Lo que tienen en común estas mujeres es la sensación de soledad. No creen que exista una comunidad de madres feministas como ellas. Muchas veces recuerdan con amargura entrevistas y artículos en los que la profesora universitaria Magdalena Środa, la feminista polaca más conocida, rostro del Congreso de la Mujer, mantiene que el embarazo no es una enfermedad, se queja de las falsas bajas laborales de las madres, argumenta que la baja por maternidad son novillos pagados, declara que ella misma volvió al trabajo un par de días después de dar a luz y elude el problema de las tareas domésticas diciendo que «la lavadora es la que lava, planchar no es necesario, cocinar me encanta. Y tengo asistenta».12 Intenté defenderlos a ella y al feminismo polaco durante mucho tiempo, al fin y al cabo jugábamos en el mismo equipo. Personalmente Magda Środa me cae bien, hace años que apoyo sus acciones políticas y sociales (en algunas incluso participo) y admiro profundamente muchos de sus textos e iniciativas. Estoy, no obstante, convencida de que sus comentarios y las campañas de tipo superwoman tienen para el movimiento feminista polaco consecuencias deplorables. Madres jóvenes que cada día constatan que la lavadora, al fin y al cabo, no lava sola, se sienten despreciadas y rechazadas por este movimiento.13 En un país donde el feminismo tiene esta configuración la experiencia de ser madre lleva a las mujeres a dejarse abrazar automáticamente por el conservadurismo.
Cuando escribo estas palabras soy consciente de mis propios pecados. Mis tres libros anteriores distan mucho del problema de la maternidad, y escribí en ellos cosas de las que hoy en día no me siento demasiado orgullosa. Más de una vez tuve que oír críticas de las cuales no supe defenderme. Mis amigas madres criticaban tímidamente que mi obra anterior (Swiat bez kobiet, «Un mundo sin mujeres») se centraba más en hablar de los medios de comunicación que en pronunciarse sobre la maternidad o los problemas reales de los padres. No sabía muy bien qué responder. Limitaba todo el asunto a la cuestión organizativa y al control de nuestras propias vidas: saber qué queremos, saber tomar decisiones conscientes y, como mucho, exigir al Estado que nos facilitara esas elecciones. Hoy entiendo que «la elección» muchas veces es tan solo aparente, y ese es uno de los hilos principales de este libro.
El problema es que la maternidad tanto la esperada y querida, como la sobrevenida de manera accidental no se rige por la racionalidad y el control. Es una experiencia que nos confronta con el papel que juega el azar en nuestra vida, con el límite de nuestras fuerzas y nuestra influencia en la realidad. Y con la falta de autonomía: la del niño, que durante mucho tiempo no será autónomo, y la nuestra propia, porque tenemos que satisfacer sus necesidades y para eso es necesario el apoyo de los demás. No hay manera de conjugar esa experiencia con una plena dedicación al trabajo. Es demasiado absorbente, demasiado imprevisto. «No hay manera de conciliarlo», es la frase que he oído pronunciar reiteradas veces a las mujeres que, en mayor o menor grado, «salieron de circulación» después de ser madres. ¿Lo hicieron por voluntad propia? Es difícil de saber. Porque he ahí la cuestión, la maternidad socava nuestras convicciones sobre la voluntad, la independencia y la libertad de elegir.
Ya percibo el murmullo irritado tachando todo esto de palabreo conservador. El problema es que es un palabreo femenino que oigo cada vez que hablo con madres de niños pequeños. Estos dilemas maternos no solo tienen dimensión emocional, sino también económica. No se puede limitar las tensiones relacionadas con la maternidad a un bonito eslogan, «dejemos que las mujeres elijan». Porque ¿qué elección es esa? ¿Parir pronto o esperar hasta los treinta, incluso los cuarenta, asumiendo el riesgo de infertilidad? ¿Quedarse en casa con el peque y no tener nada para comer o dejarlo en una guardería y pasar el día preocupándose por él y añorándolo? Eso no son elecciones. Primero, porque la maternidad es una sucesión de crisis y necesidades. Segundo, porque todo ser humano siente necesidad de autonomía, pero también de crear vínculos. Las madres no solo quieren, sino que tienen que conciliar de alguna manera esas necesidades contradictorias.
Conozco a una chica que desde el principio se vio privada de la posibilidad de elegir: sexo ocasional en el último año de bachillerato, un embarazo escondido y no deseado, una depresión, la imposibilidad de abortar a esas alturas y una cuestión dramática, dar al niño en adopción o no y decidir que no. Esa chica es feminista pero su historia tiene un feliz final conservador, como en un cuento sobre un «superviviente del aborto»: nace el niño y a la vez el amor hacia él. Pero hay otra dimensión menos alegre en esta misma situación: el padre de la criatura desaparecido mucho antes del parto, la pobreza, la dependencia total de la familia, el abandono de los sueños de ir a la universidad, la grisura del día a día. Durante tres meses la chica vaciló entre cuidar del niño y trabajar en un supermercado, donde le prohibían llevar el móvil y la tarifa por hora era de 8 eslotis. La última vez que hablé con ella tenía que sacar al niño del parvulario porque no podía permitírselo sin trabajo. Y sin trabajo tampoco le iban a asignar una plaza. Cada año nos vemos en la manifestación feminista porque ahí a diferencia de la mayoría de eventos feministas se prepara el espacio infantil Kids block.
Con los índices de pobreza que hay en Polonia la supuesta «libre elección» que defiende el liberalismo parece cosa de broma. Vale la pena recordar cuál es la escala: la tasa de desempleo llega al 14% (siempre es más alta en mujeres); una cuarta parte de los polacos tiene contratos de trabajo precarios, sin puestos fijos, sin prestaciones sociales y dos millones de personas viven bajo el umbral de la pobreza.14 Esta situación, y la falta de elección vinculada a ella, condena a las madres jóvenes a una prolongada dependencia de sus familiares más cercanos (sean los abuelos, sean los padres de las criaturas). Las mujeres son las responsables de los niños y, a la vez, el Estado las priva de cualquier apoyo. Y de nada les sirven nuestras divagaciones sobre el constructo cultural de género, la libre elección o los cambios en la imagen de la maternidad a lo largo de la historia.
La falta de comprensión hacia la maternidad por parte de las feministas es paralela a la indiferencia e irritación que despiertan en los círculos conservadores el feminismo y, en general, las aspiraciones profesionales de las mujeres, nuestra necesidad de autonomía. No, no me he vuelto conservadora. No comparto la opinión de que la maternidad sea la «esencia» de la feminidad. Constato simplemente que es una experiencia que viven muchas mujeres e insisto en que no se debería obviar al hablar de igualdad de género. No estoy de acuerdo con la siguiente división: el feminismo para las independientes, el conservadurismo para las «domesticadas». Y estoy muy convencida de que la «domesticación» está eminentemente relacionada con la maternidad. No puedes crear un vínculo con un mini ser humano sin pasar tiempo con él. Para ser madre hay que estar donde están los niños, es decir, en casa, para qué engañarnos. Podemos, no obstante, e incluso debemos, preguntarnos: ¿durante cuánto tiempo?, ¿en qué condiciones? y ¿quién debe pagar ese sueldo?
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Madre feminista es un archivo de mis batallas con esta problemática. Los textos incluidos en este libro proceden de varias etapas de mi maternidad y mi manera de pensar en ella. El primer capítulo es bastante reciente y, hasta ahora, inédito; supone un intento de entender por qué el feminismo polaco evita el tema de la maternidad y cuáles son las consecuencias. El siguiente texto es mi despedida feminista del mito de la Madre Polaca: el punto de partida lo supuso la reseña del libro mencionado anteriormente, editado por Elżbieta Korolczuk y Renata Hryciuk. Los textos que vienen después son reflexiones públicas sobre la igualdad y los cuidados: los discursos que pronuncié en las tres ediciones sucesivas del Congreso de la Mujer, que luego fueron publicados en el periódico Gazeta Wyborcza, y un ensayo que rompió mi manera de pensar, titulado «Maternicemos Polonia», que escribí junto con Elżbieta Korolczuk. Luego el ambiente se vuelve más íntimo y entretenido: «Feminismo de debajo de un tobogán» recoge ensayos publicados en la revista mensual para padres de niños pequeños Niños y en Wysokie obcasy [Tacones altos] (un suplemento femenino, e igualitario, del periódico Gazeta Wyborcza). Muchos de ellos los escribí durante el bonito, y a la vez dificilísimo, periodo de baja maternal, cuando a consciencia renuncié al trabajo en la universidad, centrando todo mi tiempo y atención en el niño. Al principio trataba estos ensayos como un extra una simple fuente de ingresos que tanta falta me hacía; con todo, conforme fue pasando el tiempo ese «extra» se convirtió en una gran aventura,