—¿Recuerdas a Jake? —Me sonrió y apoyó su mano en el hombro del niño.
—Sí, claro.
Reaccioné y sonreí con timidez al ver los ojos azules de aquel niño que me miraba, sin llegar a entender quién era yo.
—Y ella es Molly —presentó a la pequeña pelirroja que guardaba un enorme parecido a mi padre, y a la vez a mí misma cuando tenía su edad—. Dadle un abrazo a vuestra hermana mayor.
Ninguno de los dos reaccionó, se quedaron embobados mirándome y abrazados a su madre.
—No pasa nada —les excusé.
Para mí también habría sido extraño el abrazar a una niñata, por mucho que mis padres me dijeran que era mi hermana.
—Vamos, chicos, es vuestra hermana mayor. No tendría que extrañaros. En casa hablamos mucho de ella —los animó Alison.
—Bueno, pues…, creo que mi papel aquí ya no es necesario —informó el Sr. Sheridan—. Maureen, te dejo con tu familia. —Alargó la mano hacia a mi padre—. Estaremos en contacto en cuanto tenga el papeleo listo.
—Muy bien. Gracias, Joe. —Los dos hombres estrecharon sus manos a modo de trato hecho—. Pásate cuando quieras por el pub.
El trayecto a casa fue algo extraño. Mi padre estaba muy callado, al contrario que Alison, quien reaccionó por la situación y hablaba por los codos al notar la incomodidad del silencio. Era cierto que deseaba con todas mis fuerzas que así fuera.
Nos desviamos en una de las calles de St. Patrick St. y el coche paró delante de un pub. El Hagarty’s era el pub de mi abuelo, donde trabajaba la familia. Entramos por una puerta lateral y dejamos las maletas a pie de escalera. Al otro lado se oían voces de festejo.
—Sube y te enseñaremos tu habitación —sonrió Alison.
Obedecí, no sin mirar las paredes de papel dibujado en color crema y granate, y los escalones de madera, forrados con moqueta rojiza, que sonaban al pisarlos. Subimos tres pisos, abrió una puerta y allí vi una habitación muy femenina. Constaba de una cama con dosel, un armario blanco, una cómoda a juego, una mesita de noche del mismo estilo y un escritorio con una silla.
Todo era algo, no sé… Infantil no es la palabra, pero, quizá, algo juvenil sí que era. Colores rosa pálido, mezclados con blanco roto y algo en rosa más oscuro. Menos mal que no había nada en fucsia ni colorines fuertes que hicieran recordar un cuento de princesas Disney.
—¿Te gusta? —preguntó Alison excitada y nerviosa a la vez.
—Sí, está bien —contesté resignándome al mirar alrededor el escenario que iba a ser parte de mi vida en los próximos años.
—Acondicionamos el desván en dos habitaciones y un baño. Espero que no te moleste, no hay demasiadas habitaciones para cada uno de la casa. John dormía con Jake hasta ahora, pero se instaló en la habitación de enfrente hace unas semanas.
—¿John vive aquí? —pregunté extrañada.
—Sí, tu hermano mayor vive ahora con nosotros. Vaya, ahora sí que somos familia numerosa. —Sonrió. Su nerviosismo no cesaba.
John era mi hermano por parte de padre, de una relación anterior a la de mi madre. Tenía dieciséis años, y no sabía que vivía con ellos. La última vez que lo vi fue en la boda de mi padre con Alison, como a toda la familia. Tenía recuerdos de él, como de todos, por fotografías.
—¿Y él duerme aquí arriba también?
—Sí. Vaya. El desván va a ser zona adolescente. —Volvió a sonreír.
Aquella mujer estaba siendo muy amable conmigo y no sabía qué reacción debía tener yo con ella. Era una niña algo desconfiada, pero me estaba siendo algo incómodo no agradecerle aquella atención. Sonreí con timidez sin dejar de mirar toda la habitación. Me acerqué a la mesa de escritorio y vi dos folios con dibujos.
—Jake y Molly quisieron hacerte un dibujo de bienvenida.
—Son muy bonitos, gracias —lo agradecí con sinceridad.
—Bien, será mejor que bajemos al pub y saludemos al resto de la familia. Tu padre está abajo también y estoy segura de que tu abuelo querrá verte.
—¿Y la abuela? ¿Está abajo también? —me interesé.
Tenía buen recuerdo de ella, todo el buen recuerdo que puede tener una nieta que se siente querida por su abuela que viene desde tan lejos para jugar con ella. Mi abuela Herminia se llevaba a las mil maravillas con ella y, más de una vez, las había visto conversar animadas de sus cosas. Tenía su imagen grabada a la perfección en mi memoria y solía aparecer en las fotos que mi padre me mandaba. Mi padre siempre me dijo que, aparte de tener su mismo nombre, ya de pequeña apuntaba maneras para tener su mismo carácter.
—Claro que sí —contestó con obviedad.
Aquello me alegró. Fue la primera buena noticia que sentí desde que llegué a Cork y tenía ganas de bajar.
—¿Dónde está el baño? —pregunté algo cortada.
—Es esta puerta de al lado. La de enfrente es la de John —me indicó Alison—. Bien. Entonces te esperamos abajo. Ya has visto donde está la puerta que comunica con el pub.
—Sí, gracias. Enseguida bajo.
Entré en aquel minúsculo baño, pero que para dos personas era suficiente. Una taza, un lavabo, un armario y un plato de ducha. ¿Qué más se podía pedir?
Mentí al decir que necesitaba ir al baño. Era para estar sola y acabar de asimilar todo aquello. Me senté en la taza del váter y hundí mi cara entre mis rodillas. «¡Dios! Dame fuerzas para afrontar todo esto». En aquel momento noté cómo una corriente de aire me envolvía los tobillos. Miré las paredes y no había ninguna rejilla. Supuse que vendría de debajo de la puerta. Volví a suspirar apoyando mi espalda a la pared y oí como un susurro lejano. Era una voz que decía algo que no podía entender, deduje que sería la música que tendrían abajo o algún tono de un teléfono móvil.
En el recibidor de casa había una puerta de madera vieja abatible, con cristales opacos, y que comunicaba con el pub. Al abrirse, el olor que recordaba de mi infancia se hizo presente. Aquella mezcla de cerveza, whiskey y madera vieja me hizo recular en el tiempo. La ley de la prohibición del tabaco dentro de los lugares públicos hizo que me faltara ese aroma. No recordaba muy bien la decoración ni la distribución de la casa, pero el olor de allí dentro era inconfundible.
El pub también había cambiado. La gran barra en el medio, los bancos y los sofás de alrededor del local los veía más grande. Suponía que, al tener cinco años la última vez que estuve allí, hizo que no tuviera la distribución demasiado definida.
Al primero que vi fue a mi padre hablando con un hombre en la esquina de la barra, junto a él estaba mi abuelo Eoin (Owen), mi tío Brannagh (Brana), y deduje que el chico que atendía una mesa era mi hermano John. No vi a mi abuela, a la que busqué entre los allí reunidos. Me sentí algo extraña al ser saludada por tanta gente desconocida para mí. Parte de la familia de mi padre de la que apenas guardaba un vago recuerdo había venido a recibirme.
Me giré y la vi. Era mi abuela. Pelo canoso —que antaño había sido pelirrojo, como el mío— ojos verdes, nariz respingona y maquillada de la manera más coqueta posible.
—Nana —susurré y me alegré, aunque aquella emoción impidió que me moviera.
—Teacht