“La langosta fugitiva”
Para: Marcela y Paula
LA VISITA
Hace mucho tiempo, en un pueblo de pescadores, vivía un matrimonio con sus dos hijos llamados Mariela y Pascual. Anclada en el mar, sobre pilotes de madera y pintada con los colores del arcoíris se hallaba su modesta casita. Los niños habían aprendido a nadar antes que a caminar. Se dedicaban a recorrer el mar y visitar los cercanos cayos que sitiaban la costa, donde podían nadar libremente y jugar con sus amigos. Su piel estaba curtida por el sol, sus cabellos eran rubios, combinando perfectamente con los azules ojos de Mariela y los verdes de Pascual. Su mejor amiga del mar era una langosta gigante de casi cincuenta kilogramos de peso a la que llamaban Eulalia.
Eulalia había venido desde Nueva Escocia, en Canadá, para continuar su antiquísima vida. Tenía más de ciento cincuenta años. Sus bigotes eran ya blancos, su cascarón había dejado de ser rosado con el paso de los años y sus oxidadas tenazas hacían un ruido simpático cuando comía. Era una experta en escaparse de la nasa de los pescadores. Todos en el aquel pueblo la habían dado por incorregible y la habían nombrado “Reina y Señora de los mariscos”, resignándose a no intentar pescarla nunca más.
Desde lugares lejanos venía la gente al mercado del pueblo buscando los mejores pescados y mariscos del país, algunos ya habían hecho amigos, después de tantos años y acudían directamente a la casa de los pescadores. Semanalmente, el matrimonio de Don Oscar y Doña Manuela, recibían la visita de Don Sebastián y su nieta Elisa. Les bastaba una hora de camino en moto, por una carretera por donde se paseaban a sus anchas, los cangrejos y las jaibas, como si fueran los dueños de la vía, tenían que ser cuidadosos de no pisarlos. Las jornadas en compañía de aquella familia resultaban las más adorables.
A Elisa le encantaba la excursión, era muy amiga de Mariela y Pascual. Mientras los adultos conversaban, ellos aprovechaban para recorrer el hermoso paisaje marino que ofrecía la costa. La blanquísima arena y la transparencia de sus aguas, conformaban un espectáculo maravilloso que hacía desear quedarse a vivir allí por siempre. Los peces nadaban a su alrededor y jugueteaban con los niños. Hacían competencias de natación, por debajo del agua con los peces que, por supuesto, resultaban los ganadores siempre. Cuando se cansaban de nadar se sentaban en la orilla a hablar con Eulalia que les contaba cómo era el mundo y las extraordinarias aventuras que había vivido.
Don Sebastián, le pidió a Don Oscar que le consiguiera la langosta más grande que existiera. Le había dicho:
- Óigame Don Oscar, la semana que viene vengo por esa langosta gigante de la que me ha hablado. No me vaya a defraudar, mire que cuento con ella para el coctel que ofreceré en el cumpleaños de Elisa- Don Sebastián desconfiaba de la existencia de una langosta de semejantes proporciones.
- No se preocupe Don Sebastián, la próxima semana la tendrá - le había contestado Don Oscar con convicción, aunque dudando de poder capturarla. No sería la primera vez que intentaba capturarla y se le escapaba como por arte de magia. Había algo extraño en el comportamiento de aquella langosta.
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