Fue Houston la que animó a Inés a aceptar una relación amorosa con Tobías. ¿De dónde había salido este tipo? Ese muchacho era amigo de una prima de Andrea, que era una de las Comadres. Fue Andrea la que lo llevó al grupo Loslocosdelsalón y allí fue donde se interesó por el perfil de mi hermana Inés. A las pocas horas eran amigos y al otro día él le declaró a mi hermana, a través del chat privado, que estaba enamorado de ella.
Lo que a Tobías le faltaba en belleza física le sobraba en palabrería. En la segunda noche, después de haber recibido el visto bueno de Houston, Tobías le mandó a mi hermana veinticinco mensajes de voz. Algunos de ellos de hasta diez minutos. Y hablaba de una manera tan cariñosa que era fácil entender por qué mi hermana se había enamorado de él. Eso, sumado a que tenía una voz muy sensual, hizo que Inés cayera en sus redes.
Los mensajes que encontramos después revelaron que Inés no se quedó atrás. Se comunicaba con él estando en clases, en recreo o en la buseta. Y ni se diga cuando llegaba a la casa y se encerraba en su habitación. Encontramos conversaciones después de la medianoche, cuando se suponía que estaba dormida. Los mensajes de Inés no eran tan explícitos como los de Tobías, pero sí mostraban a una adolescente perdidamente enamorada y terriblemente ingenua.
Fueron quince días de amor intenso hasta que Tobías le pidió a Inés que se vieran en la vida real. Ella le respondió que eso era imposible porque mis papás no la dejarían. Entonces él recurrió a varios trucos y, hablándole como solo él sabía hacerlo, le propuso que se vieran el sábado cuando ella fuera a la unidad residencial de mi tía Emilia, rutina de la que estaba enterado porque Inés le había contado su vida al derecho y al revés, y le había hablado al detalle de cada uno de los integrantes de nuestra familia.
Todo quedó en los mensajes que se intercambiaron: la estrategia de Inés para salir del apartamento de la tía Emilia diciendo que iba para el apartamento 1104 donde vivía una amiga y el truco de salir por la portería sin ser vista por los porteros, esperando en el corredor hasta que un grupo de personas saliera para confundirse con ellas. El vehículo de color marrón que la recogió una cuadra más adelante del edificio fue captado por una cámara de seguridad.
Ese día me habían invitado a celebrar el cumpleaños de un amigo en un bar de la calle sesenta y seis. Fui a la casa después de mi última clase de teatro, me cambié, pregunté por Inés y mamá me dijo que estaba en la casa de la tía Emilia. Hablé con papá y le pedí plata. Me despedí y salí a la portería donde ya me estaba esperando el taxi.
Al llegar al bar me vi en dificultades para encontrar la mesa donde estaban mis amigos. La gente estaba bailando reguetón y cantando en coro. Había que avanzar empujando a todo el mundo. Saludé a mis a amigos, me tomé un sorbo de ron y me puse a charlar. Al rato salí a bailar con Betty, mi mejor amiga de la escuela de artes. Ella y yo nos entendíamos bien, pero nada más. Bailé con ella todo el rato.
A las once y quince de la noche sonó el teléfono. Miré la pantalla y me di cuenta de que era mamá. Contesté a los gritos mientras intentaba despejar el camino para llegar al baño. Lo único que supe fue que mamá estaba llorando. Avancé entre la multitud, dando codazos a diestra y siniestra, hasta que alcancé la puerta. Entonces, alejado ya del ruido, mamá repitió lo que había dicho en medio de la algarabía: Inés no aparecía por ningún lado. Ni siquiera había llegado al apartamento 1104 donde supuestamente había ido a visitar a su amiga.
La habían buscado por toda la unidad y nadie daba razón de ella. Mi tía andaba como loca averiguando en todas partes, pero hasta el momento no había noticias de mi hermana. En ese momento la tía estaba revisando los videos de las cámaras instaladas en la unidad residencial y papá había salido para allá.
Traté de calmar a mamá, diciéndole que había transcurrido muy poco tiempo, que todavía era temprano y que seguramente Inés estaría donde alguna otra amiga en el conjunto porque era imposible que la tía pudiera ir de apartamento en apartamento buscando a mi hermana. Finalmente le dije que saldría de inmediato para la casa de mi tía y que me sumaría a la búsqueda.
Me despedí de mis amigos diciéndoles que se había presentado una emergencia en mi casa y tomé un taxi que me llevó en menos de diez minutos al barrio El Caney. Al llegar, encontré a papá y a Jaime, esposo de mi tía, en la sala del apartamento, con rostro de tragedia, tratando de calmar a mi tía que había sufrido una crisis de nervios.
Papá me explicó que habían descubierto, gracias a los videos, que Inés había salido del conjunto residencial camuflada entre un grupo de personas y que después se había subido sola a un carro que la estaba esperando en la esquina. Yo me quedé de una pieza. Me hice el fuerte para no angustiarlos más, pero por dentro entré en pánico absoluto y así estuve durante las horas siguientes.
Algo terrible había ocurrido y prácticamente estábamos maniatados. Lo único que podíamos hacer era esperar… Y esperar en tales circunstancias fue una verdadera tortura.
Papá fue a la estación de policía, yo lo acompañé. Allí le dijeron que era muy pronto para poner una denuncia por desaparición. Salimos refunfuñando por la actitud de los agentes. Después, sabiendo que mamá estaba sola y hecha una mata de nervios, nos dirigimos a la casa. Cuando llegamos, mamá estaba con la camándula en la mano. Se abalanzó sobre nosotros y se puso a llorar. Ya iban a ser las cinco de la mañana.
Después de un rato, papá me pidió que me fuera a descansar y yo fingí que le obedecía, pero en ese momento recordé algo importante y salí para el cuarto de mi hermana. Prendí su computador y activé la aplicación Buscar iPhone, que yo mismo le había instalado porque mi hermana era muy despistada y siempre andaba perdiendo las cosas. Después de un par de minutos logré establecer que el celular se encontraba en un lugar específico del parque El Ingenio, al sur de la ciudad. Salté de la silla como un resorte y fui a comunicarles a mis padres el resultado de mis pesquisas. Más me demoré en decirlo que papá en coger las llaves del carro. Yo recogí el portátil de mi hermana y salimos juntos sin decirnos ni una palabra.
Nos demoramos una hora y pico buscando el celular en el lugar que señalaba la aplicación, la cual nos permitía buscar en un perímetro concreto aunque no tan preciso. Fui yo quien lo encontró al lado de un matorral, en un sector del parque alejado de los senderos que utiliza la gente para trotar. De inmediato supe, sin ser siquiera un aficionado en asuntos forenses, que allí había ocurrido algo grave. No había sangre ni nada de eso, pero las plantas estaban aporreadas, la grama aplastada y había varias colillas de cachos de marihuana. Supuse que algo muy terrible le habían hecho a mi hermana, pero no quise comentarle nada a papá porque mi imaginación tiene cierta tendencia a crear escenarios que después resultan ciertos, y eso asusta a las personas.
Por el lugar en el que encontré el celular supuse que mi hermana había logrado ocultarlo sin que sus atacantes se percataran de ello. Para mi papá fue el presagio de eventos terribles y se puso a llorar. Lo abracé y dejé que se desahogara. Para mis adentros pensé que encontrar el celular había sido bueno porque de esa manera, si estábamos de suerte, íbamos a poder reconstruir lo que había ocurrido con mi hermana.
Esa misma mañana, antes de formalizar la denuncia por desaparición, hice una copia de todas las comunicaciones de mi hermana y empecé a analizar la información que encontré en los chats de WhatsApp, en las fotos de Instagram y en los mensajes de Snapchat. Muy pronto empecé a armar el rompecabezas con solo seguirles la pista a las conversaciones que había sostenido con su befa, Houston, y con su amigo Tobías, quien