había estado deseando desde hacía mucho tiempo. Giró la cabeza para ahondar el beso y ella le recompensó con un gemido de placer al sentir su lengua contra la suya. Ese gemido le hizo darse cuenta de dónde estaba. Y con quién.
Se separó poco a poco y la observó desde la distancia de un suspiro, esperando, casi deseando que ella le golpeara, le gritara, cualquier cosa que le sirviera como excusa ante sí mismo para huir.
—¿Así es como pretendéis que confíe en vos? —preguntó ella al cabo de unos segundos eternos, clavando una mirada oscura y líquida en él.
Benedikt no pudo evitar sonreír.
—Podéis confiar en que jamás os haré daño a propósito.
Cassandra se apartó y él no tuvo otro remedio que dejarla ir, sintiéndose triste y vacío.
—Esa no es garantía de que no me haréis sufrir, caballero —la escuchó decir antes de dejarle solo.
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