El proyecto Centauro: La nueva frontera educativa. José Antonio Marina Torres. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Antonio Marina Torres
Издательство: Bookwire
Серия: Expresiones
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788415995425
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Pero, no solo queremos que se comporten bien, sino, además, que lo hagan libremente. Y esto complica extraordinariamente las cosas. No me extraña que autores y culturas enteras piensen que ser bueno es más importante que ser libre. Eso lo pensó, desde la psicología conductista, Skinner, que defendió la conveniencia de implantar una «ingeniera social», que aprovechara los descubrimientos de la psicología para conseguir conductas adecuadas, aunque no libres. Lo defendió en su libro Más allá de la libertad y la dignidad. Desde el punto de vista político, es el modelo chino, que según la tradición confuciana considera más importante la armonía que la libertad.

      Mi generación fue educada en esa misma onda. Nadie preguntaba si un niño era feliz, sino si era bueno. La educación se basaba en dos principios: el sentido del deber y el respeto a la norma. La virtud principal del niño era la «docilidad». Esto ahora nos parece casi monstruoso, porque olvidamos que esta palabra deriva de docere (aprender) y significa «capacidad de aprender», lo que ahora se llama learnability. Esa educación olvidaba los otros dos principios: el sentido de los derechos y la valoración de la libertad. Son los que fomentó la generación siguiente, olvidando los otros. Una vez más, la educación quedaba coja. Ahora estamos intentando un modelo educativo que integre los cuatro principios, sin conseguirlo del todo.

      3. las tareas de la psicología emergente

      Debe estudiar cómo emerge la decisión de sus antecedentes y cómo se pone en práctica esa decisión. A partir de ahí, la educación podrá encargarse de facilitar el buen desarrollo de las tres etapas mencionadas: preparación, decisión, realización.

      Los antecedentes de la decisión son bien conocidos. La acción humana tiene su origen en movimientos afectivos, en lo que modernamente se denomina «motivación». Estar motivado significa «tener ganas de hacer algo». Cuando lo sometemos a la lupa analítica descubrimos tres factores que influyen: el deseo, el incentivo y los elementos facilitadores. Tengo sed (deseo), veo una fresca cerveza (incentivo), tengo dinero y tiempo para tomarla (facilitadores). En consecuencia, tomo la decisión de sentarme en la terraza de un bar. Me gustaría adelgazar, el incentivo es encontrarme bien, pero me resulta costoso ir al gimnasio, hacer dieta. La motivación no funciona. Me embarco para atravesar el Atlántico en barco de vela. ¿Por qué? Siento el deseo de cambiar, la curiosidad, la necesidad de demostrarme que soy capaz de hacerlo, quiero huir de un fracaso amoroso, lo que sea. Estos son los motivos. ¿Por qué atravesar el Atlántico y no Madrid en metro? Porque el incentivo es mayor en el primer caso. ¿Por qué atravesar el Atlántico en barco de vela y no en zepelín? Porque no tengo un zepelín a mano y no sé nada de zepelines. Ahí están los tres factores: impulso, incentivo y disponibilidad.

      Los deseos son el factor más dinámico. Son la conciencia de una necesidad (la sed, por ejemplo), o la anticipación de un premio (una cerveza helada). Impulsan a la acción, pero los humanos hemos adquirido frenos para no estar a merced de ellos. La inhibición es una facultad imprescindible para la acción voluntaria. Para algunos autores este es el origen de nuestra peculiar inteligencia y de nuestra libertad. Cuando esos frenos fallan nos encontramos con personas impulsivas y, en caso graves, con conductas compulsivas, fuera de control. Las emociones y los sentimientos tienen también fuerza pulsional. Son motivaciones de segundo grado. El miedo nos impulsa a huir. La furia, a enfrentarnos con el obstáculo. El asco, a separarnos de algo. La alegría, a comunicar. Platón consideraba que una de las funciones de la educación era enseñar a desear lo deseable.

      Los incentivos incluyen todo tipo de premios. Correlacionan con los deseos. Unas veces el deseo va delante y hace aparecer como premio lo deseado, otras veces el incentivo es previo y despierta el deseo. En un caso, el hambre hace que aparezca atractiva la comida; en otro, lo apetitoso de la comida despierta mis ganas de comer. Hay un tipo de incentivo complejo que tiene gran importancia educativa. Me refiero a los proyectos, a las metas. Despiertan deseos dormidos y unifican energías dispersas. En 1914, el explorador Ernest Shackleton publicó en la prensa un anuncio solicitando voluntarios para «la última gran travesía terrestre pendiente», la del Polo Sur. Decía así: «Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito». Respondieron más de cinco mil aspirantes. Los proyectos movilizan. Por eso tienen tanto éxito como método educativo. Maurice Blondel, un famoso filósofo autor de L’Action, ha descrito la relación entre las metas y los motivos. Las fuerzas oscuras de la vida, dice poco más o menos, solo alcanzan su eficacia cuando surge como para aclararlas y fijarlas, una meta, una representación que parece salir de ellas y a la vez concretarlas. Así pues, un fin no es en primer lugar más que la expresión de unas necesidades previas. El encanto eficaz de la meta le viene de que expresa y representa lo mismo que lo mueve. Reconozco mis deseos ocultos cuando algo me atrae. Pero desde el momento en que los impulsos confusos e incoherentes de múltiples deseos han tomado forma en la concepción clara de una meta, se produce una síntesis de esos motivos dispersos, que configuran una energía nueva. Les pondré otro ejemplo de esta capacidad unificadora. ¿Por qué triunfa una moda? Porque es capaz de unificar muchos deseos tal vez imprecisos. Piensen en los motivos por los que se han puesto de moda los tatuajes o los pantalones vaqueros rotos.

      Entre las variables facilitadoras están los hábitos, la situación, y, en especial, las creencias del sujeto. Es evidente que la creencia en la capacidad para alcanzar el objetivo es un aliciente para emprender la acción.

      Todo un borboteo de experiencias, deseos, emociones, anticipaciones, incentivos están presenten en la antesala de la acción, que hace la gran síntesis. La hace necesariamente, porque los deseos pueden ser muchos, pero la acción es solo una. En realidad, todo nuestro sistema nervioso funciona como una gigantesca máquina de sintetizar. Cada neurona recibe por sus dendritas una media de diez mil informaciones, que elabora de alguna manera para producir un mensaje a través de su axón. Realiza una misteriosa alquimia. Una alquimia que a distintos niveles continúa haciendo, hasta llegar a la experiencia consciente, que es la gran sintetizadora.

      4. ¿qué hay entre la motivación y la decisión, y entre la decisión y la acción?

      Resulta chocante, y creo que muy dañino para la educación y para nuestras vidas, que se haya estudiado tan poco lo que hay entre la motivación y la decisión. Lo más sencillo sería decir que no hay nada, que la motivación lleva a la decisión y esta, a la acción, pero entonces no habría comportamiento voluntario, sino determinismo ejercido por el deseo. Es lo que sucede en las personas impulsivas. Otra solución sería admitir un combate entre motivaciones: la motivación para robar lucha con la motivación para no hacerlo. La decisión sería simplemente el triunfo del deseo más fuerte. Es la solución preferida por muchos neurólogos. Esto no cambiaría la situación porque, como en el caso anterior, estaríamos en manos del deseo o del impulso. Una tercera solución, de gran tradición introduce la «deliberación»: el pensamiento analiza los pros y contras, anticipa las consecuencias, y decide. La razón es la que decide lo conveniente. Sin embargo, lo que en teoría debería funcionar si fuéramos seres racionales, no lo hace en la realidad. Como ha demostrado Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, nuestras decisiones son con frecuencia irracionales. San Pablo se quejaba: «Hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero».

      «Deliberar» no es decidir. Es solo un antecedente más. Puedo amontonar razones a favor de una acción y acabar haciendo lo contrario. La psicología cognitiva ha estudiado la decisión como una función del pensamiento, pero decidir no es culminar un razonamiento. De hecho, António Damásio comprobó que enfermos que habían sufrido una sección en las vías neuronales que relacionan los lóbulos frontales con las zonas emocionales, eran capaces de deliberar razonablemente, pero eran incapaces de tomar una decisión. El análisis de los pros y contras de una acción podía alargarse indefinidamente.

      Así pues, tenemos un vacío entre los antecedentes y la decisión. La motivación influye, pero no determina la decisión. Los filósofos han intentado fijar ese momento. El teólogo Luis de Molina definió la libertad como «aquella potencia del hombre en virtud de la cual, puestas todas las condiciones requeridas para el acto, sin embargo, el hombre puede obrar o no obrar». Ya he dicho que la inhibición, la capacidad de decir «no» era el origen de nuestra libertad. Estoy sentado, y es cierto que puedo imaginarme